Almacenados. Crítica. Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla.   
Jueves, 29 de Abril de 2010 07:37

ALMACENADOS
ATRAPADOS EN UNA TAREA INÚTIL

[2005-10-03]

Cuando, hace pocos años, se estrenó Baldosas, David Desola se mostraba como un dramaturgo singular.

ALMACENADOS
ATRAPADOS EN UNA TAREA INÚTIL

Título: Almacenados.
Autor: David Desola.
Dirección: Juan José Afonso.
Escenografia: Jon Berrondo.
Iluminación: Rafael Mojas.
Espacio sonoro: Pablo Iglesias.
Vestuario: Miguel Crespi.
Intérpretes: José Sacristán (Señor Lino), Carlos Santos (Nin).
Estreno en Madrid: Teatro Fígaro: 12 –IX - 2005.

JOSÉ SACRISTÁN

Cuando, hace pocos años, se estrenó Baldosas, David Desola se mostraba como un dramaturgo singular. Su lenguaje teatral difería radicalmente del que empleaban otros compañeros de generación y parecía entroncar con la tradición de un neorrealismo expresionista, con toques tragicómicos, muy frecuente en cierto teatro español de los años finales de la década de los cincuenta y de los primeros de la de los sesenta. No se trataba, sin embargo, de una imitación formal de estéticas anteriores, ni mucho menos de una mirada nostálgica al pasado. Desola pretendía construir un teatro crítico de la sociedad contemporánea y recuperaba para ello herramientas que habían acreditado su utilidad en estos menesteres. Pero que el dramaturgo actualizaba los temas y ponía al día lenguajes y procedimientos, de manera que no nos encontrábamos ante una propuesta obsoleta o rancia, sino ante el retrato doloroso y desenfadado de las vertientes más ridículas y problemáticas a la vez de unos modelos sociales estúpidamente orgullosos, prepotentes e involuntariamente cómicos, si estos se contemplaban desde una mirada desprovista de prejuicios.

Almacenados continúa esa línea y, si en Baldosas, el dramaturgo se enfrentaba al fenómeno de la hipoteca, como cadena que ataba al individuo y a su familia a lo largo de su existencia bajo la promesa de un propiedad cuya consecución real es más que dudosa, en Almacenados se asoma a los ritos de un mundo laboral que se presenta como única posibilidad de realización del ser humano y se revela, a la postre, como algo frecuentemente alienante, vacío de contenidos, parte de un engranaje innecesario e inexplicable, pero, a la vez, irrenunciable. Un veterano trabajador, al borde la jubilación, y un muchacho que accede, quizás por vez primera, a un empleo más o menos estable, comparten unas jornadas en un almacén que no tiene ya, o acaso nunca la tuvo, utilidad alguna. Y si algunos rasgos del ambiente, las conversaciones o de lo incierto de la biografía de ambos personajes recuerda al mencionado neorrealismo expresionista que en España cultivaba, por ejemplo Muñiz, u, ocasionalmente Lauro Olmo, Rodríguez Méndez, o incluso el primer Alfonso Paso, la situación dramática se nos muestra teñida también por la ineludible influencia beckettiana: el encierro, la espera incesante y permanentemente insatisfecha, la presencia-ausencia del dueño del negocio, etc., son elementos teatrales que han ido repitiéndose a lo largo de este último medio siglo de literatura dramática.

La combinación de ambos lenguajes se completa con la utilización, por partida doble, de la broma juvenil, del engaño bienintencionado, que alivia lo insoportable de la situación y hace justicia -al menos poética- al desamparo del viejo trabajador y tal vez también del joven empleado. A la vez, desenmascara unas costumbres y unas normas desprovistas de auténtico contenido, deshumanizadas y grotescas. Su uso resulta un tanto ingenuo, y hasta inverosímil, propio del cuento de final feliz, pero constituye la respuesta personal del dramaturgo a una historia que quiere dichosa y, también, a una situación tan delirantemente absurda, pese a sus pretensiones de seriedad y casi de sacralidad, a la que el escritor quiere perder el respeto mediante la burla.
 


CARLOS SANTOS/ JOSÉ SACRISTÁN
No nos encontramos, en mi opinión, ante un texto pleno y rotundo, pero sí ante una propuesta interesante y sugestiva, ante una tentativa crítica bien enfocada, que no debe pasar inadvertida. Almacenados es un texto entrañable, divertido y preocupante, a un tiempo, incómodo a veces y poco conformista siempre. Su capacidad para mostrar con lucidez y desenfado la cara ridícula de la supuestamente severa organización laboral aporta aire fresco a un teatro que nos siempre es capaz de desprenderse de tópicos y prejuicios. El autor, Desola, merece que su carrera sea seguida con atención porque puede aportar una visión mordaz, aunque marcada por el humor, de tantas realidades de la sociedad contemporánea que se nos presentan como indiscutibles.

El espectáculo está siempre al servicio de las posibilidades del texto y del trabajo actoral. La escenificación es sencilla. La luz y la música - acertadas siempre - marcan los cambios de tiempo en un espacio que es siempre el mismo y que está presidido -como no cabía imaginar de otro modo - por un inmenso reloj que refuerza quizás esa dimensión expresionista de Almacenados.

El trabajo actoral es también sobrio, pero eficaz. Se ha evitado la tentación del lucimiento personal y la más peligrosa aún de acentuar la vertiente desvalida de los personajes o la ridícula de la situación. Por el contrario, la interpretación se realiza con rigor y con una actitud de compromiso inequívoco con lo que el texto plantea. Un buen trabajo, por tanto, de José Sacristán y de Carlos Santos. Sacristán merece además un elogio suplementario por lo que constituye una actitud entregada y generosa que no suele ser demasiado común.

 

Más información

           Almacenados - Información General

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Eduardo Pérez – Rasilla
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