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RESEÑA, 1972
NUM. 54, pp.32-34 |
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QUEJíO
SALVADOR TAVORA
ALFONSO SANCHEZ ROMERO
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QUEJíO
SALVADOR TAVORA
ALFONSO SANCHEZ ROMERO
Hasta el aire que respiro
me han llegado a mí a quitar;
ábreme la puerta, madre,
que me voy a desangrar.
Lo cantan la madrugada de todos los días los componentes de «La cuadra», un grupo de Sevilla que ha intentado ahondar en las raíces dramáticas del «cante jondo».
Su estudio se llama Quejío, y es una ceremonia lenta, estirada y tensa, una provocación para que brote el cante, para que se trace en el aire el dibujo preciso del «bailaor» y para que salga desbocado el ritmo a empujones de la rebeldía y de la explotación.
Las gentes de «La cuadra» llevarán su Quejío a París, al Festival organizado por Jean Louis Barrault, con la subvención del Ministerio de Cultura francés, en este mismo mes de abril. «Assises du Théâtre des Nations» abarca este año diversos puntos de estudio: el comportamiento humano, la voz, el gesto, el espacio teatral, el teatro político, las minorías culturales ... En este último apartado participarán los de «La cuadra». Están invitados también grupos que despiertan verdadero interés en la vanguardia internacional del teatro: «Bread and Puppet», teatro de la calle neoyorkina que participa con sus marionetas gigantes en las manifestaciones anti-guerra de Vietnam o pro-derechos civiles; «El Teatro Campesino», un grupo mejicano comprometido activamente con el campesino «chicana» de las tierras incorporadas a USA, llevando sus montajes, a lomo de camiones, hasta los lugares donde surgen los conflictos y donde se agudizan las discriminaciones ...
Quizá pueda alguien preguntarse qué hacen en semejante compañía este puñado de muchachos andaluces que cada noche, en esa sala ya familiar del «Pequeño Teatro» salen lentamente a poner a la luz de los candiles de aceite su hondo y largo lamento. Sin embargo, nada puede ser más sencillo.
-«El cante -dice Salvador Távora -, como cualquier expresión artística, nace de una situación concreta. El cante es un "quejio", un grito trágico, al que nosotros con nuestro estudio hemos puesto la situación que había perdido. Cuando nos hemos entregado a esa situación, cuando la hemos recreado, ha salido el cante que llevábamos dentro como una herencia atávica de la tierra.»
Salvador Távora y Alfonso Jiménez Romero estuvieron vinculados al «Teatro Estudio Lebrijano»[i]. Entonces, con el trabajo de Oratorio, acertaron a incorporar el cante, como un hermano gemelo de la palabra y el gesto, nacido de la misma situación trágica, de la misma esclavitud dolorosa. Ahora han vuelto sobre el inexistente trabajo de reencontrar la situación perdida de un cante que, desarraigado y hecho «folklore», en el peor sentido de la palabra, sirve de paradójica diversión y de figura publicitaria para una Andalucía que ayer, y hoy, sigue siendo una úlcera social lacerante, donde el latifundio ha puesto en evidencia el inmenso excedente de población, la subcontratación y el paro en el que viven y para el que únicamente se les ha proporcionado la emigración como salida.
«El cante, sin esa situación, queda falseado. Mediante una canalización inteligente y premeditada se ha logrado utilizar la queja para divertir. ¿Cómo es posible entenderla entonces? Si el cante nace de la opresión y es profundamente desesperado, ¿cómo puede tomarse a jarana en cualquier tablao?»
Nos hemos sentado juntos al pie de las tablas, cuando la gente se ha marchado silenciosa y mientras se cierra el local, a esta hora intempestiva. Salvador ha ido presentando a su gente:
Juan es bailaor, ha recorrido tablaos y fiestas, ha trabajado cuando le dejaron. Ahora ha vuelto «jarto» de ese mundo. «Aquí bailo y me expreso mejor, no me miento a mí mismo» - me dice - o Angelines es su mujer y le acompaña donde va. José era cabrero en su pueblo y conoció en Sevilla los ensayos del grupo. «Dijo que si queríamos que cantase seguidillas y nos pareció muy bien.» En su vida no ha hecho más que guardar cabras y ahora cantar. Joaquín es gitano, como sus padres, vive en unas casitas bajas del polígono S. Pablo -«de cartón», puntualiza Joaquín - y no ha resistido más de cuatro días en un tablao. «Cuando ha comenzado con nosotros se ha encontrado a gusto y por eso sigue... »
Volvemos al cante y a su desarraigo del pueblo. Salvador habla y los demás intervienen de vez en cuando.
«Pero tanto daño le ha hecho al cante "el folklore" como el academicismo. Si en los tablaos se ha perdido o no se entiende el "quejío" de la gente, con el academicismo se ha querido meter al cante en un museo, disecándolo fríamente con normas de que si las manos tienen que volverse así, o de si la seguidilla tiene tantos tercios ... ; entonces quien la canta no se expresa sinceramente y para esto hace falta una entrega física, un dolor y un sufrimiento que es necesario sentir."
-«Además, el acadecimismo -añade Angelines- quiere ponerle regla a algo que no lo tiene. No hay nada más libre ni más contestatario que una bulería.»
Quejío se mueve a impulsos de la improvisación y de la búsqueda de un clima. El canto no tiene cadenas académicas ni normas puristas, pero sí las gruesas cuerdas de la opresión que maniatan el arte y la rebeldía:
Dame la guadaña que se me ha caído
y el josino viejo que no me ha servío.
La guadaña y la hoz se blanden justicieras por encima de los espectadores, pero alguien de voz ronca vuelve a tirar de las cuerdas y ahoga la rebelión con la 'fuerza. Todo el espectáculo tiene un ritmo ritual de ceremonia lenta, abierta a la iniciativa de cada uno, nunca cerrada en rúbricas.
«El andaluz lleva el rito dentro, es como una forma de expresarse. Le acompaña siempre esa lentitud, en el trabajo, en la vida... Por eso es una parte muy importante de nuestro estudio cuando hemos intentado recuperar la situación perdida del cante. El rito te ayuda a darte cuenta de que sufres y por qué. Es como cuando tienes una herida y la aprietas y sabes así, de manera más fuerte, que no te escapas del sufrimiento.»
Ellos lo llaman «mostrarse,., y nada es más sencillo. Nadie tiene que ponerse a interpretar, nadie tiene que adoptar papeles, cada uno sale y se muestra como es, sin contradicciones. Ahí radica el carácter de sinceridad de su trabajo. Hablamos, para terminar, del público, un público burgués, que acude a la una y media de la madrugada y paga unas entradas inasequibles para otros sectores de estudiantes u obreros, (Hay una sesión los sábados a las cinco y ellos notan la diferencia del público y dicen que se entregan de lleno a la actuación.) Pregunto por las reacciones de la gente:
«Algunos llegan con la idea de que esto es un tablao flamenco y apenas se reponen del chasco. Otros se entregan al espectáculo y guardan silencio. Les vemos sudar, llorar, a veces hasta se levantan a tirar de las cuerdas o gritan que el bidón que hay que arrastrar es de todos.»
Este estudio dramático sobre los cantes y bailes de Andalucía es un importantísimo dato para comprender el desarraigado y trivial flamenco de consumo. Este estudio riguroso empalma con los trabajos de Morente, Menese, Gerena..., que se han empeñado en reclamar la voz antigua de la tierra. Desde el punto de vista teatral este trabajo pone al descubierto las raíces dramáticas del cante, sus insondadas posibilidades y la necesidad de bajar a este nivel atávico cuando se quiera pensar en un teatro del y para el pueblo.
[i] 1 Los lectores de RESEÑA conocen los orlgenes y los trabajos del "Teatro Estudio Lebrijano", sobre todo su último montaje, Oratorio, con el que participaron en el Festival Internacional de Madrid, el mes de noviembre pasado. Ver RESEÑA, número 34 (abril 1970), págs. 248-249, y número 50 (diciembre 1971), págs. 06-609.

MOISÉ PÉREZ COTERILLO
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