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RESEÑA, 2001 NUM. 325, pp. 35 -36 |
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EL ALCALDE DE ZALAMEA
OTRA MIRADA
Sergi Belbel surgió en el panorama teatral como capaz de lanzar otra mirada sobre los montajes tradicionales. En esta ocasión retoma la la figura de Pedro Crespo, personaje mítico dentro de la tradición del Siglo de Oro.
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FOTO: ROS RIBAS |
Es evidente que Calderón no logró el rango de clásico universal gracias a sus textos «al modo de Lope», ni por sus ingeniosos caprichos mitológicos-fantásticos para gozo y derroche de la Corte. Ambas «concesiones» no son más que ganapanerías que escoltan lo mejor de su talento: autos sacramentales, el monumento de La vida es sueño y sus determinantes incursiones en el pleito nacional de entonces, el honor social junto/frente al individual. El Alcalde de Zalamea culmina este último apartado.
No parece justificable a estas alturas desentrañar una vez más los pormenores de la conocida leyenda. Baste con recordar la figura del villano Pedro Crespo, su limpieza de sangre, su pulcra postura ante la pérdida de la honra de su hija, brutalmente forzada por la pasión de un capitán de los gloriosos ejércitos españoles. Desde su posición de alcalde, imparte una justicia natural ordenando la ejecución del oficial y el posterior restablecimiento del orden social. Por encima de la peripecia tan cara a nuestro Barroco, la figura de Pedro Crespo aparece como espejo de modernidad, superando las convenciones de la época. Quizá sea el primer ejemplo de "padre» emblemático en la historia de nuestro teatro.
Nos interesa hoy, sobre todo, observar cómo toda pieza dramática maestra, porosa, abierta y ejemplarizante, permite a sus re-creadores penetrar en un concierto perfectamente transportable a diferentes momentos y modelos de espectador. Sergi Belbel respeta íntegramente el texto; se limita, que no es poco, a forjar un particular espacio escénico y a reforzar o difuminar, según convenga a sus criterios, determinados rasgos de los personajes. Gracias a una atmósfera descaradamente simbólica logra la aparente paradoja de que la realidad de aquellas rudas tierras queda más y mejor consolidada.
Se nos introduce en una rocosa cueva en cuyas paredes se contemplan pinturas rupestres. Espacio primigenio, muy apropiado a una España de contundentes rasgos medievales. La insinuación no queda ahí: para quienes puedan alargar su imaginación, la Caverna de Platón no les resultará ajena. La sociedad española permanece anclada entre las engañosas sombras del pasado. Alguien, no obstante, podría ascender hasta la superficie por medio de un conducto cilíndrico que penetra en la tierra y se eleva como un rayo de luz azulada capaz de iluminar nuestro futuro.
El resplandor del fuego -vida, profundidad, hoguera de pasiones- ilumina intermitentemente el espacio. Los personajes, en consecuencia, no pueden asentarse con sosiego en un contexto a punto de hervir bajo sus pies y sobre sus cabezas. Donde Sergi Belbel permite que los personajes transcurran fieles a su autor (Rebolledo, Pepe Viyuela; la Chispa, Clara Segura; Don Mendo, José Luis Santos; Nuño, Camilo Rodríguez), los actores logran un crédito absoluto. Pero cuando el director fuerza la intensidad del drama, aparece un desajuste de discutibles resultados. Pedro Crespo, desposeído de toda solemnidad, extrema sus rasgos rurales y allí donde la hondura de su pensamiento necesita imponerse, Roberto Quintana no tiene más remedio que recurrir al grito, al aspaviento contrario a lo requerido por el Alcalde. Sus hijos, Juan y la inocente Isabel, en esta misma línea, rozan peligrosamente el melodrama. Frente a ellos, Don Lope, el Rey Felipe II y Don Álvaro corren el riesgo, en el mantenimiento de sus grandilocuentes composturas, de resultar un punto farsescos.
Pese a esta discutible interpretación de ciertos caracteres, el espectáculo resulta cercano, cálido, nítido en emociones y esclarecedor del discurso calderoniano.
Título: El Alcalde de Zalamea Autor: Pedro Calderón de la Barca
Intérpretes: Raúl Pazos, Jordi Dauder, Óscar Rabadán, Paul Redondo, Pepe Viyuela, Clara Segura, Roberto Quintana, Fermín Casado, Carmen del Valle, Mónica Aybar, José Luis Santos, Camilo Rodríguez, José Ramón Muñoz, Bruno Oro, José Luis Massó, Joan Artés, Néstor Busquets, Marc Elías, Óscar Moles
Escenografía: José Manuel Castanheria
Compañía Nacional de Teatro Clásico en coproducción con El Teatre Nacional de Catalunya
Director: Sergi Belbel.
Estreno en Madrid: Teatro de la Comedia, 29 – XII - 2000
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FOTOS: ROS RIBAS |
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Miguel Medina Vicario Copyright©medinavicario
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