RESEÑA, (OCTUBRE 2003)
NUM. 353, pp.15 |
ESPERANDO A GODOT
TERNURA E IRONÍA
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Título: Esperando a Godot.
Autor: Samuel Beckett.
Dirección: Jonathan Young, Juan López Berza.
Espacio escénico: Elena González.
Vestuario: Elena Revuelta y Marta Vega.
Iluminación: Baltasar Patiño.
Intérpretes: Jorge Padín, Juan Monedero, Ángel Simón, Juan López Berzal, Kike Martín.
Estreno en Madrid: El Canto de la Cabra, 13-8-2003.
El Canto de la Cabra inauguró su primera temporada de teatro al aire libre con un montaje de Esperando a Godot. Han transcurrido ya unos cuantos años y la costumbre de hacer teatro en el patio anejo al edificio de la sala se ha consolidado. Por este espacio han pasado espectáculos de muy diferente factura, aunque todos ellos ligados a la línea estética de la sala: comprometidos, entrañables, arriesgados, próximos al espectador y basados en conceptos que presentan alguna afinidad con las formas de la vanguardia histórica y de sus continuadores. Quizás sobre la decisión de comenzar con Esperando a Godot pesó la afortunada circunstancia del árbol que preside el patio, o quizás se considerara la condición emblemática de este texto, que inicia una nueva etapa en la historia del teatro. En cualquier caso, aquel montaje de la compañía titular de la sala tenía mucho de homenaje y de comienzo de un ciclo, que, felizmente, se ha seguido desarrollando. Y este verano ha vuelto Esperando a Godot, de la mano de otra compañía Ultramarinos de Lucas. Su espectáculo, que lleva ya algún tiempo exhibiéndose en distintos escenarios españoles, venía precedido de comentarios elogiosos.
Este trabajo de Ultramarinos Lucas se caracteriza por la sencillez de la propuesta, que dota al espectáculo de claridad y permite que ese inagotable texto fluya y ofrezca sus sugerencias y sus enigmas al espectador. Este criterio, ponderado y ejecutado con limpieza, constituye en mi opinión el mérito mayor del grupo a la hora de abordar esta obra de Beckett. No le falta, sin embargo, al montaje personalidad propia, que se advierte en la mirada tierna, ingenua e irónica de los personajes y de la situación. Se ha buscado un sutil equilibrio entre la gravedad y el humor, que busca emular la convivencia de esos dos planos en el texto de Beckett, y se ha procurado expresar mediante elementos tomados del juego, del lenguaje infantil o del mundo del clown, que se combinan con técnicas de trabajo más próximas al expresionismo o hasta al naturalismo. Se trata de un montaje ecléctico, con un cierto colorido naif y con un tono moderadamente festivo, que nunca cede en su nivel de exigencia ni se desequilibra hacia ninguno de los planos que lo componen, quizás porque desde el comienzo se ha tenido claro el objetivo de que los perfiles de la historia de Beckett destaquen con nitidez y sea la palabra dramática la que llegue al espectador, dolorosa y entrañable, humorística e hiriente. Contribuyen muy eficazmente al desarrollo del espectáculo los aspectos plásticos: el espacio escénico, la iluminación o el vestuario, concordantes siempre con el espíritu que inspira el montaje.
La interpretación es, lógicamente, el otro pilar sobre el que descansa la propuesta. El resultado es aceptable. Se ha buscado un estilo propio y los actores se han acercado al texto de Beckett con respeto y con rigor. No se alcanza la brillantez ni los actores consiguen desvelar aspectos inéditos de los personajes, ni tampoco encuentran formas radicalmente nuevas de expresar las situaciones dramáticas en que se hallan. No es fácil afrontar la interpretación de estos seres imaginados por Beckett, ni tampoco sostenerlos con energía durante una función que exige demasiado de los actores que representan a Vladimir y a Estragón. Por eso no es extraño que la tensión decaiga levemente en algunos momentos, ni tampoco que el espectador tenga la sensación de que hacía falta algo más para llegar a las simas en las que intuimos que se encuentran los seres beckettianos. Pero sí advertimos solvencia y hasta un notable encanto y simpatía a la hora de encarnarlos por parte de estos actores y su esfuerzo merece reconocimiento y hasta admiración.
En definitiva, nos encontramos ante una propuesta llevada con buen pulso, con ritmo adecuado, quizás modesta, pero realizada con tino, con profesionalidad y con buen gusto. Este trabajo no supera el espectáculo ejemplar que el Lliure exhibió hace unos años, pero es también una puesta en escena imprescindible para quienes sigan la trayectoria de Beckett en España o para quienes se acerquen por primera vez a este texto cuya potencia dramática está muy lejos todavía de agotarse.
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