Comedias Bárbaras. Reseña 1991. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Martes, 27 de Abril de 2010 18:38
COMEDIAS BÁRBARAS
UN MONUMENTO DE TEATRO TOTAL

[2005-01-12]

Representar las Comedias bárbaras reunidas en un sólo espectáculo es un reto que tiene poco de gratuito.


RESEÑA, nº 218, pp.45-46
(Junio 1991)

COMEDIAS BÁRBARAS

UN MONUMENTO DE TEATRO TOTAL

Reproducimos la crítica de Jerónimo López Mozo sobre la trilogía Comedias Bárbaras: Cara de plata (1922), Águila de Blasón (1906) y Romance de Lobos (197), aparecida en Reseña en 1991 con motivo del montaje de José Carlos Plaza en el CDN (Centro Dramático Nacional).


Foto: J.L.Muñoz

Título: Comedias Bárbaras (Cara de Plata/Águila de Blasón/Romance de lobos).
Autor: Valle Inclán.
Vestuario: Pedro Moreno.
Música: Mariano Díaz.
Espacio escénico: José Carlos Plaza.
Producción: Centro Dramático Nacional.
Intérpretes: José Luis Pellicena, Toni Cantó, Cherna Muñoz, Víctor Villate, Joaquín Notario, Roberto Enríquez, Carlos Hipólito.
Amparo Pascual, Carlos Lucena, José Pedro Carrión, Mónica Cano, Mari Carmen Prendes, Raúl Pazos, Pilar Bayona, Berta Riaza, Francisco Merino, etcétera.

Dirección: José Carlos Plaza.
Estreno: Teatro María Guerrero (CDN), 8-v-91.

Representar las Comedias bárbaras reunidas en un sólo espectáculo es un reto que tiene poco de gratuito. A pesar de que su escritura fue dilatada en el tiempo —dieciséis años separan la redacción de Águila de Blasón y de Cara de Plata— y de que esa circunstancia determinó ciertas diferencias tanto en el lenguaje —más elaborado en la escrita en último lugar— como en su estructura dramática, la existencia de un único eje temático — la visión terrible de una España crepuscular representada por ese despiadado señor feudal que es don Juan Manuel Montenegro — invitaban a enfrentarse al desafío. Algunos estudiosos —el primero, que yo sepa, fue Alfredo Matilla — avalaban la materialización de esta idea al afirmar que Comedias bárbaras es, más que una trilogía, una única pieza dramática. Al parecer, otros antes que José Carlos Plaza estuvieron de acuerdo e intentaron ponerla en pie. Desistieron seguramente por las dificultades de todo orden que habían de superar. A la vista de la propuesta del CDN las dudas previas sobre el resultado y conveniencia de la empresa quedan despejadas. Hasta tal punto que de las posibilidades que se ofrecen para ver el espectáculo, fraccionado a lo largo de varios días o en una sola sesión de casi seis horas, la última es la más recomendable.

Son mostradas las piezas en el orden que aconseja la acción dramática y no en el que fueron escritas. Es una decisión lógica. Y es así como se ve que Cara de Plata, tal vez tenida por una larga nota a pie de página para dar noticia de quién es quién en la singular familia Montenegro, resulta ser pilar esencial de la bárbara comedia. En ella se halla la semilla cuyo fruto será la destrucción del héroe y de los suyos. Lo que ha de venir queda justificado por lo que en ella sucede. En Cara de Plata están, justo en su arranque, las palabras con que la tropa de chalanes maldice a la casta de los Montenegro y que son el irónico contrapunto de las que en boca de la hueste de mendigos que sigue a don Juan Manuel ponen broche a Romance de lobos. «Era nuestro padre! Era nuestro padre!», dicen los miserables, Unos y otros son los grandes y contradictorios paréntesis que contienen la tragedia entera.

José Carlos Plaza la ha dirigido con rigor. A la vista del resultado, el esfuerzo hecho ha merecido la pena. Hay, como en todo empeño de gran envergadura, aspectos discutibles. No son muchos: los aires de zarzuela que envuelven varias de las primeras escenas, el tratamiento de algún que otro personaje, más de un grito y gesto excesivos y la ruptura que se produce en la solución surrealista de la escena del sueño de doña María. Afortunadamente casi todos se acumulan en el inicio del espectáculo de modo que el trabajo de Plaza se va haciendo, a medida que la representación discurre, cada vez más limpio. Y ambicioso. Firmemente apoyado en la magia de la rica y sorprendente prosa valleinclanesca, busca y consigue pronto, que el espectador se le entregue absolutamente. Perdida la noción del tiempo, le lleva de un escenario a otro, algunos sorprendentes por su belleza y otros por la patética atmósfera en que están sumergidos, sin que advierta las dificultades técnicas que hay que superar para realizar tantas mudanzas de decorados — ¿Cincuenta? ¿Ochenta, tal vez?— a un ritmo vertiginoso, casi cinematográfico, y al cabo le empuja, cuando el Romance de lobos estalla, al centro mismo de un espectáculo que discurre por los aledaños de la ópera —aquí la música de Mariano Díaz comparte el protagonismo con las palabras— o, si se prefiere, del teatro total. Es fácil, en estas circunstancias, ante un monumento dramático comparable al que Shakespeare levantara con El rey Lear, dejarse vencer por la emoción.

El trabajo de Plaza con lo actores ha sido, sin duda, intenso. Ha llegado tan lejos como era posible con una compañía integrada por más de cuarenta miembros. El carácter coral de muchas escenas y la brevedad de algunos papeles disimulan en parte las deficiencias. En algún caso quedan, sin embargo, al descubierto. Las de Toni Cantó, por ejemplo, para llevar a buen puerto al personaje de Cara de Plata. Hay, en cambio, actuaciones sobresalientes. Entre ellas la de José Pedro Carrión, extraordinario Fuso Negro, o las de Carlos Hipólito y Chema Muñoz en los papeles de don Pedrito y don Farruquiño, respectivamente. No puede quedar fuera de esta breve e incompleta relación la excelente labor de Berta Riaza como doña María, de Mónica Cano en La Pichona, de Mari Carmen Prendes en Micaela la Roja y de Pilar Bayona en la mujer de Pedro Rey. La actuación de José Luis Pellicena merece unas líneas. A lo largo de Cara de Plata parece contenerse, como si dosificara sus fuerzas, Puede ser una impresión equivocada. Puede que la limitación esté en el retrato que Valle dibujara del personaje. Luego, en Águila de blasón y más aún en Romance de lobos, Pellicena aprovecha las enormes posibilidades que brinda uno de los grandes personajes del teatro español para dar con su gesto y más todavía con su prodigiosa voz un verdadero recital de interpretación.

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Jerónimo López Mozo
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