LAS DAMAS DE FERROL
UN MUNDO DE APARIENCIAS
MUESTRA DE TEATRO DE LAS AUTONOMÍAS 2003
RESEÑA 2003,
n 355 pp 14 – 15. |
Las damas de Ferrol se presentó en la Muestra del Teatro de las Autonomías de 2003, dirigida por el propio autor y por la Compañía teatro do Noroeste.
En aquella ocasión apareció una crítica de Jerónimo López Mozo en la revista Reseña, que aquí reproducimos con el consentimiento del autor y de la propia revista. |
Título: Las damas de Ferrol.
Autor y dirección: Eduardo Alonso.
Escenografía y vestuario: Equipo Teatro.
Música: Chefa Alonso.
Intérpretes: Luma Gómez y Elina Luaces.
Compañía: Teatro do Noroeste.
Estreno en Madrid: Círculo de Bellas Artes, 16 – 10 - 2003.
Tiene aires jardelianos el diálogo que mantienen las dos damas a las que alude el título, de las que nunca sabremos si son hermanas o las une alguna otra relación de parentesco o se trata de dos viejas amigas. Tampoco, lo que hay de verdad o de mentira en lo que cuentan, ni siquiera si viven o no en un sórdido caserón de Ferrol, pues en sus constantes y disparatadas trifulcas llegan a cuestionarse la propia existencia de la ciudad gallega. Apariencias y fantasías se mezclan y van haciendo cada vez más difícil conocer la realidad. Una de las mujeres vive postrada en una silla de ruedas, pero se levanta para coger una caja de galletas que su compañera cree haber puesto fuera de su alcance. Hablan continuamente de un hombre llamado Manolo, que fue marido de una de ellas y quizás amante de la otra, aunque, a veces, parece que se trata de un personaje imaginario, pues ninguna de las dos recuerda su existencia. Sin embargo, buena prueba de que tuvo una vida real es que, después de haber sido asesinado a hachazos por una de ellas, su cadáver troceado se conserva en el frigorífico y les sirve de consuelo.
Eduardo Alonso, autor y director de Las damas de Ferrol, rinde tributo al absurdo, en el que se mueve con soltura. El planteamiento inicial promete una velada interesante y rica en sorpresas, pero el duelo verbal de las dos mujeres se va desarrollando sin que la acción avance. Pronto queda reducido a un intercambio de insultos reiterados hasta la saciedad y a una sucesión de afirmaciones, sistemáticamente cuestionadas por la que las escucha, que, a fuerza de repetirse, conducen el espectáculo hacia la monotonía. Se alarga en exceso y la sorpresa que precede al desenlace llega demasiado tarde para que el espectador salga del tedio que se ha ido apoderando de él. Si éste no es mayor, se debe en buena medida al trabajo de las dos actrices. Luma Gómez es la falsa paralítica, la mandona que lleva las riendas de la casa. Postrada en la silla de ruedas, que viene a ser el particular trono desde el que ejerce el poder, pero que, al tiempo, limita su capacidad de movimientos, la expresión de su autoridad queda confiada a la severidad que transmite su rostro y a su voz enérgica. Su trabajo es estimable, como lo es el de Elina Luances, que se comporta como una anciana que ha vuelto a la infancia. Bajo su beatífico gesto de inocencia oculta la maldad de quien sabe que con sus inventos y mentiras hace daño.
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Jerónimo López Mozo
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