HOMO POLITICUS

12.000 EUROS CONVULSIONAN
AL PERSONAL

Título: Homo Políticus
Concepto y dirección: Fernando Renjifo
Cocreadores e intérpretes: Abdel Hamid, Paul Loustau, Rafa Muguruza, Alberto Núñez
Testimonios en video: Manuel Muñoz da Silva / Antoni Mora
Producción: Compañía La República
Colaboran en la Producción: Teatro galán (Santiago de Compostela) / La Fundición (Bilbao) / Teatro Pradillo (Madrid) / Teatro El Canto de la Cabra (Madrid)
Obra subvencionada por Consejería de las Artes de la Comunidad de Madrid
Realización de Video: Marta Azparren / David Picazo / Abdel Hamid
Iluminación: Fernando Renjifo / Alberto Núñez
Diseño gráfico: Alberto Númez / Rafael Mejías / Gara Koan
Fotografía: Marta Azparren
Diapositivas: Pablo López Pavillard / Abdel Hamid
Estreno en Madrid: Escena Contemporánea
Reestreno: Teatro Pradillo, 20 de Mayo de 2004

Con 12.000 Euros subvencionó el año pasado la Consejería de las Artes de la Comunidad de Madrid este Homo Políticus. No es habitual comenzar una crítica aludiendo al aspecto monetario. Viene al caso esta irregularidad debido a la anécdota suscitada el día 29 de Mayo en el Teatro Pradillo. Los tales 12.000 salen a colación como información durante el mismo espectáculo y resonaron al terminar la representación.

Homo Politicus es un texto (¿?) que se estrenó en Madrid en el Ciclo Escena Contemporánea en la Casa de América el 29, 30 y 31 de enero. Después saltó a Pinto, Aranjuez y Alcalá de Henares. El Teatro Pradillo lo recuperó el 20 de mayo y tuvo que prorrogarlo hasta el 6 de junio. El motivo de la prórroga, está claro: el interés por parte de un público. Algo - más allá de los desnudos - tiene.

Sobre los 12.000 Euros un narrador - quinto personaje - pregunta: “¿Se notan?” El interrogante tiene su fundamento. Una desnuda sala con sillas - pocas localidades - en cuadrilátero, salvo la pared de fondo, unos cuerpos desnudos - nada de inversión en vestuario, salvo unas simbólicas camisetas de quita y pon - y tizas para dibujar sobre el suelo una línea o un mapa del continente africano no agotan los 12.000 euros. Sin embargo los 12.000 Euros cobran protagonismo cuando el narrador (portavoz del espectáculo y del grupo) se “avergüenza de la Consejería de Cultura y Gobierno de la Comunidad de Madrid” que es la que les ha entregado los susodichos euros. Aceptarlos y morder la mano de quien les da de comer “¿no es una contradicción?” se pregunta. La vilipendiada Conserjería ni “mu”. ¿Es tan sibilina la tal Conserjería de Cultura que les hace el juego apareciendo como tolerante y liberal? Tal interrogante no lo olvidará una parte del público.

No es un espectáculo clasificable dentro de un género. Pero a esta apostilla también responde de antemano el portavoz - el resto del grupo no habla, prácticamente - pues no gusta de un teatro clasificable por géneros. Y aquí se apunta ya uno de los temas centrales: gusto por la anarquía. Voces grabadas de viejos anarquistas, aquellos del 36, nos incitarán a concebir el mundo de otro modo. Es una posible respuesta al gran debate que se suscita durante las casi dos horas a través de movimientos, gestos, enfrentamientos de lucha - cercana a la grecorromana - y desnudez de los cuerpos de cuatro hombres que, “pian piano”, meditan sobre el absurdo de nuestro mundo en el que un hombre domina a otro; en el que una cultura sacraliza , mediante tópicos ( “me gusta”, “lo he comprado”, “Dios me lo ha dado”), la propiedad privada; en el que la sexualidad es sinónimo de agresión o posesión (sólo después del acto el ser humano se muestra pacífico) en vez de utilizarla para eliminar tensiones como la colonia de chimpancés “bonobos” (supongo que existen), muy cercanos al hombre, los cuales usan el sexo para apaciguar y eliminar el conflicto cuando surge. Poco a poco se va desvelando la gran equivocación del camino emprendido por el hombre, basado en un ansia de poder y egoísmo. En ese mundo el hombre se encuentra enclaustrado y vapuleado. Si intenta escapar de tal destino, lo único que consigue es empotrarse, inútilmente, contra la pared. Esta catastrófica visión conduce al último video: no hagamos más bebés.

Es obra claramente de provocación. Recurrir al desnudo de los cuatro hombres, sin pudor y sin erotismo, es un acierto tanto para hablarnos del ser humano en su sentido más primario - a lo largo del desarrollo hay una equivalencia con el mono o el bebé - como para provocar a las mentes pudibundas. Lo que sucede es que el tal desnudo termina asimilándose. Funciona bien en las escenas de vejación - la policía escudriña todos los orificios y recovecos que los seres humanos tenemos - o en las que se parangona al hombre al animal. Aunque esta desnudez procaz parezca ser un reclamo, pienso que no lo es. Enseguida la reflexión sobre el absurdo de la sociedad en que vivimos y defendemos, nos impacta

No hay texto en el sentido tradicional: diálogo de unos personajes. Los actores “monologan” o piensan en voz alta. Al principio cada uno nos cuenta su ascendencia familiar, aclarando sus tendencias culturales y políticas. Estos son los nietos de aquellos de nuestra guerra. Ya en esas historias se ve cómo la vida les ha hecho claudicar de sus convicciones o permanecer marginados. Después, de vez en cuando, filosofan sobre una inocente línea trazada en el suelo que termina por ser barrera entre unos y otros, o nos cuentan historias como la de los chimpancés “bonobos”.

El tiempo transcurre y el espectador comienza también a sentirse desnudo de todo lo que el lastre cultural de un poder le ha ido metiendo en la cabeza. Se desnudan también las intenciones de los políticos y como símbolo está ese gran continente africano, tan maltratado por poderes coloniales.

Cuando el texto enmudece la comunicación con el espectador se intenta a través de la expresión corporal de sus cuerpos que luchan - una contienda en el que las nucas se apoyan una contra otra creando magníficas imágenes de agresión - ; del lanzamiento de los mismos contra la pared hasta quedar atrapados por la materia, y de la plasmación del poder dominante singular o colectivo, mediante una inspirada imagen: uno de ellos camina sobre las manos del otro e incluso sobre su cuerpo que éste previamente ha avanzado. Tal imagen auna - al menos así me lo ha aparecido a mí - dos lastres del dominador y del dominado: pisotear al más débil y por parte de éste pseudoadorar al prepotente al no permitir que su pie toque el suelo. Esta es la gran tragedia de la relación humana por parte de los poderosos y de los súbditos: El dominador que obliga a ser adorado.

Es un gran trabajo, tal vez un tanto ambicioso y tocando demasiados temas, que no es clasificable dentro de un género. Pero esto, que el narrador ya se interroga, como para evitar la crítica, me parece que importa menos en un mundo escénico en el que valen todos los caminos.

Otro cantar es el pesimismo que rezuma la propuesta. Admitiendo su discurso como descripción de una realidad - basta echar una mirada a un engañoso mundo que se denomina liberal o democrático -, tal denuncia se queda en un callejón sin fondo.

Un narrador, vestido, interrumpe de vez en cuando - desde su asiento - y acusa sin tapujos de esto o de lo otro, así como advierte de que el público que se sienta molesto, puede marcharse “aunque sería ese el público al que va destinado el espectáculo” Otras veces, se adelanta a las críticas que se puedan hacer al conjunto del espectáculo, o a tal reflexión. Se entiende que está en la línea de cierta provocación y de llamar al pan, pan y al vino, vino. Desde Bertold Brecht y ya en los “apartes” de los clásicos, este recurso es familiar. Entra en el juego teatral. Personalmente creo que en este espectáculo, sobra. Aporta, inútilmente, una claridad meridiana de lo que vamos viendo y sintiendo. Basta la propia representación de los cuatro, para convulsionar al espectador.

Es acertado el modo de emitir el texto los personajes en un línea melódica plana, que da mayor fuerza al acontecimiento narrado.

Y volvamos al principio: los 12.000 Euros. Cuando la función acaba al reclamo de los aplausos, no acuden los actores. Ya lo había advertido nuestro narrador:” no por querer ser originales o soberbios, sino porque no queremos dar un producto de consumo, que es lo propio del poder”. Al iniciar nuestras levantadas, “uno” - pensábamos que la función continuaba - coge una de las tizas y sobre la pared negra escribe: “devolved la subvención”. Pronto entendimos que no era un quinto actor sino un joven espectador muy indignado por la incongruencia del grupo teatral “la repùblica” (el acento es así: ù, no me lo cambien). Su razonamiento, al hablar con él, es que si atacan a quien les da de comer (poco pueden comer con 12.000 Euros) - La Consejería de Cultura y Gobierno de la Comunidad de Madrid -, ese dinero hay que devolverlo. Y aquí surge mi perplejidad: todavía hay en España ciudadanos que piensan que el dinero de las subvenciones es de los políticos o del partido que está en el poder. Lo malo es que algunos de esos políticos o gente del poder, se creen que el dinero es suyo. No se han enterado que todos los ciudadanos de todos los colores pagamos impuestos para las tales subvenciones.
 


José Ramón Díaz Sande
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