El perro del hortelano. Lope-Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Miércoles, 26 de Octubre de 2016 21:56

EL PERRO DEL HORTELANO
MO ME AMES NI AMES A OTRA, PORQUE TE AMO.

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   RAFA CASTEJÓN / MARTA POVEDA
FOTO:marcosGpunto

En el XVII, el príncipe Felipe no hubiera podido casarse con la plebeya Leticia, salvo que alguien hubiera tenido la feliz ocurrencia de inventarse un relato que viniera a demostrar que, en realidad, ella, con raíces asturianas, era descendiente del mismísimo Alfonso III, el Magno. Para resolver el conflicto social que impedía el final feliz de los amores entre Diana, condesa de Belflor, y Teodoro, su ayuno de títulos de nobleza secretario, Lope urdió una rocambolesca historia con la que convertía a éste en hijo del conde Ludovico. El recurso, tan empleado por los autores de comedias para deshacer los nudos que ellos mismos han tejido, deviene en añadido incómodo, por forzado y poco creíble. La acción se precipita hacia el final, convirtiendo en caricaturas a los personajes que intervienen en el enredo. Que empiece la reseña de esta puesta en escena de El perro del hortelano refiriéndome a este asunto no es gratuito. En la propuesta de Helena Pimenta se percibe, en el desenlace, un planteamiento teatral distinto al que le venía dando, hasta ese momento, al texto, lo que es una novedad respecto a montajes anteriores de la misma comedia. En efecto, en el juego en el que se embarca y enreda Diana, todo cuanto vemos sobre las tablas nos parece verosímil, porque, al fin y al cabo, los sentimientos e impulsos de los personajes son moneda común en el comportamiento de los seres humanos. Los enamoramientos sinceros o interesados, las escaramuzas sentimentales, los celos mal contenidos, las verdades a medias o las mentiras descaradas y toda suerte de ardides para conseguir lo que uno quiere en un mundo regido por estrictas reglas sociales, forman parte del universal repertorio de recursos para la supervivencia. Lo que ya no es creíble es la pirueta que Lope hace para sacarse de la chistera un padre de pacotilla para un huérfano sin apellidos nobles y propiciar así el necesario final feliz. Estamos ante un ardid teatral y como tal lo presenta Pimenta, que ha convertido la escena en una parodia, en un guiño que el público celebra de buena gana.

En la rueda de prensa previa al estreno, la actriz Marta Poveda señaló que se había trabajado tanto sobre la palabra como sobre las emociones. Lo visto en el teatro de la Comedia lo confirma. Con el tiempo y mucho trabajo, la Compañía Nacional de Teatro Clásico ha conseguido que el verso deje de ser la eterna asignatura pendiente de los actores españoles, lo que permite que ya no sea necesario disimular con los más diversos recursos teatrales las limitaciones que había. Hoy, son grandes las posibilidades de reunir un buen elenco que reúna actores con muchas tablas y jóvenes promesas. Este espectáculo es buena prueba de ello. A partir de una versión respetuosa de Álvaro Tato, con pocas tachaduras y los justos añadidos, más la sustitución de algún vocablo caído en desuso, el texto fluye mostrando lo mejor de un Lope de Vega en estado de gracia. Personajes a los que su pertenencia a clases sociales a las que les está vedado mezclase, les impide dar rienda suelta a su pasión amorosa; seres que se buscan y, perdidos en laberintos de engaños y torpezas, no se encuentran; criados cuya suerte va cambiando al ritmo de la de sus señores; pretendientes tontorrones que, cual gallos de pelea, se disputan, más que a la dama, su título de nobleza; y más sucesos propios de las comedias de enredo en los que caben la picardía y los equívocos, que provocan la sonrisa y la risa franca, y también la  ternura que conmueve al respetable, deseoso de que todo acabe bien.

Acompaña al texto bien dicho, el lenguaje del gesto, muy cuidado. Es más exaltado que contenido. Los cuerpos se mueven por el escenario sin complejos. Sus dueños nos dicen, sin palabras, cosas que los personajes llevan dentro. Quizás este doble discurso –palabra y expresión corporal- sea más propio del XVIII que del Siglo de Oro, pero encaja a la perfección al haber traslado Helena Pimenta la acción a aquél. Hay que decir, sin embargo, que no es ese el motivo único de la mudanza. También la ha hecho por una cuestión didáctica, cual es la de subrayar el componente feminista que subyace en la obra. Al salto en el tiempo han contribuido el escenógrafo Ricardo Sánchez Cuerda; los figurinistas Pedro Moreno y Rafa Garrigós; y el músico Ignacio García. El decorado concebido por Sánchez Cuerda -un blanco y diáfano salón napolitano con numerosas puertas que se abren a otros paisajes y estancias-,  permite que los actores sean dueños del escenario, que nada les estorbe  y que, por tanto, ellos sean los legítimos protagonistas de lo que es, de principio a fin, una fiesta teatral. Por la importancia de sus papeles destacan Marta Poveda y Rafa Castejón. Ella, en el de Diana, es un torbellino en el que acaban mezclándose la astucia, el ímpetu, la pasión, el egoísmo, los celos y una enorme fragilidad. Castejón es un Teodoro siempre descolocado, incapaz de saber a qué carta quedase en una partida trufada de trampas. Convierte su búsqueda de esposa, en la que no sé sabe que pesa más, si el amor o el interés, en un continuo subir y bajar peldaños en la escala social. Se conforma con una criada cuando piensa que ese es el colmo de sus aspiraciones, pero, al intuir que puede picar más alto, muda de parecer y rompe su promesa de matrimonio. Más no tarda en dar marcha atrás cada vez que cree estar soñado despierto. En ese juego de amores y desamores y de intereses mal disimulados, se desdibuja su imagen de secretario bien parecido y deviene en un arribista, aunque al final, para que todo acabe bien por exigencias del guión, saque a relucir lo mejor que lleva dentro y se derrima. Es un lujo que un actor como Joaquín Notario asuma el papel de un lacayo, aunque dicho lacayo se llame Tristán y sobre él recaiga la tarea de enderezar lo que se ha retorcido con tanto enredo. Natalia Huarte, en cuya trayectoria hay ya muchos clásicos, es una deliciosa Marcela. Enamorada cuando es amada y enfadada cuando juegan con ella, también se esfuerza por meter baza cuando encuentra resquicio para ello. El resto del reparto está a la altura de lo que cabe esperar de un Teatro Nacional.

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   MARTA POVEDA / FERNANDO CONDE / NATALIA HUARTE
FOTO: marcosGpunto

Título: El perro del hortelano
Autor:  Lope de vega
Versión: Álvaro Tato
Asesor de verso: Vicente Fuentes
Coreografía: Nuria Castejón
Selección y adaptación Musical: Ignacio García
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo
Vestuario: Pedro Moreno / Rafa Garrigós
Escenografía: Ricardo Sánchez Cuerda
Realización de escenografía: May, Sfumato, Mambo Decorados
Realización de vestuarios:Sastrería Cornejo, Somotex Costura, Maribel Rf, Salvador García, PetraPorter
Utilería:Utilería-Atrezo, Fondos CNTC
Ambientación de vestuario:Taller de María Calderón
Posticería:Lupe Montero, Fondos CNTC
Telones seriagrafiados: Gerriets.
Ayudantes de escenografía:Juan José González, Maite Onetti
Ayudante de vestuario:Beatriz Robledo
Ayudante de iluminación:David Hortelano
Ayudante de dirección:Javier Hernández-Simón
Producción: CNTC
Música en Off: Olesya Tutova (Piano)
Intérpretes (por orden de intervención): Rafa Castejón (Teodoro),  Joaquín Notario (Tristán),  Marta Poveda (Diana),  Álvaro De Juan (Fabio, Lirano), Óscar Zafra (Otavio, Furio, Camilo), Nuria Gallardo/ Paula Iwasaki (Anarda), Alba Enríquez (Dorotea),  Natalia Huarte (Marcela),  Paco Rojas (Marqués Ricardo),  Egoitz Sánchez (Celio, Chapas),  Pedro Almagro (Conde Federico), Alfredo Noval (Leónido, Paje),  Alberto Ferrero (Amor, Antonello),  Fernando Conde (Conde Ludovico)
Dirección: Helena Pimenta
Duración: 1 hora 50 minutos
Estreno en Madrid: Teatro de la Comedia, 19 - X- 2016

Más información
    El perro del hortelano. Lope-Pimenta
    El perro del hortelano. Lope-Entrevista

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Lunes, 07 de Noviembre de 2016 08:37