Animales artificiales 2. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Domingo, 04 de Abril de 2010 07:47
 
ANIMALES ARTIFICIALES
EL MEJOR HUMOR DE MATARILE

[2008-06-06]

Animales artificiales es un espectáculo lleno de lozanía. Matarile recupera con este trabajo su mejor humor y su capacidad de sorprender.

ANIMALES ARTIFICIALES
El mejor humor de Matarile

Título: Animales artificiales.
Creación y textos: Ana Vallés.
Otros textos: Mark L. Knapp, Enriq González y Helen Bertels, José Campanario, Mónica García, Mauricio González, Iván Marcos y Ricardo Santana.
Espacio escénico, iluminación y producción musical: Baltasar Patiño.
Ayudante de dirección: Nuria Sanz
Asistente de iluminación: Miguel Muñoz
Arreglos: André Cebrián
Realización espacio: MatarileTeatro-RTA-Manu Lago
Diseño en la red/Fotografía: Jacobo Bugarín/Baltasar Patiño
Sastra: Clotilde Vaello
Prensa: Helen Bertels
Distribución y producción: Laura Sánchez
Logística técnica: RTA Servizo Integral para Teatro e Artes Escénicas
Gestoría: INPAX
Imprenta: Artes Gráficas Litonor
Produce: Matarile Teatro-Teatro Galán
Coproducen: Festival Internacional de Teatro de Málaga, Teatro Fernán Gómez. Centro Arte, IGAEM (Instituto Galego das Artes Escénicas e Musicais)
Intérpretes: Helen Bertels (La alemana y los melones), José Campanari (El hombre con lámpara), Mónica García (El bicho con zapatos rojos), Mauricio González (El cisne con sombrero), Iván Marcos (El inglés con gabardina), Ricardo Santana (La mujer con bigote), Ana Vallés (La payasa en taburete), Hugo Portas (Tuba) y Ramón Vázquez (Voz contratenor).
Dirección: Ana Vallés
Duración: 100 minutos (sin intermedio)
Estreno en Madrid: Teatro Fernán Gómez,
7 – V - 2008.





FOTOS: JACOBO BUGARÍN

Animales artificiales es un espectáculo lleno de lozanía. Matarile recupera con este trabajo su mejor humor y su capacidad de sorprender.  Después de un espectáculo más grave y desengañado, como Truenos y misterios,  o de la colaboración de Ana Vallés con el Teatro de la Abadía con Me acordaré de todos vosotros, la compañía regresa al tono festivo, agudo e irónico que ha inspirado quizás sus mejores logros.  Sin embargo, no hay una renuncia a la reflexión y el pensamiento que late tras esta última entrega del grupo es sutil, pero elaborado y complejo.
 


FOTO: JACOBO BUGARÍN
Textos de diversa procedencia – Knapp o Enric González - se entremezclan con los de Ana Vallés y con las aportaciones de los intérpretes en un discurso lúcido, divertido, provocador y coherente a un tiempo. La dialéctica entre lo natural y lo artificial, la conciencia de la propia limitación y de la condición efímera de personas y cosas, la vulnerabilidad del cuerpo y del espíritu, la indulgencia burlesca con las obsesiones y manías que configuran los respectivos modos de ser, la invisibilidad de los unos para los otros y la facilidad, inquietante o tranquilizadora, para la transmutación, el intercambio el desplazamiento o la confusión de los supuestos elementos constitutivos de la personalidad son algunos de los motivos sobre los que se compone este espectáculo.

Estos motivos se desarrollan desde el lenguaje singular y brillante de Ana Vallés, que responde a la expresión exigida por los temas a los que hacíamos referencia, hasta tal punto que parece establecer un criterio de necesidad en las relaciones entre el contenido del discurso y la forma dramática. La fragmentariedad, las interrupciones, los cambios inopinados, la superposición de acciones, los disfraces y caracterizaciones o las diversas transmutaciones no son soluciones ingeniosas de eficacia escénica, o no lo son preferentemente, sino, sobre todo, expresión teatral de una manera de percibir el mundo.  Las rupturas de las series establecidas, las continuidades de líneas de acción o de discurso, mucho más allá de lo previsible o lo razonable,  o las recurrencias tenaces remiten irónicamente en algunos momentos a las consideraciones de Bergson sobre la risa, que, según el pensador francés,  se logra con lo mecánico calcado sobre lo vivo. Y, si bien este concepto del humor conviene al quehacer de Matarile en su conjunto, nunca ha tenido mejor cabida que en este espectáculo, que dilucida precisamente las relaciones y los límites entre artificio y naturaleza, que son los equivalentes de los términos bergsonianos relativos a lo mecánico y a lo vivo.  El tránsito inesperado de uno a otro, con su consecuencia de fracturas bruscas o de obstinadas acciones resulta tan cómico como inquietante.

Como en anteriores trabajos, la propuesta de Matarile libera a los actores de la  coerción del personaje y los convierte en actuantes, en creadores de momentos y situaciones reveladores de sí mismos en un juego que genera tentativas truncadas o sugestivos paralelismos entre acciones dispersas que coexisten extrañamente, pero con naturalidad, aparente o real,  sobre el escenario. Contribuye eficazmente a ello otra de las señas de identidad de la compañía: la convivencia de músicos, cantantes, bailarines y actores, cuya labor no necesariamente se reduce al ámbito de su supuesta especialidad. Y es encomiable el grado de compromiso asumido por todos ellos en la tarea, que conduce a esa sensación de proceso inacabado, pero irrenunciable – un lejano parentesco de esta actitud podría buscarse en Bernhard - que ejecutan incesantemente los actuantes, solos o con la compañía ocasional de otros miembros del elenco.
FOTO: JACOBO BUGARÍN


FOTO: JACOBO BUGARÍN
En el lenguaje verbal, lo familiar y lo coloquial conviven con lo científico, lo literario o lo filosófico, casi sin solución de continuidad, lo que ocasiona soliloquios y diálogos memorables, como algunas de las intervenciones de Ana Vallés o el monólogo de los melones de Helen Bertels.  Y en el lenguaje escénico los géneros y estilos se solapan y superponen constantemente. La amplitud del escenario del Teatro Fernán Gómez ha posibilitado soluciones y juegos espaciales impensables en algunos de los lugares en los que se presentaron algunos de los trabajos anteriores. La disposición de los objetos y de los desplazamientos de los actuantes sobre el escenario es más rica y se recurre más a la ruptura de la cuarta pared, con salidas y regresos de los intérpretes a través del patio de butacas. 

Desde estos procedimientos de trabajo, Animales artificiales ofrece momentos e imágenes de gran originalidad, potencia y belleza, con guiños a algunos referentes plásticos, musicales o literarios, y también a otros espectáculos de Matarile.  Si hubiera que recordar uno sólo, nos quedaríamos con la danza que ejecuta Mónica García con la sola música de un inacabable monólogo de José Campanari, quien sigue hablando indiferente a todo después de haber abandonado el escenario y deambular sin rumbo por el patio de butacas. Pero cabría recordar también la eficacia de objetos como el taburete o el sofá, los juegos de caretas, pelucas o indumentaria. Sin duda en la memoria de otros espectadores  habrán permanecido otras imágenes u otros fragmentos.


Eduardo Pérez – Rasilla
Copyright©pérezrasilla


TEATRO FERNÁN GÓMEZ
(Centro Cultural de la Villa de Madrid)

Directora: Mora Apreda
Sala II
Aforo: 316
Pz/ de Colón, s/n
28001 - Madrid
Metro: Colón, Serrano
Bus: 5/14/27/45/21/53/150/1/9/19/51/74
RENFE: cercanías.
Entradas: Caixa Catalunya en
www.telentrada.com y
Tf. 902 10 12 12
Tel-reservas grupos: 91 480 03 33 37
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Última actualización el Sábado, 01 de Mayo de 2010 13:25