El grito en el cielo. Zaranda.Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Domingo, 31 de Enero de 2016 19:59

EL GRITO EN EL CIELO
CRÓNICA DE MUERTES ANUNCIADAS 

  grito cielo 2 B copia copia copia copia copia
  FOTO: JUAN CARLOS GARCÍA Y VÍCTOR IGLESIAS

 Los de La Zaranda, genio y figura hasta la sepultura. Con El grito en el cielo continúan el macabro paseo que, con El régimen del pienso, emprendieron por los lugares en que la enfermedad y la muerte tienen mayor presencia. Lo que nos muestran es como nuestra sociedad, para disimular su deshumanización, los decora como si fueran los escenarios de un gran guiñol. En la obra anterior, se trataba de un centro hospitalario en el que los pacientes eran despojados de sus vivencias y sentimientos hasta dejar reducidas sus biografías a fríos historiales clínicos. En esta ocasión, nos trasladan a una residencia de la tercera edad, denominación  cosmética para designar lo que antiguamente eran los asilos de ancianos. Es verdad que en poco se parecen los de ahora a aquellos, pues, como cualquier visitante constata, los que allí viven reciben más cuidados y buena parte de su tiempo lo pasan practicando actividades lúdicas o recibiendo terapias ocupacionales para mejorar su calidad de vida. Más difícil es saber lo que sucede cuando el horario de visitas finaliza. A veces queda la duda, quizás injustificada, aunque en alguna ocasión confirmada, de que el buen trato continúe y las sonrisas de los empleados no se borren. Pero aun en el caso de que nada de eso suceda, hay algo incuestionable: esos centros son la antesala de unas muertes anunciadas.

La esperanza de vida de los alojados en el geriátrico recreado por La Zaranda es nula. Solo cabe esperar a que todo acabe, pero mientras tanto son sometidos a absurdas y rutinarias sesiones de rehabilitación, obligados a realizar ejercicios teatrales con fines terapéuticos y a dormir. A dormir mucho, aunque no tengan sueño. Lo peor, sin embargo, es la sedación paliativa que reciben. Sus efectos son demoledores, pues les priva de la capacidad de pensar y soñar y, al cabo, les disuelve en la nada. En ellos, está a punto de consumarse la metamorfosis de las personas en objetos. Que no sea así se debe a que los ancianos no se resignan a su suerte y, asiéndose al hilo de lucidez que conservan, se rebelan contra el destino que les aguarda y planean su huida en busca de la libertad. Tras un recorrido agónico por laberínticos túneles oscuros saldrán de su cárcel y ya al aire libre, en lo que los de La Zaranda llaman la intemperie del alma, expresarán su protesta con desgarrada  indignación, es decir, poniendo el grito en el cielo. 

La escenografía es escueta y móvil: cuatro jaulas rodantes de esas que se emplean en los almacenes de los supermercados para trasportar las mercancías son convertidas para la ocasión en las camas del geriátrico, en camillas rodantes, en horno crematorio, en ascensor o, unidas entre sí, en largo túnel. Pocos objetos más. En ese marco se mueven cuatro actores y una actriz. Ella es la celadora del centro, la gobernanta depositaria de sus llaves, el ojo vigilante que comprueba que los internos duermen a la hora de dormir, la que controla sus movimientos, la monitora que dirige sus ejercicios, la enfermera que les administra los fármacos y, al cabo, la que con rutinaria frialdad les conduce, cuando les llega la hora, hasta la barca de Caronte. Ellos son los personajes consumidos, un simulacro de vida. Se expresan a duras penas con sus voces agónicas y con sus cuerpos menguados. Frases cortas, palabras que se repiten con machacona insistencia, lapidarias y sabias sentencias, versos sueltos escapados de poemas imaginarios, ráfagas de humor negro… El lenguaje corporal completa su discurso. Deambulan por el escenario con paso torpe y, cuando lo hacen sin más vestimenta que unos abultados pañales, a la vez que viejos, parecen niños que dan sus primeros pasos. La música de esta danza de la muerte la ponen, Wagner, con su Tannhauser; Santo Tomás de Aquino, con su himno religioso Adoro te devote; y Pérez Prado, el maestro del mambo.

El espectáculo lleva el sello inconfundible de La Zaranda. Una estética expresionista de enorme teatralidad. Lo trascendente parece cosa de risa, pero  es una risa que muda en mueca dolorosa. Fieles a su costumbre, cuando se hace el oscuro final, abandonan el escenario y no regresan para recibir los aplausos. Uno sospecha que no es que los desdeñen, sino que tienen prisa por llegarse a la taberna más próxima para resucitar al calor de unos vinos y prepararse para la siguiente función. Los que seguimos a La Zaranda desde su nacimiento tenemos el deber, y si se me apura hasta el derecho, de prevenirles del riesgo que corren de caer en la perniciosa rutina de la reiteración. Algo así sucedió hace bastantes décadas con el Living Theatre y, más recientemente, con su maestro Tadeusz Kantor. Quizás sea la hora de, sin dejar de ser ellos, aventurarse por nuevos caminos.

  Sin título 2 b copia copia 
  FOTO: JUAN CARLOS GARCÍA Y VÍCTOR IGLESIAS 

Título: El Grito en el Cielo
Autor: Eusebio Calonge
Compañía: La Zaranda, Teatro Inestable de Andalucía La Baja
Música: Obertura de Tannhäuser, Richard Wagner / Transcripción del mismo tema para piano y órgano de Franz Liszt /Adore te devote, Santo Tomás de Aquino /Mambos: Pérez Prado
Iluminación: Eusebio Calonge
Espacio escénico: Paco de la Zaranda
Cartel: Víctor Iglesias
Fotografía: Juan Carlos García y Victor Iglesias
Coordinador de transportes: Eduardo Martínez
Fotografía del cartel: Juan Carlos García
Intérpretes: Celia Bermejo, Iosune Onraita, Gaspar Campuzano, Enrique Bustos, Francisco Sánchez
Dirección: Paco de La Zaranda
Estreno en Madrid: Teatro Español (Sala Principal), 13 - I - 2016

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo


Teatro Español
Director: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Aforo: 760
C/ Príncipe, 25
28012- Madrid
Concejalía de las Artes
Ayuntamiento de Madrid.
Tf. 91 3601484
Metro: Sevilla y Sol
Parking: Pz. Santa Ana, Pz. Jacinto Benavente y Sevilla.

 

Última actualización el Domingo, 31 de Enero de 2016 20:30