LA HIJA DEL AIRE

RADIOGRAFÍA DEL PODER





Título: La hija del aire.
Autor: Pedro Calderón de la Barca.
Concepción, adaptación: Jorge Lavelli.
Escenografía: Pace.
Vestuario: Graciela Galán.
Iluminación: Roberto Traferri y Jorge Lavelli.
Composición y dirección musical: Gerardo Gandini.
Colaboración artística: Dominique Poulange.
Preparación vocal: Heli Saporiti.
Asistencia de dirección: Mónica López Muños.
Asistencia de vestuario: Marianela Gómez.
Diseño de sonido: Departamento de Grabación y Vídeo deñ CTBA.
Realización de vestuario, pelucas, calzado y utilería de mano: Talleres del teatro San Martín.
Administración de gira: Elsa Osorio.
Intérpretes: Blanca Portillo (Semiramis, Ninias), Joselo Bella (Licas), Marcelo Subiotto (Friso), Luis Herrera (Lidoro), Gustavo Böhm (Soldado I), Cutuli (Chato), Eleonora Wexle (Astrea)r, Paula Requejo (Libia), Pompeyo Audivert (Lisías), Alejandro Zanga (Flavio), Julieta Aure (Flora), Sergio Sioma (Un soldado), Daniel Esparza (Irán), Adrián Lamana (irán), Francisco Napoli (Un soldado y Anteo) y Emilia Paino (Dama de la corte, un soldado y Diana).
Músicos: Oscar Albrieu Roca (Percusión), Claudio Buccello (Clarinetes), Adrián Griffioen (Flautas), Leandro Kyrkiris (Violoncelo), José Luis Sánchez y Luis Isala (Trompetas).
Coproducción: Teatro San Martín de Buenos Aires y Teatro Español.
Coordinación de producción: Gustavo Schraider.
Dirección: Jorge Lavelli.
Estreno en Madrid: Teatro Español, 21-XII-2004.

Consta La hija del aire de dos partes. Semiramis es la protagonista de ambas. En la primera, Calderón describe el viaje que realiza desde la gruta en la que vive confinada hasta alcanzar el trono de Babilonia. Trata, pues, de la conquista del poder. En la segunda, ya instalada en él, el asunto gira en torno a su ejercicio y a la lucha que ha de mantener para no perderle. En ella, todo vale. Quien fue el fruto de la violación sufrida por su madre, la cual dio muerte al agresor antes de que ella naciera y murió durante el parto, llegó al mundo investida de una violencia que la acompañará el resto de sus días y que está presente en cada uno de sus actos. Esa víbora humana, como la llamó Calderón, no tendrá reparos en reinar con crueldad poco común y en aferrarse al trono, cuando el pueblo la rechaza, con argucias que confirman hasta que extremos puede llevar la desmedida pasión por el poder. Semiramis, en un acto de soberbia disfrazado de humilde acatamiento a la voluntad de sus vasallos, lejos de castigarlos, cede. Entrega la corona a su hijo Ninias. Poco después, aprovechándose del enorme parecido físico entre ambos, secuestrará al hijo, usurpara su personalidad y recuperará el gobierno del reino.

Siendo ésta una de las mejores tragedias de Calderón, no figura, como sucede con La vida es sueño, con la que tiene tantas semejanzas, entre las más representadas. Salvo algún montaje ocasional, poco probable y, en todo caso, de escasa repercusión, han tenido que transcurrir dos décadas largas para que La hija del aire haya subido de nuevo a un escenario. En la anterior ocasión lo hizo de la mano de Lluis Paqual, con Ana Belén como protagonista. Dada la extensión del texto, cuya representación completa duraría no menos de seis horas, se hizo una versión que dejaba el número de versos reducido a menos de la mitad de los creados por Calderón. Aunque la versión fue encomendada a un hombre del prestigio de Francisco Ruiz Ramón, gran conocedor de la obra del autor, el resultado quedó lejos de ser satisfactorio. Algún crítico consideró que el texto había derivado en esquema y que, en ese proceso, había sido privado del aliento poético que poseía y de su estructura alegórica, convirtiéndose en pura anécdota, en algo parecido a una lección de historia. Es posible que Jorge Lavelli, responsable de la puesta en escena que nos ocupa, haya tenido en cuenta tales antecedentes y, por dificultades materiales ligadas a la producción o ante el riesgo de desafiar la paciencia de un público reacio a los espectáculos largos, aunque este, a la postre, también lo sea, haya desistido de ofrecer una versión reducida de la tragedia. Desde cualquiera de esas perspectivas, es acertada su decisión de representar sólo una de las partes en las que se divide. Que la elegida haya sido la segunda, responde a su interés por mostrar, empleando sus propias palabras, la polifonía del poder, su fragilidad, excesos y contradicciones.

El palacio de Semiramis, en el que se desarrolla la acción, ha sido concebido por el escenógrafo Pace como un espacio semicircular que podría parecer una cárcel si no estuviera forrado de maderas nobles y, sobre todo, si las paredes no estuvieran salpicadas de huecos, tal vez inspirados en las puertas y balcones de los corrales de comedias, por los que asoman los personajes y nos llegan las voces del exterior. Es muy teatral esta escenografía, que otorga categoría de escenario al espacio central y convierte, las ventanas, en palcos desde los que seguir la acción. Y es muy teatral la interpretación, en la que los actores, apoyados en maquillajes que imprimen fuerza al gesto y vestidos con llamativas ropas intemporales, se comportan como muñecos. Es una elección comprometida, pero quizás obligada para soslayar las dificultades de encontrar una forma común de decir el verso en una compañía integrada por una actriz española que asume el papel protagonista y un nutrido grupo de actores argentinos. Así, sin necesidad de imposibles cuadraturas de círculos, Lavelli se aleja de polémicas que empiezan a resultar inútiles y brinda a todo el elenco la oportunidad de mostrar sus habilidades interpretativas, que no son pocas. El resultado de su trabajo es el esperado en un director que viene acreditando su talento desde hace años. Destaca una vez más su habitual refinamiento y el gran provecho que saca de los generosos medios que ponen a su disposición quiénes confían en él.

Capítulo aparte merece Blanca Portillo, cuya actuación seguramente sorprenderá a quienes sólo la conozcan a través de su intervención en una conocida serie televisiva. A ella debe seguramente su popularidad, pero su carrera esta jalonada de éxitos en papeles de características muy diversas. Ha transitado con acierto por el drama y la comedia. Ahora lo hace por la tragedia, también con fortuna. Asume en La hija del aire dos papeles, el de Semiramis y el de su hijo, cuya identidad usurpa. Aunque sea discutible la visión que se nos ofrece de este personaje, al que, a través de la lectura del texto, imaginamos débil, pero nunca afectado y pedante, Blanca Portillo tiene la oportunidad, que pocas veces se da en la vida de un actor, de entrar en un juego de desdoblamientos que la permiten mostrar el amplio abanico de registros que posee.

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Jerónimo López Mozo
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