Happy Days. Crítica. Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla.   
Sábado, 27 de Marzo de 2010 19:11








HAPPY DAYS
UN RECITAL

[2007-10-31]

La estatura dramática de Beckett se agiganta a medida que transcurre el tiempo.


 

HAPPY DAYS
Un recital


Título: Happy days (Días felices)
Autor: Samuel Beckett
Dirección: Deborah Warner
Escenografía: Tom Pye 
Iluminación: Jean Kalman
Ambientación sonora: Mel Mercier
Sonido: Christopher Shutt
Vestuario: Luca Costigliolo
Producción: National Theatre of Great Britain  
Intérpretes: Fiona Shaw (Winnie), Tim Porter (Willie) 
País: Reino Unido
Idioma: Inglés con sobretítulos en español
Duración aproximada: 1 hora y 40 minutos
Estreno en España
Estreno en Madrid
: Naves del Español.
Matadero de Madrid, 16 – X - 2007.


Fiona Shaw
FOTO: HUGO GLENDINNING

La estatura dramática de Beckett se agiganta a medida que transcurre el tiempo. A diferencia de lo que sucede con otros dramaturgos, que conocieron un momento de esplendor, pero el paso de los años va diluyendo la trascendencia de su obra,  las investigaciones y las elucubraciones sobre el teatro de Beckett se multiplican, mientras se suceden las escenificaciones a partir de sus textos y sus propuestas dramáticas siguen fecundando las tentativas más vanguardistas del teatro contemporáneo.  Porque, si bien su escritura es deudora de un período histórico concreto, la genialidad del escritor irlandés le permitió adelantarse a aquel tiempo y anticipar las percepciones y sensibilidades que caracterizarían a los espectadores que vivimos cuatro y cinco décadas después del estreno de sus más célebres obras.
 


Fiona Shaw
FOTO: H. GLENDINNIN
La tendencia a la síntesis y a la reducción, el empleo de la elipsis drástica y la preferencia por la ambigüedad y hasta la deliberada oquedad del texto dramático, o el gusto por la sugerencia o la imagen de fuerte valor metafórico han perfilado las líneas directrices de la dramaturgia contemporánea, que ha encontrado siempre un referente en la producción beckettiana. Y, como ocurre también con otros dramaturgos geniales, la obra del escritor irlandés suscita agudos y brillantes estudios e indagaciones, pero su intención última se resiste a una interpretación unívoca y totalizadora,  aunque, paradójicamente,  su singular sentido de la teatralidad le permita la comunicación inmediata con el espectador, que percibe nítidamente una visión del mundo vertida a través de una nueva expresión dramática. Parece felizmente superado el cómodo, pero confuso, marbete de “teatro del absurdo” en el que se englobaba a Beckett y se resolvían falsamente de paso, mediante ese fácil expediente, los problemas de interpretación que su obra plantea. Hoy somos más conscientes de la implacable lógica beckettiana y de la dificultad para encerrar en una fórmula el significado de su obra, pero también lo somos de la extraordinaria riqueza de su legado teatral y literario.

 


Fiona Shaw
FOTO: H. GLENDINNIN
Happy days, traducida al español habitualmente como Los días felices,  alcanza unode los niveles más  elevados en el proceso beckettiano de despojamiento y condensación, así como en la búsqueda de una situación límite, cuya dramaticidad resulta particularmente intensa.  Winnie, la protagonista, aparece desde el comienzo de la obra enterrada hasta la cintura en una montaña de escombros, lo que no le impide considerar que el día que comienza es divino e insistir frecuentemente en que se encuentra ante un día feliz, mientras ejecuta con escrupulosa precisión los ritos cotidianos y habla a su pareja, Willie, a pesar de que queda fuera del ángulo de su visión. Su largo monólogo, sólo contrapunteado por alguna puntualización o respuesta del enigmático Willie, adquiere el carácter de una partitura de compleja elaboración: juegos de palabras, reiteraciones rítmicas, momentos de extraordinaria intensidad poética combinados con referencias tan cotidianas que parecerían vulgares fuera de este contexto. La espera inútil, la sensación de que la vida se repite sin variaciones o la resistencia frente al evidente deterioro físico y moral que lleva consigo el paso del tiempo se acentúan a lo largo de este proceso tragicómico que conduce, en el segundo acto, a la imagen de Winnie cubierta ya de escombros hasta el cuello, mientras prosigue su imparable letanía.
 

DEBORA WARNER
FOTO: BRIAN SLATER
No es necesario insistir en que un texto semejante requiere ante todo una extraordinaria actriz. La precisión de un texto que carece casi por completo de desplazamientos por el escenario y de lo que tradicionalmente se concibe como acción, y que recurre a una palabra no dialógica hace descansar por completo la responsabilidad del espectáculo en la actriz que encarna a Winnie, sin duda, uno de los grandes iconos del teatro contemporáneo. Situación límite desde el punto de vista dramático, pero situación límite también para una actriz que debe responder a una tan drástica reducción dramática sin más ayuda que la de su talento teatral. Fiona Shaw dispone de sobradamente de él. Su trabajo es un verdadero recital. Dueña de amplios registros y capaz de una contención que le permite mantener siempre  al personaje en el filo mismo entre lo trágico y lo cómico, entre lo terrible y lo entrañable.  Su voz prodigiosa y su  imaginación, que le permite aportar constantes soluciones físicas a la aparentemente anodina partitura de movimientos, contribuyen a perfilar una Winie memorable, que renuncia de antemano a cualquier subrayado, a cualquier explicación del su personaje, a cualquier agarradero o a cualquier tipo de complicidad con el público. Allí está siempre la actriz, sólida, segura, imprevisible y seductora, dando vida a uno de los grandes personajes dramáticos del siglo XX. Una lección de teatro, a cuyo éxito contribuyen, justo es decirlo, su compañero de reparto, Tim Potter, y la directora, Deborah Warner.

 


Eduardo Pérez – Rasilla
Copyright©pérezrasilla


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Última actualización el Jueves, 29 de Abril de 2010 15:11