RUDDIGORE O LA ESTIRPE MALDITA
INELIGENTE ADAPTACIÓN A "CALZÓN QUITADO"
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FOTO: LAULA GUERRERO Y SANTI ROMERO |
En la Sala Pequeña del Teatro Fernán Gómez llega una comedia musical: Ruddigore o la estirpe maldita. Puede extrañar, acostumbrados como estamos a los grandes musicales en la Gran Vía o a los vistosos montajes de zarzuela en el Teatro de la Zarzuela. Es común la opinión de que un musical necesita de una gran parafernalia. En principio sí. No obstante la Compañía EGOSteatre nos muestra que con 6 actores, una cámara oscura y un piano como orquesta, puede ofrecerse un musical apetitoso.
Este musical, llamémosle de bolsillo, ya tuvo unos antecedentes con El dúo de la Africana y La Corte del Faraón, venidos de las tierras catalanas. Aquellos montajes acudían también al piano como mundo orquestal, pero contaban con decorados en toda regla y con coros. Aquí se ha ido más lejos. Son seis y sólo seis más el pianista quienes arremeten con el musical Ruddigore o la estirpe maldita proveniente de la firma Gillbert & Sullivan y que para una información más amplia basta clikear aquí.
La firma Gillbert & Sullivan la conocimos a través del grupo Dagoll-Dagom (Cataluña) con El Mikado y Los piratas Penzam. Aquellos montajes contaban con amplio escenario y un grupo nutrido de actores. Ruddigore ha preferido un minimalismo teñido de negro aludiendo a una estética gótica.
Las crónicas de la época hablan de que probablemente las ironías de Gillbert & Sullivan llegaron con Ruddigore a un tope que los bien-pensantes victorianos no soportaron. Parece ser que le dieron la espalda. El tema era un tanto macabro y la posible crítica social no gustaba mucho.
La cosa va de una pequeña ciudad costera que cuenta con una atracción: un barón, Ruddigore, un tanto peculiar. Tiene que matar todos los días a una doncella para que él no sufra una muerte a la que le precede una agonía espantosa y terrible. En realidad no es un criminal, sino que se defiende de una maldición secular. El sacrificio de la doncella ha sido asimilado por los lugareños, sobre todo cuando este acontecimiento ha traído un suculento número de turistas que dan trabajo a todo el pueblo. El barón, en su afán de regeneración, decide no matar. Los turistas ya no vienen y el dinero se esfuma. Es entonces cuando el pueblo le pide que vuelva a matar. Por el momento no conviene desvelar mucho más, porque la historia tiene su intriga.
EGOSteatre ha hecho su adaptación no solo a seis personajes – en el original son 14 personajes -, sino que ha cortado aquí y allá tanto en el texto como en la parte musical, así como variado el final. También lo macabro lo ha llenado de humor gótico en la línea de La Familia Munster o La Familia Adams.
No sé si Gillbert & Sullivan se inspiraron en San Jorge, pero algo de eso hay. San Jorge es figura mítica en Inglaterra, - también en Cataluña - y según la tradición legendaria vino a salvar a un pueblo pagano de una amenaza: Un dragón solamente podía ser calmado con el sacrificio de una doncella. San Jorge, en su blanco “corcel”, vino a luchar contra el dragón, y de ese modo salva a la hija del Rey, a la que le había tocado su turno. Todos esperamos que Jorge se casara con la princesa. No es así. Pide que se conviertan al cristianismo y galopa hacia otros confines. Aquí Ruddigore encarnaría a ese dragón, y también un nuevo San Jorge, que no vamos a desvelar, resuelve el problema, aunque no es tan altruista como el mítico San Jorge.
La anécdota de doncella sacrificada hace girar en torno de ella a todos los lugareños y vamos descubriendo las miserias y egoísmos de todo ellos. Ruddigore es el cabeza de turco en cuanto a la maldad, pero no son menos malvados los demás. De este modo aparece una sociedad que se rige por convencionalismos y literalismos, con lo cual el inocente musical se convierte en la crítica de una sociedad, a través de los ridículos comportamientos de sus habitantes claves. En la versión de EGOSteatre – un tanto brechtiana – a cada personaje se le ha adjudicado un símbolo. Tal símbolo es altamente significativo. Por ejemplo el librito de Principios y Normas de Rose – libritos existentes y muy queridos en el siglo XIX y primera mitad del s. XX -, reflejan los principios morales y de costumbres que regían la sociedad de la época, auténticos corsés que torturaban a las personas y muy alejados de las necesidades vitales de las personas. Algo similar a lo que hoy sucede con ciertas leyes poco inteligentes que no contemplar los derechos de todo el colectivo y sus consecuencias laborales. Rose, una ingenua doncella, obediente a los principios de sus mayores, descubrirá este desajuste y encuentra la solución: arrancar la hoja que no se adecua a la vida. Otras veces el texto de Guilbert descubre la hipocresía de ciertas instituciones: la tía Hanna, presidenta de la Asociación familiar y cuidadora exigente de que Rose sea una buena cumplidora de los principios, necesita entonarse con un buen trago de una bebida alcohólica – ¿alusión a la ginebra regia de la época? -, pero esto que no es más que una concesión a la debilidad humana y se podría disculpar, llega a la incongruencia cuando pide a Ruddiogre que siga matando para que el turismo no decaiga. El dinero se impone sobre cualquier utopía, algo que sigue vigente en nuestras sociedades. Basta echar una mirada a los convenios internacionales que obligan a los Estados y demás colectivos a ser a cómplices silencios. Esta es, posiblemente, la crítica más de bulto que escandalizó a aquella época victoriana inglesa y que sigue interrogándonos en la actualidad.
También hay otra crítica más sutil a través de cada personaje. La ingenua, enamorada y bella Rose jugará entre el apocado granjero Robin y el chulesco marino Richard, llegado de “allende los mares” son toda su fanfarronería. Su pizquita de ambición es la que guía su existencia. Margareth la loca, seducida y abandonada por el barón Ruddigore y cargando con un feto, es posiblemente el personaje con cierta pureza, pero la relación Ruddigore – noble – con Margareth – plebeya -, bien podría ser un reflejo de algo muy común a lo largo de la historia: el aquí te pillo y aquí te mato por parte de los poderosos y olvidar compromisos y responsabilidades.
Podría objetarse que tal crítica es sacar las cosas de quicio ante la ingenuidad de lo que es simplemente una comedia musical. Se suele decir que los libretos de la comedia musical suelen ser frívolos: Sí y no. En el caso de Ruddigore el público de la época lo rechazó por su crítica de moral de costumbres y por su escabrosidad: muertos, fetos, intrigas.
EGOSteatre ha revisado texto y nueva concepción del musical que se puede definir como Musical de Cámara o de pequeño formato. Esto no le quita su gran poder de comunicación con el público, tal vez lo más notable, y la audiencia de público joven que conecta con el espectáculo. Público, por otra parte, nada proclive a aguantar el “mundo de la lírica”.
Han vestido la obra de ese negro gótico, furor hace unos años entre la juventud y que todavía sigue, aunque en menor grado. Tal estética de color se casa con el maquillaje ad hoc: rostros blancos con trazos negros. Recurso de Brecht en sus máscaras para los actores, así como estética del terror cinematográfico. El concepto de “espectáculo” lo apuntan con lentejuelas- negras también – en los corpiños de unos y otros. Esta negritud se acomoda a la clave de cierto terror “gore” y lo que el subtítulo insinúa: “Musical sobrenatural”. Funciona bien, aunque – habría que verlo – si la acidez de la historia no sería más fuerte con un tratamiento estético más realista. Aquí la mencionada “acidez”, en clave de esperpento y con aparente ligereza o toma en burla, también se hace presente. Hay que alabar el diseño de los figurines que nos sugieren el vestuario decimonónico, sin que llegue a ser realista.
Otro de los aspectos relevantes es el haber conseguido una gran comunicación con el público. Utilizan el tradicional “aparte” teatral, pero en esta ocasión posee una gran fuerza, hasta el punto de convertir al espectador en un personaje más sin que éste tenga que bajar al escenario. (Estamos en gradas y el escenario es el suelo de la sala). El mismo tratamiento tiene el coro – formado por los 6 actores, que, en esos momentos, dejan de lado sus personajes respectivos - poseen esta cualidad.
El nivel interpretativo de los seis actores es muy bueno tanto en la parte hablada como musical, en tono de farsa y con dejes clownescos. Así mismo hay un buen despliegue del movimiento tanto individual como coreográfico. Las voces que exige la partitura original transitan por las tesituras de tenor, soprano, mezzosoprano, bajo y barítono y en la línea lírico-operístico de la época. Los seis intérpretes cuentan con una buena calidad de voz y con un más que suficiente registro, que combina la lírica tradicional con un modo más cercano a las voces de la canción de la comedia musical de hoy, haciendo inteligible el texto. Esto lo consiguen aportando una buena dosis de interpretación, dejando aparte florituras canoras de lucimiento vacuo. La prueba de fuego en los concertantes – discretos en número - la superan con creces. Se agradece – las dimensiones reducidas de la sala lo permite – el no usar la electrónica, aunque para espacios más amplios sí la han llegado a utilizar.
Francesc Mora y su hermano Albert Mora (Richard, el marinero en la obra) se han encargado de los arreglos musicales. Aunque Francesc ha declarado que se ha seguido el estilo musical, no obstante, creo que ha habido una adaptación de mayor modernización a favor de un poder mayor de comunicación musical e intelección del texto.
La orquesta se asume en un solo instrumento: el piano. En este espacio pequeño y cercano al espectador funciona bien y crea el clima adecuado. Las notas de un piano suenan terroríficas en las películas de terror.
Ruddigore de EGOStreatre es un bonito espectáculo, entretenido y divertido con soluciones dramáticas y escénicas acertadas. Nos gana la simpatía de sus personajes, bien comunicados por los actores. Es también un ejemplo de presentar el musical de otra forma más modesta, pero no menos comunicativa. Y hay algo más: se capta la juventud e ilusión de todos ellos y la falta de prejuicios sobre lo que debe ser un musical. Digamos que esta adaptación es “a calzón quitado”.
Esta fórmula de “pequeño formato” es un ejemplo para aquella compañías líricas - léase zarzuela, opereta -, que no pueden, por presupuesto, liarse con grandes montajes. Por lo general se presentan como un “quiero y no puedo”, en vez de revisar texto y música para crear otra versión, salvando lo primordial. Este es el acierto Rudigore o la estirpe maldita.
A pesar de todos estos valores en Ruddigore o la estirpe maldita, se intuye un musical que posee todos los ingredientes del Gran Musical al que se le añaden hasta efectos fantasmagóricos. Crítica, espectacularidad y magia sería las claves de un Ruddigore a lo grande. Posiblemente tendría la misma aceptación que El Fantasma de la Ópera y similares.
Título: Ruddigore o la estirpe maldita
(Versión libre de EGOSteatre de la obra Ruddigore or the witch’s curse, de W.S. Gilbert y sir Arthur Sullivan)Texto: Rubèn Montañá y Toni Sans
Letras de las canciones: Rubèn Montañá, Albert Mora, Toni Sans y Maria Santallusia
Música: Sir. Arthur Sullivan
Traducción al castellano: Anna Alborch, Rubèn Montañá, Albert Mora, Toni Sans, Maria Santallusia y Joan Maria Segura
Escenografía y vestuario: EGOSteatre
Caracterización y peluquería: Sonia Montañá
Diseño de iluminación: David Bofarull
Asesoramiento vocal: Maria Dolors Aldea
Asesoramiento de traducción del libreto original: Tim Finn
Diseño gráfico: Rubèn Montañá
Fotografía: Laula Guerrero y Santi Romero
Producción: EGOSproduccions
Espectáculo subvencionado por Instituto Nacional de las Artes Escénicas y de la Música, Institut Català de les Indústries Culturals (ICIC) y Institut Ramon Llull
Distribución: VANIA produccions
Agradecimientos: Quimeta Orpinell, Josep Maria Sans, Nieves Mallol, Joan Segura, Montse Sans, Núria Lloan, Ramon Ivars, Anna Tort, Rubèn Taltavull, Montse Gràcia, Begonya Ferrer, Sergio Parras, HAEMOPHAGIA, Microcosmos Teatre, 10 rals ximpleries teatrals, Escola Superior de Tècniques de les Arts de l’Espectacle (especialitat de so), El que ma queda de teatre y Joan Fernández
Intérpretes: Anna Alborch (Rose Maybud (una doncella del pueblo)), Lali Camps (Señora Hannah (tía de Rose y presidenta de la A.F.F.V)), Rubèn Montañá (Sir Ruthven Murgatroyd (conocido como Robin Oakapple, un joven granjero)), Albert Mora (Richard Dauntless (un marinero con buen corazón)), Maria Santallusia (Margaret La Loca (una novia loca)), Toni Sans (Sir Roderic Murgatroyd (un barón maldito de Ruddigore)), Francesc Mora (Pianista (un virtuoso de la tecla)).
Arreglos y dirección musical: Francesc Mora y Albert Mora
Dirección Escénica y Coreografía: Joan Maria Segura Bernadas
Duración: 1h 40 min
Estreno en Madrid: Teatro Fernán Gómez, Sala Pequeña, 16 – II - 2011
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TONI SANS / MARIA SANTALLUSIA |
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LALI CAMPS / RUBÈN MONTAÑÁ |
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ANNA ALBORCH / ALBERT MORA |
FOTOS: LAULA GUERRERO Y SANTI ROMERO |
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