Hamlet Machine. Crítica Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla.   
Viernes, 26 de Marzo de 2010 18:07

HAMLET MACHINE
UN MÜLLER DISTINTO

Título: Hamlet machine.
Autor: Heiner Müller.
Traducción: Antonio Fernández Lera.
Dirección: Iñaki Garz.
Espacio escénico: Iñaki Garz y Luis Martí.
Iluminación: Luis Martí.
Vestuario: Nele Schrinner.
Intérpretes: Jordi Andujar, Carles Cruces Vallejo, Ariadna Martí, Carol Martínez.
Estreno en Madrid: Sala El Canto de la Cabra, 19 – V - 2005.

Vuelve el interés por Heiner Müller, uno de los dramaturgos más poderosos de la segunda mitad del siglo pasado. Su obra, tras conocer momentos de intensidad en el teatro español, parecía haber quedado preterida durante los años últimos. Por eso, la escenificación de Hamlet machine por la compañía Ícaro constituye una buena noticia. La compañía de Iñaki Garz había estrenado el espectáculo en 2004, en la sala Beckett de Barcelona y ahora El canto de la Cabra ha proporcionado la oportunidad de que los espectadores madrileños pudieran ver la propuesta.

Es sabido que el teatro de Müller ofrece, como pocos, la posibilidad de lecturas muy diferentes, incluso contrapuestas, dada la extraordinaria porosidad dramatúrgica de su escritura. Hamlet machine no constituye una excepción, aunque en el texto se perfilan inequívocos los referentes históricos de la crisis política de los cincuenta vivida por la RDA y las reflexiones de un intelectual contemporáneo, trasunto del propio dramaturgo, que adopta y desecha a la vez la máscara de un Hamlet, testigo y juez en un mundo corrupto, y conciencia escindida por la duda y por las limitaciones que impone el conocimiento de la propia debilidad. Pero aquel Hamlet de Shakespeare que se estremecía ante sus propias miserias y las de su entorno inmediato, a quien repugnaba su primera experiencia de la maldad humana y que reflexionaba descorazonado ante la débil condición metafísica del hombre, es ahora un ser proteico que encarna a todos los personajes del teatro -de Hamlet a Ofelia, de Horacio a Electra- y que se despoja de ellos, como se despoja de una humanidad aniquiladora y criminal, de la que reniega, asqueado de un mundo en ruinas y de una Historia que no parece dejar más salida que la destrucción, tal como la advierte desde la perversa encrucijada en la que los acontecimientos lo han situado: a un lado y a otro de la misma barricada.

La propuesta de Ícaro puede resultar discutible, como, por otro lado, puede suceder con cualquier escenificación de un texto de Müller, pero se muestra valiente, animosa, ágil y dotada de personalidad propia. Iñaki Garz parece haberse desprendido de la gravedad con que habitualmente se trata este texto terrible y ha preferido un juego irónico, basado en una metateatralidad que emplea recursos diferentes, como el teatro de marionetas, la entrevista televisiva o la proyección de imágenes sobre una pantalla, además del discurso conductor del personaje principal o las intervenciones más ocasionales de los restantes actores, que parecen desempeñar una función coral o ejercer unos papeles intercambiables, acordes con una lectura del texto concebido como un largo monólogo ilustrado por algunas acciones, que se presentan como la plasmación del pensamiento o del sueño del protagonista.

Este Hamlet machine resalta, quizás frente a una primera percepción superficial que parecería obviarla, la dimensión política del texto, una dimensión que se alcanza acaso desde la conciencia de decepción, o al menos de perplejidad, de unas miradas jóvenes ante la insuficiencia de unos cambios políticos que había despertado esperanzas e ilusiones. La acidez del discurso de Müller se disuelve, sin embargo, en un humor no siempre sarcástico, -aunque no exento de intención crítica- en un predomino de los blancos sobre los tonos oscuros, y en un recurso frecuente a las técnicas de la comedia y de la farsa. Estos elementos del espectáculo dialogan con la contundencia de algunas proyecciones y con tantos fragmentos del texto de Müller. El resultado produce alguna incertidumbre en lo que se refiere a su pertinencia, pero está dotado de coherencia interna, de convicción y de audacia, además de mostrar una saludable frescura.

Me parece acertado en líneas generales el trabajo interpretativo, aunque me resultó un tanto sobreactuado en algunos momentos el actor protagonista, defecto que resalta, además, en una sala en la que la presencia del espectador es tan próxima, como sucede en El canto de la cabra. Sin embargo, las objeciones que pueden hacerse a este espectáculo no impiden recomendarlo como una visión novedosa y saludable de un texto de Müller.

 

 


Eduardo Pérez – Rasilla
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Última actualización el Domingo, 31 de Mayo de 2020 16:14