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Flor de Otoño. Crítica. PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Jueves, 29 de Abril de 2010 07:48
FLOR DE OTOÑO
UNA FLOR LOZANA

[2005-10-14]

En la Barcelona de los años treinta, el Barrio Chino era feudo de maleantes, matones a sueldo, prostitutas e individuos de todas las procedencias varados en él tras haber recorrido el mundo sin ninguna fortuna.

FLOR DE OTOÑO
UNA FLOR LOZANA


FOTO: MERCEDES RODRÍGUEZ

Título: Flor de Otoño.
Autor: José María Rodríguez Méndez.
Versión: María José García.
Escenografía: Cecilia Hernández Molano y Natalia de la Torre.
Vestuario: Rafael Garrigós.
Música y arreglos: José Antonio Montaño.
Iluminación: Mario Gas y Paco Ariza.
Realizador de video: Álvaro Luna.
Intérpretes: Beatriz Amezúa, Pedro Almagro, Ángel Amorós, María Asquerino, Carmen Belloch, Juan Calot, Sergio Castelar, Vicente Díez, Cesareo Estébanez, Ana Frau, Trinidad Iglesias, Paco Maestre, Fele Martínez, Nacho Medina, Zulima Memba, Jeannine Mestre, José Antonio Montaño, Roberto Mori, Juanma Navas, Miguel Palenzuela, Francisco Piquer, Juan Portilla, Pep Sais, Ruth Salas y Román Sánchez Gregory.
Voces en off: Constantino Romero, Santiago Ramos y Beatriz Díaz.
Dirección: Ignacio García
Producción: Centro Dramático Nacional.
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (Centro Dramático Nacional) 22 –IX -2005.


En la Barcelona de los años treinta, el Barrio Chino era feudo de maleantes, matones a sueldo, prostitutas e individuos de todas las procedencias varados en él tras haber recorrido el mundo sin ninguna fortuna. Situado entre las Ramblas y el Paralelo, era un dédalo de peligrosas y sucias calles en las que abundaban los comercios cutres, las pensiones de medio pelo, academias de canto y baile y un sinfín de tugurios en los que se ofrecían espectáculos de variedades. Entre las más apreciadas por el público figuraban las protagonizadas por trasformistas, que, entre otras habilidades, imitaban, con mayor o menor fortuna, a las estrellas más famosas. En uno de aquellos locales, La Criolla, tuvo lugar un crimen sonado, que tuvo gran eco en la prensa. En uno de sus reservados, apareció, cosido a puñaladas, el cadáver de un travesti llamado Antonio Puig, apodado La Asturianita. Las investigaciones policiales apuntaron hacia el crimen pasional, pero no descartaron que hubieran participado en él elementos anarquistas. Nuevos datos implicaron en el hecho a Lluiset de Serracant, miembro de una acomodada familia catalana, que llevaba una doble vida. De día era un prestigioso abogado, bien trajeado y de exquisitos modales; de noche, vestido de mujer, maquillado y con los labios pintados en forma de corazón, una famosa estrella del Paralelo conocida por Flor de Otoño. Adicto a las drogas y homosexual, a las orgías en que participaba, añadía su relación con pistoleros del sindicato libre. Su implicación en un oscuro suceso ocurrido en el cuartel de Atarazanas, en el que fueron robadas armas y municiones, le llevó a ser juzgado y pasado por las armas en el castillo de Montjuith.
 


FOTO: MERCEDES RODRÍGUEZ
Esa historia es la que Rodríguez Méndez cuenta en Flor de Otoño. Escribió la obra en 1972 y la definió como tragicomedia documental. Fiel a su interés por los desheredados de la sociedad y los que, sin serlo, se mueven en sus aledaños, logró el que, para muchos, es su mejor texto dramático. La sombra de Valle, perceptible tanto en los diálogos como en las prolijas y riquísimas acotaciones, planea sobre él y borra lo que de sainete o naturalismo costumbrista pudiera haber en alguna de sus anteriores propuestas. Estudiosos como Cesar Oliva, han señalado como elementos positivos de la obra el gusto por la alternancia estética, el humor y la variedad temática. Sus protagonistas, dice refiriéndose no sólo a Flor de Otoño, sino a los de otras piezas, son víctimas de la historia, más que de sus propios destinos. “No mueren para remediar ningún conflicto, como los héroes románticos, sino como víctimas de una leyenda negra y terrible, que transparenta la realidad social en que fue escrita, a modo de metáfora histórica en donde la parte negativa la siguen llevando policías, militares y oportunistas”.

¿Qué porvenir aguarda a este drama?, se preguntaba Lázaro Carreter al año siguiente de su escritura, teniendo en cuenta las dificultades para su puesta en escena y el escaso interés mostrado hacia su producción por parte de los empresarios. Para vergüenza de éstos, llegó antes a las pantallas que a los escenarios. Al cine la llevó Pedro Olea en 1978, en una versión discreta y no del todo fiel al original que la inspiró. Se representó por vez primera a principios de los años ochenta de la mano de Antonio Díaz Zamora, que hizo una puesta en escena espectacular con un reparto de cincuenta actores. Hasta el 2003, no hubo más montajes importantes. Fue en Barcelona, en la desaparecida sala Artenbrut, en un austero montaje de Josep Costa. Escasa vida escénica para una de las mejores obras españolas del último tercio del pasado siglo. Por eso, es importante que el Centro Dramático Nacional la haya programado. Vista la representación, cualquier duda sobre la vigencia de Flor de Otoño ha quedado rotundamente despejada.

La puesta en escena de Ignacio García es más fiel a la literalidad del texto que a la viveza y al tinte grotesco que sugieren las acotaciones. Aquél se ha mantenido, aunque la inclusión en el programa de mano de María José García como responsable de la versión genera cierta confusión al respecto. Seguramente su labor ha sido la de traductora al español de los muchos parlamentos en catalán que hay en la obra. Un catalán que, en rigor, no es tal, sino, como dijo el propio autor, una lengua inventada por él, propia de Barcelona, una especie de lunfardo castellano catalán con incrustaciones de vocabulario portuario. Es el catalán fonético captado por el charnego Rodríguez Méndez en sus idas y venidas por las calles de la ciudad condal. La decisión de representar la obra en español ha sido oportuna, pues, si bien, la idea era reforzar el aire caricaturesco de la propuesta, lo cierto es que, como se vio en el montaje de Díaz Zamora, el público no bilingüe tiene dificultarles para entenderlo, y lo rechaza.

El ritmo que el director ha imprimido a la acción es lento, creando un ambiente excesivamente frío. El funcional decorado y la débil iluminación contribuyen a ello. Por otra parte, la existencia de un soporte escenográfico único facilita las transiciones, pero apenas sirve para recrear y definir adecuadamente todos los espacios en los que se desarrolla la historia. Salvo en el atrezzo y en algunos detalles mínimos, en poco se diferencia la casa del ensanche barcelonés en la que vive la madre del protagonista del cuartel de Atarazanas o de la cooperativa obrera del Poble Nou. Lejos queda de identificarse aquella vivienda con lo que demanda la acotación en la que se indica que el saloncito ha de decir el “qué”, el “como” y el “por qué” de la vida de sus habitantes: clase burguesa entre las burguesas.
 

FOTO: MERCEDES RODRÍGUEZ
El mayor acierto corresponde a la elección del reparto. Quizás hubiera sido conveniente hacerlo más extenso o añadir algunos figurantes para hacer más nutrida la clientela del cabaret o llenar de obreros el bar de la cooperativa del Poble Nou. En todo caso, los actores que están responden a lo que sus trayectorias profesionales prometen, a veces en papeles pequeños para su categoría. Brilla con luz propia, erigiéndose en la verdadera protagonista, Jeaninne Mestre, en el papel de doña Nuria, la madre de Lluiset. La transición desde la caricatura de una burguesa decadente y puritana, celosa de los privilegios de su clase, a la mujer comprensiva y dulce que vemos cuando está a punto de consumarse el trágico destino de su hijo, es una lección de interpretación dramática inolvidable. A Fele Martínez, que resuelve bien las dificultades de mostrar la doble personalidad de Flor de Otoño, hay que elogiarle que, en la que muestra su lado canalla, haya evitado los excesos en que tan fácil es caer. Del resto de los actores, Trinidad Iglesias, que hace el papel de una cupletista, personaje creado para este montaje, se ganó, desde su primera aparición en escena, con su gran vis cómica, la simpatía del público.

 

 

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JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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