La Casa de Bernarda Alba. Pasqual. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo..   
Lunes, 19 de Abril de 2010 15:43







LA CASA DE BERNARDA ALBA

CITA DE DIVAS

García Lorca definió La casa de Bernarda Alba como drama de mujeres de los pueblos de España. Pasados los años, cuando al fin pudo representarse en nuestro país, detrás de cada puesta en escena había una lectura distinta según quién la dirigiera.

LA CASA DE BERNARDA ALBA

CITA DE DIVAS

 

NURIA ESPERT

García Lorca definió La casa de Bernarda Alba como drama de mujeres de los pueblos de España. Pasados los años, cuando al fin pudo representarse en nuestro país, detrás de cada puesta en escena había una lectura distinta según quién la dirigiera. Así, se presentó como una tragedia rural, como premonición de nuestra guerra civil, como metáfora de la España franquista, como una cárcel de mujeres y, en general, como símbolo de la represión. En consonancia con ello, las puestas en escena pasaban de las paredes encaladas de los pueblos sureños, a los muros de una prisión e, incluso, a representar el interior de una vagina. Sin embargo, el personaje de Bernarda Alba apenas variaba. Sobre el escenario siempre aparecía, enlutada, en su papel de matriarca fuerte, enérgica e inflexible. En al menos un caso se llegó más lejos. Fue cuando Ángel Facio encomendó el papel al actor Ismael Merlo. Salvo alguna que otra excepción, pocas de tantas interpretaciones ha sido descabellada, pues con frecuencia las grandes obras permiten ser contempladas desde ópticas diversas.

En el caso que nos ocupa, se diría que Lluis Pasqual se ha propuesto regresar a la propuesta de Lorca. Ha humanizado a los personajes, para lo cual los ha liberado de las cargas simbólicas con que unos y otros los han ido envolviendo en el pasado. Es posible que en ese retorno a los orígenes haya ido más allá que el propio poeta. En todo caso, estamos de nuevo ante la Bernarda que rinde culto a la muerte, presente en la primera y en la última escena, y que reprime el sexo. Los años de luto que decreta tras la muerte de su segundo esposo así lo certifican. En cuanto a la abolición del sexo en sus dominios, asistimos a su derrota. Vano empeño el suyo, pues su voluntad salta hecha añicos por culpa del hombre que, desde el exterior, acosa y enfrenta a las mujeres en celo.

Todo esto sucede en un bello escenario blanco, aunque no de cal, sino de luz. Luz que se filtra a través de unos toldos correderos que recuerdan los que protegen del sol en los patios andaluces. A pesar de ello, el espacio escénico no remite al ambiente rural en el que Lorca situó la acción. Tampoco resulta agobiante, como debiera. Antes al contario, su disposición en forma de pasillo flanqueado a ambos lados por las gradas que ocupa el público y rematado en sus extremos por dos puertas, le convierten en lugar de paso.

Pasqual ha contado con un grupo de buenas actrices, a pesar de que algunas tienen todavía pocas tablas.  Destacan Teresa Lozano, en el papel de María José, la madre de Bernarda; Almudena Lomba en el de Adela; y Rosa Vila en el de Angustias. Pero la gran apuesta de Pasqual ha sido poner al  frente del reparto a dos figuras de la talla de Nuria Espert y Rosa María Sardá. Ese protagonismo compartido es una novedad, pues siempre le ha correspondido en exclusiva a la intérprete del personaje de Bernarda. No cabe de que, a priori, uno de los atractivos del espectáculo es asistir a un prometedor duelo de divas. Pero uno prefiere pensar que las motivaciones del director para contar con ellas se explica porque ambas ofrecen el perfil artístico adecuado a su idea sobre como han de ser sus personajes. De ser así, no estoy seguro de que haya alcanzado su objetivo. No reconocemos en la Bernarda de Nuria Espert a la creada por Lorca. Es cierto que Pasqual la ha querido menos autoritaria, más humana en el trato a sus hijas, pero lo cierto es que el personaje carece del necesario aliento trágico. En cuanto a La Poncia de la Sardá, hay que elogiar que, de la mano del director catalán, haya superado su condición de personaje secundario, aunque bien es verdad que ocasiones ha habido en que ha eclipsado a la protagonista. Aquí sigue siendo la mujer para quién, por sus años y experiencia, la vida no tiene secretos, pero Pasqual la ha dignificado y ya no es la criada graciosa que pone las gotas de humor en medio del drama. Rosa María Sardá posee una notable vis cómica, pero en esta ocasión, sin renunciar a ella, la ha relegado a un segundo plano. El resultado es que el personaje adquiere la grandeza que otros le han negado, grandeza, no obstante, que resulta excesiva. Su porte  no se corresponde al de una mujer del pueblo, sino que se acerca a la del ama a la que sirve, creando una relación poco creíble.

Título: La casa de Bernarda Alba.

Autor: Federico García Lorca.

Escenografía: Paco Azorín.

Vestuario: Isidre Punés.

Iluminación: María Domenech.

Sonido: Roc Mateu.

Música: Josep M. Arrizabalaga.

Intérpretes: Nuria Espert, Teresa Lozano, Risa Vila, María Marco, Nora Navas, Rebeca Valls, Almudena Lomba, Rosa María Sardá, Tilda Espulga, Marta Martorell, Montse Morillo y Bárbara Messtanza.

Dirección: Lluis Pasqual.

Estreno en Madrid: Matadero (Naves del Español), 10-IX-2009.

ROSA MARÍA SARDÁ/ NURIA ESPERT
FOTOS: TEATRO ESPAÑOL



JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Lunes, 05 de Julio de 2010 18:25