XXI FESTIVAL DE OTOÑO DE MADRID
2004


PEDRO DE URDEMALAS


EL PÍCARO EN ALAS DE UN IDEAL


Foto: Manuel Harlan

Foto: Manuel Harlan

Foto: Manuel Harlan

Título: Pedro, The Great Pretender (Pedro de Urdemalas).
Autor: Miguel de Cervantes.
Traducción literal: Simon Masterton, Kathleen Mountjoy y Jack Sage.
Traducción al inglés: Philip Osment.
Diseño del escenario: Es Devlin.
Iluminación: Ben Osmerod.
Música original: Ilona Sekacz.
Coreografía: Leah Hausman.
Supervisora de vestuario: Johanna Coe.
Dirección de reparto: John Cannon CDG.
Producción: Royal Shakespeare Company con la colaboración de British Council.
Intérpretes: Simon Trinder (Clemente y Caballero de la reina), John Ramm (Pedro), Katherine Kelly (Benita), Emma Pallant (Clemencia), James Chalmers (DiegoTarugo y director de la troupe), Julius D’Silva (Martín Crespo y cantante), John Wark (Sancho Macho, primer jugador y cantante), Oscar Pearce (Lagartija y Silerio), Joseph Chance (Hornochuelos, Llorente y granjero), Oliver Williams (Señor de las fiestas), William Buckhurst (Pascualy Diego), Vinta Morgan (Roque, Gil y tercer jugador), John Stahl (Maldonado), Joanna Van Kampen Inés), Claire Cox (Belica, Belilla/Isabel), Melanie MacHugh (Marina Sánchez), Matt Ryan (Ciego y segundo jugador), Joseph Millson (El rey), Rebecca Jonson (La Reina) y Peter Sproule (Marcelo).
Músicos: Ian Reynolds (flautas/flauta dulce), Edward Watson (clarinetes), David Carroll (guitarra), Lyndsey Hardiman (violín), Simon Phillips (contrabajo), Kevin Waterman (percusión) y Michael Tubos (acordeón/arpa).
Dirección musical: Michael Tubbs.
Dirección: Mike Alfreds.
País: Reino Unido.

Idioma: Inglés (con sobretítulos en español).
Duración aproximada: 3 horas (con intermedio).
Estreno en Madrid: Teatro Español, 13 -X- 2004. (estrenado el 1 de septiembre de 2004, en Swan Theatre, Stratford – upon – Avon).

Pedro de Urdemalas no es tenida por obra fácil ni amena. Otra cosa es que se le conceda que es de uno de los mayores homenajes que un autor dramático haya dedicado al oficio de actor. De cara a su puesta en escena presenta algunos inconvenientes, entre ellos los que ha destacado con acierto Philip Osment, el responsable de la traducción al inglés de la obra de Cervantes: su carácter episódico y la presencia de personajes e historias que no siempre se desarrollan, lo que parece contravenir las reglas de la dramaturgia. Aunque no sea obra muy representada entre nosotros, quienes se atreven con ella suelen resolver tales inconvenientes con el expeditivo sistema de reducir el texto cuanto pueden para aliviar la fatiga del público, despreciando, por incapacidad, ignorancia o ambas cosas, otras posibilidades. Es llamativo y penoso que haya sido una compañía inglesa la que haya demostrado que hay otras formas de afrontar su representación, viniendo a coincidir con algo que ya habían apuntado algunos estudiosos en su análisis del teatro de Cervantes. La historia de ese hijo de la piedra que, tras recorrer todos los oficios, codearse con rufianes y vivir con una tropa de gitanos, se convierte en cómico, logrando así que, según el papel que haga, se cumpla la profecía que le pronosticaba que llegaría a ser patriarca, estudiante, pontífice o monarca, es, para Alborg, la traslación a la escena de la novela picaresca. Para Ruiz Ramón, Cervantes conduce al protagonista, y con él al espectador, de la comedia del mundo al mundo de la comedia, dejando indecisos los límites que separan al mundo real del mundo ilusorio, territorio en el que confluyen arte y vida, donde todo es verdad y es todo mentira.
 


Foto: Manuel Harlan

 
Ignoro si los responsables de la puesta en escena de la pieza de Cervantes conocían o no estas lecturas críticas, pero a la vista de cómo la abordado se diría que sí. Su director, Mike Alfredo, ha metido en el escenario casi desnudo de escenografía a toda la compañía, viniendo a componer un retrato de la pelona sociedad española, que tanto puede ser la del diecisiete, siglo en el que se sitúa la acción, como, por sus vestimentas, la que describieron en sus libros de viajes, los escritores que recorrieron nuestro país con curiosidad y asombro dos siglos después. De ese grupo salen, y al él regresan, los que intervienen en la acción. En todos se aprecia que, en cuanto personajes, tratan de sacar el máximo provecho de la vida que les ha caído en suerte, y, en el caso del protagonista, como la supervivencia no es su meta. Aspira a llegar a lo más alto.

En cuanto a actores, se comportan como si participaran en un juego festivo. Se divierten e invitan, con su desenfado, a que el público lo haga con ellos. Cuando concluye el espectáculo, en la hora de las ovaciones y los bravos, cobran sentido las palabras de Robert Marras, otro gran conocedor de nuestro teatro: “¿Ha acabado la comedia o no ha sido más que un sueño y todo va a comenzar de nuevo?”.

El secreto del éxito está en haber sabido aflorar una vitalidad que es poco perceptible en el texto y haber encontrado en los juegos de palabras que creó el ingenioso autor y, en la variedad de la versificación, los hilos que conducen a la ironía y al humor. A partir de ello, no importa que la intriga brille por su ausencia, porque la sustancia dramática hallada da vida al espectáculo. Y aun éste se enriquece con las acciones secundarias, que ilustran oportunamente los diálogos. Claro que nada de esto es posible sin unos actores excepcionales. Aquí todos lo son, tanto los que hacen papeles principales, como el resto del elenco. Es algo que solo se produce en esta suerte de compañías estables, en las que es habitual que un actor sea protagonista un día y comparsa otro.

En esta ocasión, el protagonista es John Ramm, que en El perro del hortelano represento un papel de mejor calado. Su trabajo alcanza la perfección. En el reconocemos a un Pedro de Urdemalas pícaro, ingenioso, desenfadado, cínico, al que su ambición le provoca arrebatos de grandeza. Es, además, un consumado actor capaz de mudar de apariencia con sólo un gesto. Pero también, un ser entrañable capaz de atrapar con su simpatía y humanidad. Un sueño.


Jerónimo López Mozo
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