.:: Crítica Teatro ::.

RESEÑA 1973
NUM, 61, PP 12 - 13

LOS LUNÁTICOS
(THE CHANGELING)
T. MIDDLETON Y W. ROWEY


Titulo original: "The Changeling"
Autores: Thomas Middleton y William Rewey
Decorado: Mampaso.
Música: Antón Garcia Abril
Intérpretes: Juan Diego (Alsemero), Emma Cohen (Beatriz),
Fernando Fernán Gómez (De Flores), Elena Fernán Gómez (Diaphanta),
Alberto Fernández (Bermandero), Charo López (Isabel),
grupo de mimo Bululú

Dirección: Fernando Fernán Gómez.
Estreno en Madrid: Teatro Marquina, 2 de diciembre de 1972.


El teatro inglés está de moda. Otoño ha cubierto las carteleras de Madrid de nombres como Agatha Christie (con dos obras), Ronald Millar, Emilyn Williams, William Redmon, Anthony Marriot y Alistair Foot. Todas comedias de éxito. Fáciles, picantes unas (No más sexo, por favor) o con tema problemático y polémico otras (Abelardo y Eloísa, que ya fue comentada en nuestro número de diciembre). El teatro inglés contemporáneo - y comercial - está de moda.

Fernando Fernán Gómez también ha comenzado su campaña 1972-73 con una obra inglesa. Pero algo menos contemporánea que las aludidas, porque Los lunáticos (The Changeling originalmente) se escribió hacia 1624, por los tiempos de Shakespeare y Ben Jonson. Sin embargo, el aspecto "comercial" está igualmente presente, patinado por la edad y revestido de un lujoso colorido. De la temporada anterior recordamos a Fernán Gómez en Un enemigo del pueblo y a Emma Cohen en El mal anda suelto. Ha sido tal vez esta segunda línea representada por la obra de Audiberti la que ha prevalecido en la nueva selección: pieza de época propicia para un lucimiento discreto, no excesivamente difícil, pero vistosa y digna.

Precisamente Los lunáticos se puede caracterizar por ser una obra de pasión, sangre y venganza (normalmente se le llamaba justicia). Se sitúa en España, en Alicante exactamente, como otras de la misma época (The Spanish Gipsie, de Middleton igualmente, o Spanish Tragedy, de Thomas Kyd) y cuenta la historia de la joven Beatriz, prometida a un noble caballero, pero enamorada de Alsemero y por el cual instiga un crimen y cae en poder del deforme servidor De Flores, hasta consumar la tragedia en todos cuantos participan de su maldad. Tema novelesco, por un lado, y convencional en el drama de época. Middleton, que tuvo buen arte para la comedia, no destacaba tanto en el teatro "serio" y buscó para ésta y otras obras la colaboración de Rowey, actor principal de la compañia Principe de Gales. Entre ambos consiguieron un conjunto muy aceptable, donde la trama fluye en precisas escenas, pero que carecen del poder necesario para comunicarnos hoy todo su "sentido" (el sentido de auténtica interpretación de la vida que tuvo hace tres siglos) a menos que entremos conscientemente en esa convención que hemos denominado drama isabelino inglés.

En la obra es importante el ambiente. No sólo por el exotismo de buscar un país lejano y enemigo, sino por la atmósfera noble en que surge la sordidez de los comportamientos humanos. Ha sido éste, sin duda, uno de los aspectos más cuidados de la representación, con unos brillantes decorados, fáciles de manejo, aunque de compleja maquinaria.

Pero Middleton, sobre todo, aspiraba a crear unos caracteres humanos complejos y profundos. Tuvo la mala suerte de ser discípulo de Shakespeare y nada genial, además. A pesar de ello no podemos dejar de reconocer dos tipos bien trazados: De Flores y Beatriz. El primero tiene algo de Yago y algo de monstruo de Cocteau: es feo, innoble, pero siente una pasión absoluta por Beatriz. Le falta decisión, ingenio y sentido del mal. Cumple su obsesión, pero es de alguna forma manejado por la joven y dulce esposa, Beatriz. Quien, por supuesto, ni logra ser realmente esposa de quien ama, ni mantiene su dulzura después de haber originado toda la tragedia. Pero sin dualismos fáciles. Es un interesante tipo de mujer, por un lado pura - la virginidad como símbolo permanente -, y por otro capaz del crimen más despiadado. Pero sin que ninguno de los dos aspectos desplace al otro de su corazón. Creo que Emma Cohen, muy correcta, perfectamente dirigida, no logró expresar todo lo que el personaje contenía. En cambio si lo consigue Fernán Gómez, aunque su efectividad y recursos como actor sean mayores que su maldad y categoría como personaje.

De la adaptación española se puede decir que es correcta y concisa, no llamativa en exceso y posiblemente suavizada de algunas asperezas del léxico. La dirección mueve bien a los actores y logra una fundamental unidad; en la representación, gracias también a que las mutaciones - peligrosas con ese decorado - son ágiles y breves. Pero de todo el montaje hay dos hechos más destacables y dignos de atención: el comienzo de la segunda parte y la inclusión de los tontos y locos.

El primer hecho, la escena de la boda de Beatriz y Alsemero. Interpretada como una farsa muda, a ritmo de película antigua, levemente acelerado, y teniendo a De Flores como "maestro de ceremonias", me parece un momento de extraordinaria efectividad y gran imaginación. Pero se me sale de la lógica naturalista que preside el conjunto. Ni la primera parte, ni menos las escenas sucesivas, hasta el desenlace, vuelven a rozar este tono, a pesar de la estilización dramática del final. Los actores siguen metidos en la piel de sus personajes y ahí queda, como una brillante ocurrencia, esa escena que podría haber dado - reinterpretando desde ella toda la obra - una clave cómica y distorsionada al drama de sangre vertida y vengada. Hubiera sido el rasgo de modernidad que esta obra no genial podía permitir y justificar. ¿Significa esto que consideramos la obra un error de dirección? Tampoco. A pesar de la ruptura de tono tiene una cierta eficacia y, al menos ocasionalmente, nos ayuda a situarnos "frente" a lo que estamos viendo.

El segundo hecho es la presencia de los locos. Tema al parecer de inagotable fecundidad dramática, como la ceguera, se introduce en esta obra combinado con otro también clásico, el teatro dentro del teatro, pronunciando, además, el desenlace.

Tal vez el momento de mayor efectividad dramática es la pantomima que los alienados representan como ensayo para su intervención en la boda de Alsemero y Beatriz. Ante nosotros surge de nuevo la escena del crimen y las consecuencias lógicas que todos estamos esperando. Pero más ampliamente la presencia de ese grupo - y la intriga secundaria a que da lugar - otorga una nueva dimensión a la obra, la duplica - en el plano heroico y en el burlesco - haciendo que las acciones paralelas no lo sean en absoluto y que los finales de ambas intrigas resulten contrapuestos y complementarios. Apurando lo que sobre es escenario aparece, habría que achacar a la adaptación y dirección cierta oscuridad en la relación de ambos mundos y en las mutuas implicaciones significativas.

La obra concluye convencionalmente. Los Culpables son castigados y las víctimas vengadas. La efectividad lograda en las situaciones parciales, sobreponiéndose a una intriga algo ingenua y carente de recursos de genio, desemboca en el final sangriento previsto. Pero suavizado al instante por la revelación de que estamos en el teatro y que lo visto es sólo una advertencia para nuestra realidad y no la realidad misma. Y en esta ficción, aun los muertos culpables pueden volver a la vida. Para dejar un buen sabor en el gusto artístico del público que, al fin, es lo que se quería conseguir.


JOSÉ PAULINO
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