CUENTO DE ABRIL
NO ES UN CUENTO DE HADAS
Título: Cuento de abril.
Autor: Ramón María del Valle-Inclán.
Iluminación (diseño y realización): Raúl Luján.
Vestuario (diseño y realización): Puntocero.
Escenografía (diseño): Miguel Torres.
Escenografía (diseño y realización): Puntocero.
Fotografía: Salvador Navas.
Producción: Esperanza Alonso.
Compañía: EspaciOscuro.
Intérpretes: Pedro Ampudia (Pere de la Vida),
Nuria Garrudo (Azafata),
Abraham López Guerrero (El Infante),
Olga Martín-Meseguer (La princesa),
Sara Martínez (Azafata),
Arantza Matad (La “gitana”),
Alberto Panadero (Ballestero),
Miguel Sepúlveda (Ballestero)
y Maite Zahonero (La Dama de compañía).
Dirección: Miguel Torres
Duración: 70 minutos
Estreno en Madrid: Teatro Lagrada, 3 – VI - 2006. |
FOTO: SALVADOR NAVAS |
Suele suceder con los grandes dramaturgos con una obra extensa en su haber que su repertorio representado va mermando paulatinamente hasta quedar reducido a unos cuantos títulos. Es el caso de Lope de Vega o de Calderón y, entre los contemporáneos, de Benavente, Jardiel Poncela y Buero Vallejo. En el de Valle Inclán, es verdad que son numerosos los textos que llegan a los escenarios, sobre todo Luces de bohemia, Las comedias bárbaras y los mejores esperpentos. Pero otros muchos apenas han dejado huella en las tablas y las ediciones van desapareciendo de las librerías. Las bibliotecas son su último refugio y a ellas no suele acudir a buscarlos el lector común. Más esas obras, a veces menores, forman parte de nuestro patrimonio dramático y sería bueno que, de cuando en cuando, se pusieran en escena. Desde el punto de vista económico la rentabilidad suele ser nula, por lo que la tarea debería recaer sobre los teatros públicos, sobre todo ahora que, además de las salas principales, disponen de otras con aforos reducidos. Pero eso no sucede y hay que lamentarlo. Lo sorprendente es que una compañía modesta asuma esa función y muestre su trabajo en una sala alternativa. Es el caso de Espacioscuro, que, bajo la dirección de Miguel Torres, ha montado Cuento de abril, de Valle Inclán, en el Teatro Lagrada.
Cuento de abril vio la luz en 1909, al mismo tiempo que La farsa infantil de la cabeza del dragón y con posterioridad a obras tan importantes como Águila de blasón y Romance de lobos. No se trata, pues, de un texto primerizo, aunque sí sea el primero en verso escrito para el teatro. Como recuerda Eduardo Pérez-Rasilla en el programa de mano no estamos ante una de las obras mayores de Valle, pero sí ante un producto digno de su talento y que muestra sus virtudes como dramaturgo. Cuento de abril nos propone un paseo por el modernismo cargado de una sensualidad a mitad de camino entre la inocencia y la perversidad. Pero también plantea el choque de dos culturas instaladas en el solar hispano. De un lado, la que cultiva la periferia, delicada, devota de la lírica, en la que el amor es un juego gozoso. De otro, la que impone el carácter de los recios castellanos, curtidos en las artes cinegéticas y en los campos de batalla, gente ascética más dada a los hechos que a las palabras. Valle mostró bajo esa envoltura modernista dos mundos opuestos e irreconciliables. El resultado fue un cuento más trágico que amable en el que el jardín placentero presidido por una sencillo surtidor de agua cristalina se convierte en un escenario sangriento.
FOTO: SALVADOR NAVAS |
Miguel Torres ha utilizado los recursos disponibles con la sabiduría de quienes saben que, cuando son escasos, no se puede depositar exclusivamente en ellos el buen fin del espectáculo. Así, la escenografía es elemental. Apenas tres elementos bastan para recrear el jardín en el que transcurre la acción: un enrejado con flores, un banco y una fuente. La representación viene a ser, pues, un notable ejercicio de actores, de jóvenes actores con buena escuela, cuyo principal reto es enfrentarse al difícil verso de Valle. Todos deben ser elogiados, desde los que asumen los principales papeles a los que interpretan a los personajes secundarios. Entre los primeros, Olga Martín-Meseguer, que es la princesa de Imberal, Pedro Ampudia, en el trovador, y Abraham López Guerrero, en el Infante de Castilla. Nuria Garrudo, Sara Martínez, Arantza Matud y Maite Zahonero son cuatro divertidas azafatas, y Alberto Panadero y Miguel Sepúlveda son dos rudos y lúbricos peones de ballesta. |
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