Madre Coraje. Atalaya. Crítica Imprimir

MADRE CORAJE
NO DEJARÉ QUE ME HABLEN MAL DE LA GUERRA
 

  m coraje 14 B copia 
   CARMEN GALLARDO
FOTO: ATALAYA

Una vez más, Madre coraje en nuestros escenarios. No quiero decir que hayan sido muchas desde que José Tamayo la estrenara en 1966, pero sí que las puestas en escena se han ido sucediendo espaciada y regularmente. En la memoria quedan las de Lluis Pasqual en 1986, Mario Gas en 2001 y Gerardo Vera en 2010. Sería exagerado hablar de los debates suscitados tras cada una de ellas, porque en España cada vez son más escasos en el mundo del teatro, pero esta obra en concreto ha alimentado alguno, aunque casi siempre a cuenta de lo que quiso decir Brecht. Él mismo contribuyó a que hiciera fortuna la idea de que es un alegato contra la guerra, lo que es una verdad a medias. De ser así, todos estaríamos de acuerdo y no tendríamos nada que objetar. Lo que sucede es que su protagonista, la vendedora ambulante Anna Fienning,  añade a su dimensión trágica que no es un personaje de una pieza, bueno o malo, sino que tiene muchos intríngulis. Los que solo ven en ella a una abnegada mujer que en medio de los horrores de la guerra lucha por su supervivencia y las de sus tres hijos, son los que la han elevado a la categoría de heroína, de ejemplo a seguir. Tanto ha calado esta interpretación que ha dado lugar a algunos equívocos. El que ha hecho mayor fortuna, acuñado en los medios de comunicación, ha sido la colocación, en alusión al personaje brechtiano, de la etiqueta de padres coraje a todos aquellos que, habiendo perdido a sus hijos a manos de gentes sin escrúpulos, ante la supuesta incapacidad de la policía y los jueces para buscar y castigar a los culpables, asumen sus funciones. Estos seres reales que no dudan en infiltrarse en el mundo de la delincuencia organizada para, en una lucha desigual y sin cuartel, tomarse la justicia por su mano, arriesgando, en tal empresa, sus propias vidas, seguramente merecen el reconocimiento de su coraje. Pero el personaje del dramaturgo alemán no se parece a ellos y, por tanto,  tomarle como modelo es un error.

Madre Coraje no quiere a sus hijos. O no los quiere tanto como para sacrificarse por ellos. No lucha por proporcionarles una vida mejor, ni por su supervivencia, sino por la de su negocio. Ellos son, junto a la mercancía, su principal activo. Son el capital humano, la mano de obra necesaria para atenderlo, los que sustituyen a las caballerías y tiran del carromato para seguir por los caminos de la guerra a los ejércitos, cuyos miembros son sus clientes. Cuando se resiste a que los recluten, no lo hace por librarles del peligro de los combates, sino porque sin ellos la tienda rodante quedaría varada. Hay quien hace abstracción de estas consideraciones y antepone los que considera aspectos positivos del personaje: su lucha por la vida en un escenario de muerte y desolación, la cerrada defensa de su familia ante las amenazas externas y su carácter indómito. Cuando pros y contras se confrontan, Madre Coraje adquiere la apariencia de un personaje contradictorio. Pero no hay que engañarse. No lo es. Gerardo Vera, su anterior director, zanjó el debate con un rotundo: “Madre Coraje es una hija de puta”.

Lo esencial de la obra, su grandeza, reside en el talento del autor para mostrar al ser humano tal como es, en su más absoluta desnudez. Madre Coraje no es una excepción. También lo hizo con Shen Te, la protagonista de La buena persona de Sezuan, y Galileo, por citar solo dos ejemplos. Si acaso, en esta ocasión el retrato es más descarnado porque elegir la guerra como telón de fondo lo propicia. En ella, todo se agiganta. Ver a un ser humano y a su familia en ese escenario bélico debería provocar compasión, pero en este caso sucede todo lo contrario: nos horroriza contemplar a qué extremos conduce la codicia. Madre Coraje no está a favor ni en contra de la guerra ni de uno u otro bando. La guerra le proporciona clientes y, por esa razón, no quiere que acabe. Se nutre de ella, pero también paga un alto tributo, sin plantearse si en el toma y daca gana o pierde. Acaba perdiendo, pero se niega a aceptarlo. Es tal su tozudez y ceguera que, cuando se queda sola y le queda poco por vender, delega en otros la tarea de enterrar el cadáver de su hija, y, sacando fuerzas de flaqueza, tira del carromato y emprende un viaje sin destino siguiendo los pasos de un ejército maltrecho.

La puesta en escena que ahora se ofrece en Las Naves del Español viene avalada por la trayectoria de Atalaya, compañía andaluza con más de treinta años de existencia, que por razones que se me escapan tiene escasa presencia en los escenarios madrileños. Bajo la dirección de Ricardo Iniesta, su creador, ha ofrecido a lo largo de su dilatada andadura algunos de los mejores espectáculos vistos en España en las últimas décadas. Este es el más reciente, pero llega a Madrid cuando viene representándose desde hace un par de años, lo que ha permitido hacer algunos ajustes e introducir pequeños cambios que lo han perfeccionado.    Esta Madre Coraje se inscribe en una estética que es seña de identidad de Atalaya, de lo que se deriva que las diferencias con las vistas con anterioridad sean notables. La primera es que, tras una poda severa, el texto ha quedado reducido a la mitad.

Las mutilaciones de los textos, tan frecuentes, suelen justificarse con mil argumentos, tras lo que con frecuencia se ocultan motivos comerciales o el afán de corregir la plana a los que los escribieron. Justificados o no, lo importante es que no se desvirtúe el discurso del autor. Aunque confieso mi alarma y peores presagios al saber que la representación dura poco más de hora y media, pronto se desvaneció mi temor. La propuesta de Iniesta, en la que lo coral roba protagonismo a las intervenciones individuales, a lo que se añade su concepción del lenguaje escénico, explica su intervención en el texto. En lo que ha permanecido reconocemos la voz de Brecht. Pero si tenemos en cuenta lo que ha sido borrado y varios detalles de la escenografía y el vestuario, se percibe el empeño de Iniesta por subrayar que la Guerra de los Treinta Años, en la que Brecht situó la acción, puede ser sustituida por cualquiera de las muchas que han venido y vendrán después. No por obvio deja de ser necesario insistir en que, lo que se dice en la obra, no es historia pasada, sino machaconamente repetida hasta hoy mismo. Un reparo cabe hacer a Iniesta. En su afán por demostrar la rabiosa actualidad de los acontecimientos, ha traído a colación el drama de los refugiados, tan presente en estos días, y lo ha hecho diciendo que Madre Coraje fue su patrona. Nada más lejos de la realidad. Si convenimos que refugiado es el que, huyendo de la guerra, se ve obligado a buscar refugio fuera de su país, Madre Coraje representa todo lo contario. Movida por su ambición, ha elegido vivir inmersa en ella. Si tuviéramos que nombrarla patrona de alguien, lo sería de los traficantes sin escrúpulos que se lucran organizando el penoso peregrinaje de los desesperados fugitivos. Por fortuna la referencia a los refugiados no figura en el espectáculo, sino que fue hecha en la rueda de prensa previa al estreno.

La puesta en escena es sobria. Una valla metálica al fondo, que recuerda a las que ahora se usan para cerrar fronteras. A los lados, gradas ocupadas por un reducido número de espectadores convertidos en involuntarios y mudos figurantes. En el centro, a veces rodando, a veces, despojado de las ruedas, varado en el suelo, el carromato. En medio de tanta desnudez escenográfica, un reducido grupo de actores. Ocho en total, de los que seis se reparten una quincena de papeles. Son Raúl Vera, Silvia Garzón, Manuel Asensio, Jerónimo Arenal, Raúl Sirio y María Sanz. Maquillaje, vestuario e interpretación les da el aspecto de figuras escapadas de un cuadro expresionista. Carmen Gallardo, que nació con Atalaya, alcanzó su mejor momento como actriz haciendo el papel de Celestina y casi sin solución de continuidad ha pasado a ser Madre Coraje y a engrosar con todo merecimiento la lista de actrices españolas que lo han sido antes que ella:  Amelia de la Torre, Mari Carrillo, Rosa María Sardá y Vicki Peña. Junto ella, Lidia Mauduit, es una conmovedora Katerina, la hija muda, el único ser ejemplar y heroico entre medio de la barbarie y la corrupción, que culmina su excelente su trabajo en la escena de su muerte, magistralmente resuelta por Ricardo Iniesta.

Lástima que la mayoría de las canciones no hayan sido traducidas a nuestra lengua, porque lo que en ellas se dice es importante. Se escuchan, no obstante, con agrado porque la música original de Paul Dessau es de gran belleza y están interpretadas con enorme fuerza.

 

  04 B copia 
   FOTO: ATALAYA

Título:Madre Coraje

Autor: Bertolt Brecht
Adaptación: Ricardo Iniesta
Composición musical:Paul Dessau
Arreglos musicales: Luis Navarro
Coros: Esperanza Abad
Espacio escénico:Ricardo Iniesta
Construcción escenografía: La Fragua
Vestuario: Carmen de Giles
Maquillaje y peluquería: Manolo Cortés
Coreografía: Actores de Atalaya
Diseño de luz: Alejandro Conesa
Espacio sonoro: Emilio Morales
Utilería: Sergio Bellido
Distribución: Masé Moreno
Producción: Ángela Gentil
Administración: Rocío de los Reyes
Ayudantes de Interpretación: Marga ReyesySario Téllez
Ayudante de dirección: Asier Etxaniz
Intérpretes:Carmen Gallardo (Madre Coraje),Lidia Mauduit (Katerina la hija muda),Raúl VeraCabo (General,Sargento,Alférez),Jerónimo Arenal (Capellán,Campesino),Silvia Garzón (Ivette Poitier,Campesino joven),Manuel Asensio (Reclutador,Cocinero,Coronel),María Sanz (Caracuajo,Campesina),Raul Sirio (IniestaEiliff, Soldado)
En diversos pasajes los actores interpretan a soldados de los distintos ejércitos y a gentes del pueblo.
Dirección: Ricardo Iniesta 
Duración aproximada: 1 hora 40 minutos
Estreno en Madrid:Naves del Español (Matadero), 9 - IX - 2015

Más información
   
Madre Coraje. Grupo Atalaya.
 
  Madre Coraje. Atalaya. Entrevista

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmoz

 

 

 


 

NAVES DEL ESPAÑOL

DIRECTOR: MARIO GAS

PASEO DE LA CHOPERA, 14

28045 - MADRID

METRO: LEGAZPI, LÍNEAS 3 Y 6

BUS: 6, 8,18,19, 45,78 Y 148

CERCANÍA: EMBAJADORES

 http://www.munimadrid.es          

Entradas: Sucursales de la Caixa de Cataluña

y Tel-entrada (24 horas) 902 10 12 12

 

MADRE CORAJE
NO DEJARÉ QUE ME HABLEN MAL DE LA GUERRA

 

Una vez más, Madre coraje en nuestros escenarios. No quiero decir que hayan sido muchas desde que José Tamayo la estrenara en 1966, pero sí que las puestas en escena se han ido sucediendo espaciada y regularmente. En la memoria quedan las de Lluis Pasqual en 1986, Mario Gas en 2001 y Gerardo Vera en 2010. Sería exagerado hablar de los debates suscitados tras cada una de ellas, porque en España cada vez son más escasos en el mundo del teatro, pero esta obra en concreto ha alimentado alguno, aunque casi siempre a cuenta de lo que quiso decir Brecht. Él mismo contribuyó a que hiciera fortuna la idea de que es un alegato contra la guerra, lo que es una verdad a medias. De ser así, todos estaríamos de acuerdo y no tendríamos nada que objetar. Lo que sucede es que su protagonista, la vendedora ambulante Anna Fienning,  añade a su dimensión trágica que no es un personaje de una pieza, bueno o malo, sino que tiene muchos intríngulis. Los que solo ven en ella a una abnegada mujer que en medio de los horrores de la guerra lucha por su supervivencia y las de sus tres hijos, son los que la han elevado a la categoría de heroína, de ejemplo a seguir. Tanto ha calado esta interpretación que ha dado lugar a algunos equívocos. El que ha hecho mayor fortuna, acuñado en los medios de comunicación, ha sido la colocación, en alusión al personaje brechtiano, de la etiqueta de padres coraje a todos aquellos que, habiendo perdido a sus hijos a manos de gentes sin escrúpulos, ante la supuesta incapacidad de la policía y los jueces para buscar y castigar a los culpables, asumen sus funciones. Estos seres reales que no dudan en infiltrarse en el mundo de la delincuencia organizada para, en una lucha desigual y sin cuartel, tomarse la justicia por su mano, arriesgando, en tal empresa, sus propias vidas, seguramente merecen el reconocimiento de su coraje. Pero el personaje del dramaturgo alemán no se parece a ellos y, por tanto,  tomarle como modelo es un error.

Madre Coraje no quiere a sus hijos. O no los quiere tanto como para sacrificarse por ellos. No lucha por proporcionarles una vida mejor, ni por su supervivencia, sino por la de su negocio. Ellos son, junto a la mercancía, su principal activo. Son el capital humano, la mano de obra necesaria para atenderlo, los que sustituyen a las caballerías y tiran del carromato para seguir por los caminos de la guerra a los ejércitos, cuyos miembros son sus clientes. Cuando se resiste a que los recluten, no lo hace por librarles del peligro de los combates, sino porque sin ellos la tienda rodante quedaría varada. Hay quien hace abstracción de estas consideraciones y antepone los que considera aspectos positivos del personaje: su lucha por la vida en un escenario de muerte y desolación, la cerrada defensa de su familia ante las amenazas externas y su carácter indómito. Cuando pros y contras se confrontan, Madre Coraje adquiere la apariencia de un personaje contradictorio. Pero no hay que engañarse. No lo es. Gerardo Vera, su anterior director, zanjó el debate con un rotundo: “Madre Coraje es una hija de puta”.

Lo esencial de la obra, su grandeza, reside en el talento del autor para mostrar al ser humano tal como es, en su más absoluta desnudez. Madre Coraje no es una excepción. También lo hizo con Shen Te, la protagonista de La buena persona de Sezuan, y Galileo, por citar solo dos ejemplos. Si acaso, en esta ocasión el retrato es más descarnado porque elegir la guerra como telón de fondo lo propicia. En ella, todo se agiganta. Ver a un ser humano y a su familia en ese escenario bélico debería provocar compasión, pero en este caso sucede todo lo contrario: nos horroriza contemplar a qué extremos conduce la codicia. Madre Coraje no está a favor ni en contra de la guerra ni de uno u otro bando. La guerra le proporciona clientes y, por esa razón, no quiere que acabe. Se nutre de ella, pero también paga un alto tributo, sin plantearse si en el toma y daca gana o pierde. Acaba perdiendo, pero se niega a aceptarlo. Es tal su tozudez y ceguera que, cuando se queda sola y le queda poco por vender, delega en otros la tarea de enterrar el cadáver de su hija, y, sacando fuerzas de flaqueza, tira del carromato y emprende un viaje sin destino siguiendo los pasos de un ejército maltrecho.

La puesta en escena que ahora se ofrece en Las Naves del Español viene avalada por la trayectoria de Atalaya, compañía andaluza con más de treinta años de existencia, que por razones que se me escapan tiene escasa presencia en los escenarios madrileños. Bajo la dirección de Ricardo Iniesta, su creador, ha ofrecido a lo largo de su dilatada andadura algunos de los mejores espectáculos vistos en España en las últimas décadas. Este es el más reciente, pero llega a Madrid cuando viene representándose desde hace un par de años, lo que ha permitido hacer algunos ajustes e introducir pequeños cambios que lo han perfeccionado.    Esta Madre Coraje se inscribe en una estética que es seña de identidad de Atalaya, de lo que se deriva que las diferencias con las vistas con anterioridad sean notables. La primera es que, tras una poda severa, el texto ha quedado reducido a la mitad.

Las mutilaciones de los textos, tan frecuentes, suelen justificarse con mil argumentos, tras lo que con frecuencia se ocultan motivos comerciales o el afán de corregir la plana a los que los escribieron. Justificados o no, lo importante es que no se desvirtúe el discurso del autor. Aunque confieso mi alarma y peores presagios al saber que la representación dura poco más de hora y media, pronto se desvaneció mi temor. La propuesta de Iniesta, en la que lo coral roba protagonismo a las intervenciones individuales, a lo que se añade su concepción del lenguaje escénico, explica su intervención en el texto. En lo que ha permanecido reconocemos la voz de Brecht. Pero si tenemos en cuenta lo que ha sido borrado y varios detalles de la escenografía y el vestuario, se percibe el empeño de Iniesta por subrayar que la Guerra de los Treinta Años, en la que Brecht situó la acción, puede ser sustituida por cualquiera de las muchas que han venido y vendrán después. No por obvio deja de ser necesario insistir en que, lo que se dice en la obra, no es historia pasada, sino machaconamente repetida hasta hoy mismo. Un reparo cabe hacer a Iniesta. En su afán por demostrar la rabiosa actualidad de los acontecimientos, ha traído a colación el drama de los refugiados, tan presente en estos días, y lo ha hecho diciendo que Madre Coraje fue su patrona. Nada más lejos de la realidad. Si convenimos que refugiado es el que, huyendo de la guerra, se ve obligado a buscar refugio fuera de su país, Madre Coraje representa todo lo contario. Movida por su ambición, ha elegido vivir inmersa en ella. Si tuviéramos que nombrarla patrona de alguien, lo sería de los traficantes sin escrúpulos que se lucran organizando el penoso peregrinaje de los desesperados fugitivos. Por fortuna la referencia a los refugiados no figura en el espectáculo, sino que fue hecha en la rueda de prensa previa al estreno.

La puesta en escena es sobria. Una valla metálica al fondo, que recuerda a las que ahora se usan para cerrar fronteras. A los lados, gradas ocupadas por un reducido número de espectadores convertidos en involuntarios y mudos figurantes. En el centro, a veces rodando, a veces, despojado de las ruedas, varado en el suelo, el carromato. En medio de tanta desnudez escenográfica, un reducido grupo de actores. Ocho en total, de los que seis se reparten una quincena de papeles. Son Raúl Vera, Silvia Garzón, Manuel Asensio, Jerónimo Arenal, Raúl Sirio y María Sanz. Maquillaje, vestuario e interpretación les da el aspecto de figuras escapadas de un cuadro expresionista. Carmen Gallardo, que nació con Atalaya, alcanzó su mejor momento como actriz haciendo el papel de Celestina y casi sin solución de continuidad ha pasado a ser Madre Coraje y a engrosar con todo merecimiento la lista de actrices españolas que lo han sido antes que ella:  Amelia de la Torre, Mari Carrillo, Rosa María Sardá y Vicki Peña. Junto ella, Lidia Mauduit, es una conmovedora Katerina, la hija muda, el único ser ejemplar y heroico entre medio de la barbarie y la corrupción, que culmina su excelente su trabajo en la escena de su muerte, magistralmente resuelta por Ricardo Iniesta.

Lástima que la mayoría de las canciones no hayan sido traducidas a nuestra lengua, porque lo que en ellas se dice es importante. Se escuchan, no obstante, con agrado porque la música original de Paul Dessau es de gran belleza y están interpretadas con enorme fuerza.

Título:Madre Coraje
Autor: Bertolt Brecht
Adaptación: Ricardo Iniesta
Composición musical:Paul Dessau
Arreglos musicales: Luis Navarro
Coros: Esperanza Abad
Espacio escénico:Ricardo Iniesta
Construcción escenografía: La Fragua
Vestuario: Carmen de Giles
Maquillaje y peluquería: Manolo Cortés
Coreografía: Actores de Atalaya
Diseño de luz: Alejandro Conesa
Espacio sonoro: Emilio Morales
Utilería: Sergio Bellido
Distribución: Masé Moreno
Producción: Ángela Gentil
Administración: Rocío de los Reyes
Ayudantes de Interpretación: Marga ReyesySario Téllez
Ayudante de dirección: Asier Etxaniz
Intérpretes:Carmen Gallardo (Madre Coraje),Lidia Mauduit (Katerina la hija muda),Raúl VeraCabo (General,Sargento,Alférez),Jerónimo Arenal (Capellán,Campesino),Silvia Garzón (Ivette Poitier,Campesino joven),Manuel Asensio (Reclutador,Cocinero,Coronel),María Sanz (Caracuajo,Campesina),Raul Sirio (IniestaEiliff, Soldado)
En diversos pasajes los actores interpretan a soldados de los distintos ejércitos y a gentes del pueblo.
Dirección: Ricardo Iniesta 
Duración aproximada: 1 hora 40 minutos
Estreno en Madrid:Naves del Español (Matadero), 9 - IX - 2015  

                                                  

Jerónimo López Mozo