HYSTERIA

CONFUSIÓN DE GÉNEROS

Título: Hysteria.
Autor: Terry Johnson.
Traducción: Josep Costa.
Adaptación y dirección: John Malkovich.
Escenografía: Piere-François Limbosch.
Intérpretes: Abel Folk (Sigmund Freud), Isabel Serrano (Jessica), Enrique Alcídes (Salvador Dalí), Ricard Borrás (Abraham Yahuda), Elsa Álvaro (Ana).
Estreno en Madrid: Centro Cultural de la Villa, 12 – I- 2005.

Enrique Alcides (Dalí)
Isabel Serrano (Jessica)

Los ingredientes del espectáculo parecían prometedores. La dirección de John Malkovich y una historia que cuenta, a su vez, con un Freud huido a Londres, con Dalí que lo visita y con la noche de los cristales rotos y el nazismo que amenaza a Europa entera como marco de referencia, son reclamos suficientes para suscitar el interés del espectador. Sin embargo, la resolución que Hysteria propone para este teatralmente atractivo conjunto de personajes y situaciones desilusiona enseguida y la acción avanza lenta y previsiblemente hasta un desenlace poco brillante. En medio queda una amalgama de géneros y procedimientos insuficientemente trabados y no muy originales.

 


Abel Folk (Freud)
El hilo conductor de la trama viene determinado por un sueño de Freud, exiliado, envejecido y enfermo, en el que se le aparece un extraño y tenaz personaje que revive la historia de una de sus célebres pacientes, de quien resultará ser hija, y cuya presencia en la casa del psiquiatra vienés cuestiona la sinceridad y la coherencia de sus investigaciones y descubrimientos. El visitante inesperado, inoportuno e insistente cuenta con una larga tradición en el teatro y también es frecuente la dosificación progresiva de revelaciones comprometedoras para el anfitrión, pero ni siquiera estos recursos, de tan probada utilidad en la escena, funcionan aquí con la suficiente eficacia.

Tal vez se deba a ello a la irrupción de otro personaje, Dalí, que poco aporta realmente a la acción dramática, pues el dramaturgo y el director lo convierten en una suerte de bufón extravagante y grotesco, próximo a la imagen pública que Dalí ofrecía de sí mismo durante los últimos años de su vida. Y, por si esta combinación de los rasgos propios de la comedia dramática y de la comedia desenfadada y burlesca no resultara suficientemente dislocada, se hace derivar la trama por los caminos del vodevil, con sus desnudos, sus personajes escondidos en el cuarto de baño, los intercambios de ropas, los equívocos y los engaños forzados al personaje que irrumpe de forma inoportuna, en este caso el doctor Yahuda, amigo y médico de Freud. Tal cúmulo de mezclas da como resultado una acción desmayada e inane, que poco añade a lo que ya conocemos acerca de los personajes y que en nada contribuye a enriquecer sus perfiles, lo cual decepciona aún más cuando se trata de figuras históricas con aportaciones sustanciales a la historia de la Humanidad.
 
Los actores, esos sí, afrontan con seriedad y entrega sus papeles, aunque la dirección y el texto poco parecen ayudarles. Abel Folk encarna a un Freud, presente casi siempre en escena, y obligado a transitar de su condición de psiquiatra eminente y de anciano enfermo a la de apurado personaje de vodevil que ha de correr, esconder, mentir, improvisar y realizar toda la gama de acciones previsibles en el género. Otro tanto le ocurre Isabel Serrano, mujer atormentada que chantajea a Freud paseando o escondiendo su desnudo, o cubriéndose con prendas diversas. Por el contrario, Enrique Alcides se ve obligado a una imitación paródica del Dalí más conocido, insustancial e insoportable, a pesar de que sus bufonadas provoquen un seguro efecto cómico.
Ricard Borrás (A. Yahuda)

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Eduardo Pérez – Rasilla
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