RESEÑA, 1992
NUM. 227, pp. 26
|
LA REVOLTOSA/EL BATEO
Rompiendo la rutina
Con motivo del Madrid Capital Europea de la Cultura 1992, se programó en el Teatro Madrid un ciclo de Zarzuelas madrileñas. Se rescataron algunos títulos insólitos. Emilio Sagi dirigió un programa doble: La Revoltosa y El Bateo. La peculiaridad consistió en una Revoltosa en blanco, tanto en la escenografía como en el vestuario para ir llenando el ambiente de color, paulatinamente, al pasar e El Bateo.
|
Título: La revoltosa
Autor: J. López S. y C. Fdez. Shaw
Música: Ruperto Chapí
Intérpretes: María José Montiel (Mari Pepa), Ana María Leoz (Soledad), Manuel Lanza (Felipe), Héctor Colomer (Candelas), Elisenda Ribas (Gorgonia), Francisco Cecilia (Cándido)
Título: El bateo
Autor: A. Paso y A. Domínguez
Música: Federico Chueca
Intérpretes: Milagros Martín (Visita), Flora María Alvaro (Nieves) Amparo Soto (Valeriana), Luis Alvarez (Wamba), Enrique del Portal (Virginio)
Escenografía: Carmina Burana
Vestuario: Alfonso Barajas
Iluminación: J. L. Rodríguez Moreno
Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid
Coreografía: Goyo Montero
Dirección musical: Odón Alonso
Dirección artística: Emilio Sagi
Estreno en Madrid: Teatro Madrid, I – III – 1992
|
|
El Teatro Madrid (en la Vaguada) no consiguió arrancar en septiembre. Lo logró en enero con un concierto y continuó en febrero con Los sobrinos del capitán Grant, producción del Teatro Arriaga de Bilbao. Comprendiendo el gran esfuerzo que el espectáculo supuso y sin dudar de la buena voluntad, habría que transcribir la crítica de su estreno en 1877. «Cuatro larguísimos actos... llegan a hacerse insoportables.» Era mejor silenciar el acontecimiento y esperar mejores vientos. Y llegaron de la mano de Emilio Sagi.
La revoltosa y El bateo han sido abordados con inteligente visión dramatúrgica por parte de Sagi. Sin meterse en los costes del Teatro de la Zarzuela, es un ejemplo de por dónde puede ir el espectáculo para llegar a una digna brillantez. Cuenta con dos grandes virtudes: el buen gusto y la dirección escénica.
Con las dos obritas, de más cuerpo la primera que la segunda, se conforma un todo, aunque bien diferenciado. Se unen por el Madrid popular, en cuanto historias y personajes, una espléndida escenografía (fachada de un vecindario que al levantarse muestra un estilizado y sugerente patio de vecindad para La revoltosa, el cual se transforma en salón para El bateo) y el vestuario blanco.
El tratamiento de La revoltosa ha buscado lo intemporal, lo estilizado y poético, más que lo populista y costumbrista. Y le va, una vez que visualmente ha recurrido al blanco. Esta como sublimación se prolonga hasta El bateo, que se llena gradualmente de colorido.
Se constata una auténtica dirección de actores tanto en las partes habladas como en las musicales, graduando el protagonismo de cada situación en concreto. No todo el elenco responde con la misma eficacia, pero eso son «lunarcitos» como los de Mari Pepa, que en nada empañan el escaparate.
Importa destacar la visión que escénicamente da Sagi a los preludios y a los intermedios cuya plástica suele ser el telón bajado, para que el espectador oiga la música y no se distraiga con otras cosas. La fiebre del musical americano llevó, a finales de los años 50, a coreografiar los preludios con cierta distracción «antimusical». Sagi da preferencia a la música (lógico), pero inicia la acción discretamente, sin que cobre protagonismo hasta el inicio de la acción dramática (la antigua levantada de telón).
Matiza más su dirección. Traslada visualmente al coro el sentimiento de la canción (como por ejemplo, el «Me da frío» de Soledad se amplía al escalofrío coral) o bien dosifica las intervenciones de danza y canto en una especie de montaje alterno según convenga. Asimismo, aprovecha los fragmentos orquestales entre los cantables (siempre peligrosos como tiempos muertos en los actores) para narrar los sentimientos o las acciones, de modo que los convierte en banda sonora al estilo cinematográfico.
En ambas obras sabe encontrar la construcción del grupo coral, huyendo del estaticismo o de la dispersión de movimientos. Espléndida plástica, por lo difícil, la del coro en el arranque de El bateo.
Con este montaje Emilio Sagi y su equipo desempolvan los legajos del pasado y los sacan de la rutina zarzuelera.
Los cantantes son de joven hornada: María José Montiel (Mari Pepa) voz con momentos de gran calidad, no desdora la interpretación. Milagros Martín (Visita) habitual en la Zarzuela, muestra su larga experiencia en el género, a pesar de su juventud. Segura y firme en voz, se pierde en los bajos (o es la acústica, desigual a tenor de la ubicación del cantante). Más brillante resultó el barítono Manuel Lanza, que ofrece una tesitura de voz de espléndidas calidades. Enrique del Portal (Virginio) y Ana María Leoz (Soledad), resultaron voces de lujo para sus personajes. Luis Álvarez (Wamba), ejemplar en sus coplas tanto a nivel vocal como interpretativo. Incluso Paco Cecilio (Cándido en La revoltosa), supo contener su rutinaria comicidad de otras veces.
Odón Alonso sacó bastante más que dignidad de la orquesta formada por cuarenta y tantos elementos. Los coros de la Comunidad de Madrid supieron también mantener esa dignidad tanto a nivel sonoro como interpretativo.
|