Auto de los cuatro tiempos. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Martes, 27 de Abril de 2010 18:55
AUTO DE LOS CUATRO TIEMPOS
DELICADEZA TEATRAL

[2005-01-17]

No es frecuente que las compañías teatrales españolas que incluyen en su repertorio nuestro teatro clásico vayan más allá del Siglo de Oro, como si el teatro anterior tuviera poco interés y su conocimiento quedara limitado al mundo de los estudiosos.

AUTO DE LOS CUATRO TIEMPOS

DELICADEZA TEATRAL



Título: Auto de los cuatro tiempos.
Autor: Gil Vicente.
Versión y dirección: Ana Zamora.
Títeres y escenografía: David Faraco.
Música original, arreglos y dirección musical: Alicia Lázaro.
Vestuario: Deborah Macías.
Iluminación: Miguel Ángel Camacho.
Interpretación y manipulación de títeres: Elena Rayos y David Faraco.
Interpretación musical: Alicia Lázaro, Elvira Pancorbo, Nati Vera, Isabel Zamora, Sofía Alegre y Alba Fresno.
Compañía: Nao D’Amores Teatro.
Estreno: Teatro de la Abadía, 12-I-2005.

No es frecuente que las compañías teatrales españolas que incluyen en su repertorio nuestro teatro clásico vayan más allá del Siglo de Oro, como si el teatro anterior tuviera poco interés y su conocimiento quedara limitado al mundo de los estudiosos. Empresas como la emprendida por Ana Zamora ayudan, sin duda, a corregir esa idea. Con Auto de los cuatro tiempos son tres los espectáculos que ha ofrecido al frente de la Compañía Nao D’Amores Teatro, todos ellos de autores pertenecientes al siglo XVI. Primero fue Comedia llamada Metamorfosea, de Joaquín Romero de Cepeda, representada en el Festival de Teatro Clásico de Almagro, con la que obtuvo el Premio para jóvenes directores concedido por la Asociación de Directores de Escena. El siguiente, El auto de la sibila Casandra, de Gil Vicente, presentada en el mismo Festival, tuvo más difusión y el público respondió con entusiasmo, gratamente sorprendido por una puesta en escena plena de imaginación y de gran belleza. El tercero, que aquí comentamos, Auto de los cuatro tiempos, también fue escrita por Gil Vicente. Es otro de los autos castellanos que el dramaturgo portugués escribió sobre asuntos navideños y su puesta en escena ha sido resuelta de forma similar a la realizada en el auto anterior, recurriendo al trabajo actoral, a la música en directo y a los títeres, que son situados en un mismo plano de importancia.

Quiénes no tuvieron la fortuna de asistir al anterior espectáculo, disfrutarán éste, como sucedió entonces, como una delicadeza teatral, un regalo para paladares exquisitos. Para los demás, resulta menos atractivo, y no sólo porque venga a ser una especie de calco de lo antes visto. No hay que buscar la causa, sin embargo, en el trabajo de Ana Zamora, que está a la altura de los anteriores, ni en el de los actores y demás participantes. En efecto, cautiva la música compuesta por Alicia Lázaro inspirándose en piezas renacentistas e interpretada con instrumentos de la época y la voz, como si de otro instrumento se tratara, de Nati Vera; hay armonía y elegancia en la manipulación de los títeres creados por David Faraco, que él mismo maneja con Elena Rayos; en cuanto a la escenografía, es austera y se reduce a una rueda que gira, con los signos del Zodiaco representados en su borde y por cuyo centro surgen las figurillas de madera.

El problema del espectáculo radica en el propio auto de Gil Vicente, no tanto en el texto, que tiene hermosa factura y está lleno de simbolismos relativos a la búsqueda de la armonía universal a través del amor, como en su contenido y estructura. Lejos de las formas habituales empleadas por Juan del Encina o Lucas Fernández, bebiendo directamente de la liturgia que presidía el Oficio de Nuestra Señora que se celebraba en adviento, estamos ante una pieza sencilla, sin intriga y de escaso interés dramático. Todo se reduce a dos breves escenas dialogadas y a largos monólogos amenizados por algunas canciones. Uno de los más destacados estudiosos de la obra del autor, Eugenio Asenso, calificó El auto de los cuatro tiempos de Laude escenificada, género lírico y musical antes que dramático. Ese y ningún otro es el lastre de esta propuesta. Con todo, hay que celebrar que los amantes del arte escénico podamos ver este olvidado teatro gracias al empeño y entusiasmo de quiénes han asumido el difícil compromiso de llevarlo desde las páginas de los libros a los escenarios.


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Jerónimo López Mozo
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