Don Juan Tenorio. Reseña 2003. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Jueves, 29 de Abril de 2010 08:29
DON JUAN TENORIO
ENTRE EL AMOR Y LA MUERTE

[2005-11-01]

Cuando eran muchos los Tenorios que ocupaban la cartelera, el interés estaba en comparar las interpretaciones que nuestros grandes actores hacían de Don Juan y de Doña Inés.


RESEÑA, 2003
NUM. 346, PP.9

DON JUAN TENORIO

ENTRE EL AMOR Y LA MUERTE



LUIS MERLO (D. JUAN)
BÁRBARA LLUCH (DOÑA INÉS)

Título: Don Juan Tenorio.
Autor: José Zorrilla.
Adaptación musical: Scott. A Singer/ Lucas Fuentes.
Versión y dirección: Mauricio Scaparro.
Escenógrafo: Roberto Francia.
Vestuario: Javier Artiano.
Coreografía: Mariano Brancaccio.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo (AAl.).
Intérpretes: Luis Merlo (D. Juan), José Luis Gago (Butarelli), José Luis Massó (Ci utti), Manuel Álvarez (Miguel/Alguacil), Roberto Quintana (D. Gonzalo), Ángel Amorós (D. Diego), Carlos Santos (Avellaneda), José Luis Patiiio(Centella), Gabriel Garbisu (D. Luis), Sergio RománAlguacil1), Ignacio Garcia-Bustelo (Pascual), Mª José del Valle (Ana de Pantoja), Empar Ferrer (Brigida), Cecilia Solaguren (Lucia),
Assun Planas (Abadesa), Bárbara L/uch (Inés), Palmira Ferrer (Tornera) y Juan Meseguer (Escultor).

Estreno en Madrid: Teatro Pavón (CNTC), 18-12-2002.


Cuando eran muchos los Tenorios que ocupaban la cartelera, el interés estaba en comparar las interpretaciones que nuestros grandes actores hacían de Don Juan y de Doña Inés. También atraían los Tenorios bufos.

En tiempos más recientes, buscando salir de la rutina, se buscó la originalidad en los decorados. Famosos fueron los dos que hizo Dalí y aquel otro llamado «de los pintores», porque la escenografía de cada escena fue encargada a otros tantos artistas plásticos. Coincidiendo los tiempos actuales con el reinado de los directores, son éstos los encargados de introducir novedades en las representaciones. Y lo que ellos hacen es reinterpretar el mito, lo cual exige un trabajo previo de dramaturgia. Andrés Amorós, gran valedor de la obra de Zorrilla, sobre la que hizo una versión propia, tuvo la feliz idea de encargar a cinco directores sendas puestas en escena que serían representadas en temporadas sucesivas. Este montaje de Maurizio Scaparro es el tercero de la serie. Le precedieron los de Eduardo Vasco, en adaptación de Yolanda Pallín, y Alfonso Zurro. Cada uno puso su sello personal.

El de Scaparro se caracteriza por algunas referencias foráneas, algunas francesas, lo que es una novedad en una obra netamente española, pero sobre todo porque ha metido en él su talante de artista mediterráneo, aprovechando hasta el límite las posibilidades que, como consecuencia de su devastador paso por tierras italianas, ofrece el personaje de Zorrilla. Opción legítima, desde luego, pero no exenta de riesgos. Este Don Juan es un poco más de Scaparro que de Zorrilla. Por otra parte, Luis Merlo, el actor que lo interpreta, le ayuda en esa tarea. Así, “nuestro” Don Juan ya no es el libertino que conocíamos, ni el bravucón irreverente que nos estremecía cuando desafiaba al Cielo, sino un ser gesticulante en exceso - ¡Ay, esas manos que revolotean sin ton ni son! -, asustado, histérico con frecuencia y amanerado, no en el sentido en que lo viera Marañón, ni con la ambigüedad bergamiana - «Don Juan, mito de hermafrodito»-. En la escena de la hostería, la pelea de gallos que mantienen Don Juan y Don Luis se reduce a una disputa de salón que, más que provocar escándalo, decepciona. Pero la mayor novedad en este curioso retrato de Don Juan llega en la escena final, en la que su redención pierde la espiritualidad que siempre tuvo para convertirse en una proclamación del triunfo del amor profano, resumida en el cálido abrazo en el que se funde con Doña Inés, lo que no deja de ser curioso siendo que, muertos ambos, son sus almas las que protagonizan su postrer encuentro.
 


ASSUN PLANAS (ABADESA)
ROBERTO QUINTANA (DON GONZALO)
Don Juan Tenorio es obra bien conocida por los espectadores, hasta el punto de que son muchos los que se saben el texto de memoria. La versión de Scaparro introduce no pocas modificaciones, algunas que alteran la propuesta del autor y otras que continúan lo que es admitido generalmente por la costumbre. Nada dice Zorrilla de que en la quinta sevillana de Don Juan haya un sofá, pero los encendidos versos que éste dedica a la novicia siempre han tenido a ese mueble por testigo, hasta el punto de que la escena es popularmente conocida como la del sofá. No parece que se trate de un detalle intrascendente, pues el sofá favorece la intimidad de la escena y , por otra parte, en al menos dos ocasiones afirma Don Juan estar a los pies de la dama. No tenía el director italiano la obligación de seguir los dictados de la tradición, pero sorprende que la escena transcurra con los personajes de pie y el actor dirigiéndose al público y no a ella. También se desarrolla de pie, frente a lo habitual, el duelo verbal de la hostería, a pesar de que en esta ocasión el autor indica que los personajes se descubren y se sientan. Hay en este montaje una tendencia a mantener a los personajes a pie firme, aunque con harta frecuencia entren y salgan de la escena gateando por trampillas abiertas a ras de suelo. También es novedad que el Comendador muera de una estocada en vez del siempre esperado pistoletazo. Son detalles que no tienen mayor importancia que la que cada cual les quiera dar, pero orientadoras sobre el talante un tanto desenfadado del trabajo del director italiano. Algunas tienen, claro está, mayor calado y trascendencia que otras. Por ejemplo, el ya citado efusivo abrazo final de los protagonistas. O la escena en la que se celebra la cena a la que ha sido invitado el Comendador. De nuevo los personajes están de pie, aunque el autor indique que están sentados a la mesa. Tal cambio de postura no sea, quizás, baladí, sino consecuencia del afán por sustituir la conversación pausada, acompañada de buen vino, por el ritmo precipitado que conduzca a un rápido desenlace. Tal vez obedezca a ese mismo propósito que los trescientos cuarenta versos de que consta la escena hayan sido reducidos a ochenta.

Con todo, el tantas veces acreditado talento de Scaparro asoma en suficientes ocasiones como para que, superadas las reservas apuntadas, que no son pocas desde luego, el espectáculo sea visto con agrado. Es en su estética donde alcanza mayor brillo. Poca cosa ante tantas expectativas. Pero también es cierto que, aunque su aventura escénica no haya alcanzado las cotas esperadas, ha dejado las puertas abiertas a que otros directores más timoratos y respetuosos con lo tenido por intocable se decidan a sacar a Don Juan Tenorio del museo en el que alguno de sus afamados colegas le tiene encerrado.

 

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JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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