La dama del mar. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Domingo, 28 de Marzo de 2010 17:59

LA DAMA DEL MAR
TEATRO CON TIRALÍNEAS

[2008-04-30]

El escenario es un espacio luminoso lleno de líneas rectas, como trazadas con tiralíneas, que definen figuras geométricas, rectangulares o triangulares casi todas, que evocan paisajes marinos y que, a veces, se nos antoja que es la cubierta de un velero varado tierra adentro.


LA DAMA DEL MAR
Teatro con tiralíneas




FOTO: LUIS CASTILLA

Título: La dama del mar
Texto: Susan Sontag, basado en la obra de Henrik Ibsen
Traducción: Marta Pessarrodona
Diseño escenográfico y concepto de iluminación: Robert Wilson
Música: Michael Galasso
Vestuario: Giorgio Armani
Iluminación: A. J. Weissbard
Ayudante de dirección: Sue Jane Stoker
Ayudante de escenografía: Peter Bottazzi
Diseño de sonido: Peter Cerone
Maquillaje: Luc Verschueren,
Producción: Elsinor y Change Performing Arts
En coproducción con: Teatro Lope de Vega de Sevilla, Centre d’Arts Escèniques de Reus
Con la colaboración del: Teatro Español de Madrid
Intérpretres: Ángela Molina  (Ellida Wangel), Manuel de Blas (Hartwig Wangel), Agustín Sacian (Sr. Arnholm), Lara Grube  (Bolette Wangel), Carlota Gaviño (Hilde Wangel), Damià Plensa (el Extranjero
Dirección: Robert Wilson
Estreno en Madrid: Naves del Español-Matadero Madrid, 27 – III - 2008

El escenario es un espacio luminoso lleno de líneas rectas, como trazadas con tiralíneas, que definen figuras geométricas, rectangulares o triangulares casi todas, que evocan paisajes marinos y que, a veces, se nos antoja que es la cubierta de un velero varado tierra adentro. Una obra de arte. Nada nuevo, por otra parte, en el gélido universo estético del estadounidense Robert Wilson. Sobre esa escenografía se proyectan las sombras de los personajes. A contraluz, los actores parecen siluetas y, siempre, marionetas manejadas por los hilos nada invisibles que mueve el director. Sólo les exige que sean buenos actores, lo que no es poco, desde luego, pero nunca se les brinda la posibilidad de insuflar a las criaturas que representan algo de sí mismos. No son, pues, creadores, sino portavoces de un discurso que no les pertenece. Por eso, sus voces no vibran ni trasmiten emociones. Sumadas a la excelente música de Michael Galazo, al rumor constante del mar y al desagradable graznido de las gaviotas, completan un decadente espectáculo de luz y sonido.
 


ÁNGELA MOLINA
FOTO: LUIS CASTILLA
El texto que desgranan, escasamente teatral, pertenece a Susan Sontag. No es una adaptación del de Ibsen, de ahí que ella figure como autora, pero parte de él. Mucho más corto que el original en el que se inspira, es el producto de su destilación, una reducción a lo esencial. Alguno de los personajes del drama ha desaparecido y, en lo que respecta al contenido, se conserva el esquema argumental: es la historia de Ellida, la joven atraída por el mar que se casa, no por amor, sino para sentirse protegida, con un viudo mayor que ella y, añorando la libertad perdida, decide separarse de él para reencontrarse con el marino ausente del que, tiempo atrás, estuvo enamorada.

 

Sontang prescinde de las connotaciones sociales presentes en el texto del dramaturgo noruego, ya de por sí bastante diluidas en las últimas obras que escribió y, muy especialmente, en ésta. Alguna diferencia de matiz en el desenlace tampoco da lugar a que el que aquí se propone se interprete como alternativa al de Casa de muñecas, que tanto disgustó al público de entonces por su crudeza. Al contrario que Nora, que abandonaba a su esposo e hijos, la dama del mar cambia su decisión y decide seguir al lado de su marido cuando éste le dice que es libre y puede hacer lo que quiera. Palabras mágicas cuyo efecto en la protagonista abría la vía de la reconciliación de Ibsen con sus detractores. Lo que sucede es que el final de la obra de éste es, aunque un tanto forzado y, por tanto, contradictorio, feliz, mientras el de la de Sontag está impregnado de la amarga resignación de quiénes se han instalado en una vejez prematura. Lo que hay de común en ambos textos es la presencia de una fuerza misteriosa que mezcla realidad e irrealidad y crea un espacio imaginario en el que tiene lugar el enfrentamiento poético entre el mar y la tierra. Aquél, abierto a la imaginación y a la aventura; ésta, lugar en el que echamos raíces y del que llegamos a formar parte. El final agridulce que propone Sontang, con la renuncia de la protagonista a sumergirse en el inmenso mar, señala claramente sus preferencias. Las de Ibsen, que la muestra satisfecha con su decisión, apunta en otra dirección. Atada a la tierra, ni siquiera podrá volar.

En suma, estamos ante un espectáculo interesante y frío que no logra entusiasmar. De ahí que los justos aplausos que recibe sean tibios.

CARLOTA GAVIÑO/ LARA GRUBE
FOTO: LUIS CASTILLA

ÁNGELA MOLINA/MANUEL DE BLAS


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo


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Última actualización el Sábado, 01 de Mayo de 2010 19:53