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PAGAGNINI
Gratificante y generoso

Título: Pagagnini.
Idea original: Yllana, Ara Malikian.
Creación: Yllana.
Música: Sarasate, Falla, Boccherini, Pachelbel Shigeru Umebayashi, Mozart, Gainsburg y Paganini.
Ayudante de dirección: Ramón Sáez.
Espacio escénico: Ana Garay.
Iluminación: Diego Domínguez, Juanjo Llorens.
Vestuario: Maribel Rodríguez.
Voz en off: Mabel Caínzos.
Dirección artística: David Ottone y Juan Francisco Ramos.
Dirección musical: Ara Malikian.
Creación musical e intérpretes: Ara Malikian, Thomas Potiron, Eduardo Ortega, Gartxot Ortiz.
Dirección: Yllana
Duración: 1h. y 10 min.
Estreno en Madrid: Teatro Albéniz,
18 – XII - 2007.

ARA MALIKIAN/EDUARDO ORTEGA
THOMAS POTIRON/GARTXOT ORTIZ

Pagagnini, como su propio título anticipa, es un concierto de música clásica que sigue inesperados derroteros cómicos. Una voz en off, como en las emisoras de radio dedicadas a la música clásica, anuncia, escueta y severa, las piezas que el cuarteto de Ara Malikian va a ejecutar. Pero esas páginas  del más prestigioso repertorio se transforman enseguida en un juego imaginativo y delirante, tanto en lo que al aspecto musical se refiere como en lo que atañe a la trasgresión de la habitual y modosa compostura que suelen adoptar los músicos que cultivan el género. Muecas, carreras, apariciones y desapariciones, desfiles gozosos, interrupciones, fracturas, improvisaciones, imitaciones, contraposiciones entre el orden estricto y la desintegración caótica, volteretas, ejercicios gimnásticos diversos y todo un alarde de movimientos y gestos se suman a la transformación de los instrumentos y a la subversión de las páginas interpretadas, en un proceso en el que los delirios individuales van contagiándose hasta convertirse en colectivos. 

El respetable universo de la música clásica es amablemente parodiado y pierde su tradicional carácter solemne y casi sagrado para convertirse en una fiesta plena de imaginación y humor, pero que, paradójicamente, conforma un inusitado homenaje a la música que le sirve de referencia. El virtuosismo musical de Ara Malikian y de los músicos que lo acompañan (Potiron, Ortega, Ortiz)  converge con el no menor virtuosismo de la compañía Yllana en los territorios del humor gestual.  Los “gags” se suceden de manera implacable, entrelazados con la ejecución de un concierto que parece seguir sin problemas, aunque la impasible voz en off deba ofrecer en algunos momentos explicaciones sobre el insólito derrotero que está tomando la ejecución.  El contraste entre esta verbalidad, distante y precisa, y el dislocado y creciente deterioro del modelo de referencia es un recurso habitual en los trabajos de Yllana, que renuncian sobre el escenario al empleo de la palabra, sustituida siempre por el movimiento, el gesto, el ruido y la onomatopeya, a los que se añade aquí la música. La aparente facilidad de lo mostrado en escena no debe empañar el trabajo sistemático y riguroso que lo ha propiciado. El  repertorio de los “gags” ofrecidos es abundante y, sin duda, laborioso.

Cabría reflexionar además sobre la carga ideológica y estética de un trabajo que no ha rebajado la calidad musical ni escénica, antes al contrario, pero que ofrece una imagen del mundo construida a través una mirada irónica y mediante un continuo entrelazamiento de citas y de esguinces cómicos que nos lo muestran fragmentario y cambiante, relativo e incierto, humorístico, en suma.

Pero, al margen de otras consideraciones, Pagagnini es un espectáculo generoso. Generoso por parte de unos músicos dispuestos a renunciar a esa distancia desde la que exhiben sus trabajos y al papel que tradicionalmente se les asigna a los intérpretes, y a arriesgarse a participar en juego mucho más inseguro y exigente, que requiere, además del empleo de su indudable talento musical, la puesta en práctica de sus condiciones actorales en el nada sencillo ámbito de la comedia. Y generoso por parte de una compañía como Yllana, que desde hace años ha abierto puertas a otros grupos y creadores y que ahora se adentra en un territorio inexplorado hasta el momento: el de la interacción entre su humor gestual  y el ámbito exclusivo y elegante de la música clásica, sin miedo a lo que pudiera comportar la aventura. El diálogo entre los creadores ha resultado feliz precisamente porque todos han actuado sin prejuicios y con la ilusión en un proyecto común.


Eduardo Pérez – Rasilla
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