Ricardo III. Noviembre.Crítica Imprimir
Escrito por José R. Díaz Sande   
Lunes, 12 de Diciembre de 2016 18:52

RICARDO III
EL SER HUMANO IMPORTA POCO

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   ISABEL RODES / ARTURO QUEREJETA
FOTO: www.madridteastro.net

Vuelve al Teatro Español de Madrid otro montaje de Ricardo III de William Shakespeare. En el 2014, con dramaturgia de José Sanchís Sinisterra, se presentaba bajo el título de Sueños y visiones de Ricardo III (CLIKEAR). El título orientaba la nueva dramaturgia. Nos situaba en el final de la obra de Shakespeare, la batalla de Bosworth. En la tienda de campaña, Ricardo, corroído por "el gusano de su conciencia", se enfrenta a todo su pasado. Viene a ser, pues, un gran "flash back", en el que Ricardo toma conciencia de su vida y su evolución como persona que va desde su debilidad y su delirio hasta su tiranía.

En este montaje Yolanda Pallín, responsable de la traducción, versión y dramaturgia, mantiene una narración lineal siguiendo la obra de Shakespeare. Como va siendo marca de fábrica de Noviembre, a nivel dramatúrgico,  cuando se enfrenta a Shakespeare - lleva cuatro  shakespeares - es dejar lo más limpia la narración y buscar la esencia de la obra, despojándola de informaciones innecesarias para la época actual. Yolanda Pallín también versionó Otelo (CLIKEAR)y en  El mercader de Venecia (CLIKEAR). Ahora con Ricardo III sigue la misma línea. Una vez más nos entrega el texto y la línea narrativa con claridad, y con un lenguaje accesible al espectador de hoy que se mece entre lo literario, en el buen sentido de la palabra, y lo coloquial.

Según confesión propia de Eduardo Vasco el grupo Noviembre opta por la "palabra" y el actor, como centros de la representación. Es "teatro de la palabra", como lo era el teatro isabelino-shakesperiano, solamente que aquí, todavía, resulta más austero a nivel espacial y de efectos, encaminándolo por una estética brechtiana como son el tratamiento de canciones - también las tenía el teatro de Shakespeare -, pero aquí claramente se dirigen al público;  la presencia continua de los actores en escena, y la mayor aproximación hacia el público de aquellas  acciones protagonistas, las cuales buscan la cercanía de éste apoderándose del proscenio. El resto del escenario es un "fondal" de llamativa austeridad: una pantalla blanca, y al acercarnos a la batalla una vela inclinada con mástil. Tal tratamiento concentra la atención del espectador en lo que sucede en ese momento, como si se tratase de primeros planos en una película. Es como si una cámara cinematográfica nos fuese guiando y seleccionado los planos.  A ello ayuda una buena iluminación de Miguel Ángel Camacho, que potencia la mencionada planificación.

Esparcidos por el escenario, con más o menos protagonismo según el momento, una serie de baúles viajeros y maletas, evocan, a lo largo de la narración, las vidas de los personajes que personifican desde el simple viaje - los personajes vienen y van - hasta la muerte, después del itinerario de sus vidas personales. Todo lo que pueden contener esos baúles en su interior, el que se anida en el interior de los personajes. En la batalla final de Bosworth, todos ellos, se alzan como parapetos para terminar en una especie de pirámide o pira que no es sino el montón de cadáveres que Ricardo III ha dejado como herencia antes de morir. Es todo un acierto.

Al haber acortado el texto y buscado la esencia de la historia de Ricardo, se tiene la sensación de que los crímenes se precipitan uno tras otro. Lo que ya en Shakespeare resulta monstruoso, en este montaje se amplifica, el cual presenta la figura de Ricardo ausente de toda compasión, y como la de un ser que lo único que le obsesiona es la ascensión al poder. A ello se añade un desapego en el propio Ricardo, de modo que firma o apoya penas de muerte, a través de sicarios, sin remordimiento alguno y, en ocasiones, con un deje de humor negro. Son pocos los momentos que se nos presentan con cierta humanidad en su figura, lo cual es significativo, pues pone más de relieve la monstruosidad de lo que supone el poder. Si hay algo de humanidad, honradez y bondad en el ser humano, éste queda totalmente bloqueado o velado cuando el poder se cruza en su camino. Lo más sangrante es que tal reflexión no es una historia del pasado. Se repite en la sociedad de todos los tiempos, incluida la nuestra, la cual se nos aparece como rasgos de mayor humanidad y solidaridad, pero es sólo un espejismo. Este montaje, sin presentarse como un panfleto de denuncia, lleva al espectador a que eche una mirada sobre el mundo que le rodea, y que en estos últimos tiempos, en teoría de paz, se ha quitado la careta y ha mostrado su falta de escrúpulos en todos los terrenos, mostrando que la vida de los seres humanos le importa poco: guerras por intereses, desahucios, acumulación de capital a costa de los desfavorecidos y no del trabajo…     

Si toda la obra se desarrolla a base de los diálogos y acontecimientos entre los personajes, un punto difícil a coser era la batalla final de Bosworth. El tratamiento escénico puede ir desde una elección realista hasta una descripción a través de diálogos o efectos entre cajas. Eduardo Vasco logra, con acierto, mediante el movimiento y traslaciones de los personajes entre los baúles, un efecto inquietante y desestabilizador que evoca bien el fragor de la batalla, alcanzando el tiempo rítmico adecuado. Hay que verlo, más que describirlo. Funciona.

A nivel interpretativo, como en otros montajes, hay un alto nivel coral. Arturo Querejeta crea un Ricardo que bascula entre el perverso sin saña aparente, más cercano a la serpiente que al animal fiero, y el hipócrita, que forma parte de su piel. Arturo compone con su propio cuerpo su deformidad, lo cual le proporciona una mayor naturalidad. Desarrolla un amplio registro de sentimientos. A destacar la escena con el personaje de Isabel (Isabel Rodes). Ambos despliegan una buena labor interpretativa, llena de matices, la cual llega con eficacia al espectador al situarla en las escalinatas del proscenio. Es uno de esos primeros planos que mencionaba líneas antes. El resto de actores doblan y triplican personajes. Muestran su gran profesionalidad al encarnar bien cada uno de los personajes, de modo que no reconocemos uno en el otro, y ello sin necesidad de grandes afeites. Son, también, muy significativas las canciones corales a modo brechtiano, una de las cuales es el "leiv motiv" y resumen de lo que suponen los Ricardos Terceros en el mundo: "el mundo tiene la cabeza en los pies".

A nivel de vestuario - Lorenzo Caprile es su diseñador - nos plantamos en la primera mitad del siglo XX, con aromas de la Segunda Guerra Mundial. Esto no supone, imagino, un deseo de actualizar la obra. La actualidad de los textos está en lo que ellos puedan de tener de universalidad, y Shakespeare siempre lo tiene en sus obras, por eso es un clásico. Sin embargo, hay que reconocer, que tales vestimentas nos acercan un poco más la obra, sin pretender que sea  fundamental. Por parte de Caprile ha habido un gran ingenio en lograr que los actores cambien de vestuario estando en escena, sin que molesten a la acción. Prácticamente no nos damos cuenta de ello, a lo cual ayuda la penumbra del fondo, el desarrollo de la acción en el proscenio y la mencionada planificación cinematográfica a la que he aludido. En esa misma línea de pasar desapercibido, están también las transiciones escenográficas de mover baúles, maletas y piano, elemento sonoro crucial para las canciones y para sugerir otros efectos narrativos.

Este Ricardo III es un buen montaje, sin tiempos muertos, que nos llega con claridad y limpieza, así como con un gran poder evocador, terminando por ser un espejo de nuestra realidad mundial. Asusta que, lo mismo que Ricardo no tiene ninguna consideración para sesgar vidas, el actual engranaje del poder siga el mismo ejemplo, demostrando que la vida humana no vale nada.

Según los historiadores Shakespeare ha cargado las tintas en la maldad criminal de Ricardo, olvidando ciertas reformas sociales suyas como el haber creado un sistema dejusticia gratuita para los pobres, así como el procedimiento delibertad bajo fianza para los acusados de delitos comunes. También liberalizó la venta de librosy estableció el inglés como idioma oficialde los tribunalesen vez del francés, instituido desde la conquista de Inglaterra  (1066) por los normandos. Sus tropelías, al silenciar otras actividades suyas, resultan monstruosas, sobre todo en lo que respecta a ir eliminando personas según su conveniencia. No obstante no era el único. Basta echar una mirada a la época y a lo largo de la historia: la vida importa poco frente a otros intereses.

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   FOTO: www.madridteatro.net

Título:Ricardo III
Autor:William Shakespeare
Versión:Yolanda Pallin
Escenografía:Carolina Gonzalez
Vestuario:Lorenzo Caprile
Iluminación:Miguel Ángel Camacho
Música:Janacek / Vasco
Ayudantes de dirección:Fran Guinot / Daniel Santos
Producción:Miguel Angel Alcantara / NOVIEMBRE Compañía de teatro
Diseño de maquillaje y peluquería:Sara Álvarez
Ayudante de vestuario:Cristina Rosales
Realización escenografía:Mambo decorados, Sfumato, Peroni
Realización vestuario:Lorenzo Caprile
Sastrería:Hnos. Menor
Sombrerería:Medrano
Fotografía:Chicho
Vídeo:El hombre ola
Intérpretes:  Arturo Querejeta (Ricardo) Charo Amador (Margarita / Duquesa),  Fernando Sendino (Buckingham) Isabel Rodes (Isabel), Rafael Ortiz (Clarence / Stanley),  Cristina Adua (Ana / Duque de York), Antonio de Cos (Hastings / Richmond) Jose Luis Masso (Asesino / Principe de Gales / Ratcliff),  Jose Vicente Ramos (Asesino / Rey Eduardo / Catesby),  Jorge Bedoya (Pianista / Grey / Sacerdote / Tirrel),  Guillermo Serrano (Brakenbury / Rivers / Alcalde)
Dirección:Eduardo Vasco
Duración:1 hora 40 minutos /aprox.) (sin intermedio)
Estreno en Madrid:Teatro Español (Sala Principal), 1 - XII - 2016

Más información
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     Ricardo III. Centro Dramático Gallego. Entrevista

José Ramón Díaz Sande
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Última actualización el Martes, 13 de Diciembre de 2016 07:55