Una mujer en la ventana. Uroc Teatro Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Viernes, 07 de Octubre de 2016 15:43

UNA MUJER EN LA VENTANA
FUNCIÓN CON PROPINA

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  PETRA MARTÍNEZ
FOTO: ANTONIO MUÑOZ DE MESA 

Para Petra Martínez, treinta y un años no son nada. Para la mujer en la ventana, tampoco. Viene esto a cuento porque es el tiempo trascurrido desde que ese personaje creado en los años setenta del pasado siglo por el dramaturgo alemán Franz Xaver Kroetz se asomó por primera y única vez a un escenario español de la mano de la actriz. En aquel 1985 se producían desahucios en nuestro país y, llegadas a cierta edad, muchas personas emprendían un camino sin retorno hacia las residencias de ancianos. La obra, titulada Una mujer en la ventana, trata de eso. Llegaba, pues, en un momento oportuno. En efecto, su protagonista es una viuda que, en el otoño de su vida, se ve obligada a abandonar el modesto y tristón piso de alquiler en el que lleva viviendo cuatro décadas, ya que el propietario de la finca ha conseguido que sea declarada en ruinas. Era una forma habitual de acabar con las casas de renta antigua para especular con la venta de los solares que quedaban tras sus derribos. El nuevo hogar de la anciana será una residencia. Hoy, lo de los desahucios han ido a peor. Miles de indefensos ciudadanos se han visto despojados de sus casas a consecuencia de la brutal crisis económica y el número de residencias llamadas de la tercera edad se ha multiplicado. De ahí que esté llena de sentido la recuperación de este texto y que no quepa hablar de reposición. No lo es, porque la Petra Martínez actual, siendo la misma de entonces, es distinta.

La acción transcurre en el atardecer de la víspera en que el hijo de la mujer vendrá a recogerla para llevarla a la residencia. No se queja de que no se la lleve a vivir a con él. En su casa no hay sitio para ella. Sí para el jilguero, porque apenas ocupará  espacio. De cuidarle se ocuparan los nietos. Sin embargo, atenderla a ella es más complicado. Eso sí, de vez en cuando irán a buscarla para pasar el día en familia, aunque será con menos frecuencia de la deseada, pues la residencia queda bastante lejos. La han convencido, o ella lo finge, de que allí estará mejor al cuidado de empleados amables, con todo el tiempo por delante para hacer lo que le plazca. Imagina, buscando el lado positivo, lo que será su vida en una habitación compartida con otra anciana o en la sala de estar común viendo la televisión o haciendo manualidades. Su problema es otro. Qué cosas llevarse y a cuales renunciar. Llevárselas todas es imposible, porque en media habitación de una residencia no cabe lo que ha ido acumulando a lo largo de tantos años. Es verdad que su casa es un almacén de cosas útiles e inútiles y de objetos de dudoso valor material, pero su contemplación la permite evocar vivencias antiguas y, a nosotros, nos ayuda a dibujar el mapa de una vida sencilla. No le es fácil elegir y acaba reuniendo en torno al sillón, del que no está dispuesta a prescindir, la sopera heredada de la abuela, nunca usada para evitar que se rompa; algo de ropa, incluso la que hace siglos que no se pone: unos cuantos libros; una alfombra; dos o tres platos de cobre, porque, en caso de necesidad, el cobre se paga bien; un lámpara por si se va la luz; el álbum de fotos; los cuadros que hay en las paredes; la botella de cognac, que piensa seguir bebiendo con moderación y a hurtadillas… Al mover los objetos del lugar que siempre ocuparon, la armonía se quiebra. Amontonados, el paisaje que dibujan remite a cualquier rincón de una chamarilería del Rastro madrileño. Si no tienen tal destino, lo más probable es que, cuando la piqueta entre a saco en el edificio, acaben mezclados con los cascotes.

La puesta en escena es de Juan Margallo, como la de hace treinta años. Ha mantenido lo esencial de aquel montaje y la acción sigue teniendo lugar en aquella época. También el texto es el mismo que tradujo y adaptó Manuel Heredia. Me atrevo a aventurar que entonces y ahora el original fue alterado, si no en lo esencial, si en pequeños detalles. Me inclina a pensar que fue así, el hecho de que, en general, el teatro del autor alemán es de tal dureza que suele provocar incomodidad en el público. En esta pieza, su autor, seguramente trazó un crudo retrato de la soledad, pero en la versión española hay frases, quizás añadidas, llenas de humor que alivian la tensión y, sobre todo, grandes dosis de ternura. En este caso si podemos afirmar que quien las administra es Petra Martínez, prodigiosa en un papel que se diría hecho a su medida si no fuera porque todos los que interpreta lo parecen. Su perfección ha llegado al extremo de conseguir que nos olvidemos de que quien está en el escenario es una actriz. Se nos presenta como un personaje que se expresa sin intérprete. Para acercarse al espectador no necesita romper la cuarta pared. Le basta con ignorarla. Con habla pausada anuncia el futuro que la aguarda y finge creerse la promesa del hijo de que, si no se siente a gusto en la residencia, buscarán otra solución. El detallado inventario de sus pertenencias  se convierte en el relato sentimental de una vida y, el escrutinio para seleccionar las que pretende llevarse consigo, deriva en una sucesión de momentos dramáticos, que casi siempre hacen crisis por la vía de una ironía tan medida que deja, junto a la inevitable sonrisa, un poso amargo.

Cuando la mujer cubre la jaula del pájaro con una  tela negra y los focos que la iluminan se apagan, el público rompe en aplausos. Apenas concluyen, Juan Margallo accede al escenario. Pero no lo hace para recibir los que le corresponden como director, sino para ofrecer, junto a Petra, su esposa en la vida real, un rato de charla a quienes no tengan prisa por abandonar la sala. Es como si hubieran traslado el salón de su casa al escenario. No es la primera vez que, acabada la función, ofrecen una propina. Hablan con desenfado de sus vidas y lo que cuentan no son inventos. Quienes conocemos su trayectoria, sabemos que está sacado de una larga convivencia personal, política y artística. Y como cualquier pareja que se precie, se llevan la contraria cuando toca. La velada llega a su fin entre risas. Muy educadamente nos acompañan hasta la salida y nos despiden con apretones de manos y besos.

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  PETRA MARTTÍNEZ
FOTO: ANTONIO MUÑOZ DE MESA

Título: Una mujer en la ventana
Autor: Franz Xaver Kroetz
Traducción y adaptación: Manuel Heredia
Diseño de vestuario: Francisco Lozano
Diseño Espacio Escénico: Richard Cernier
Realización de escenografía: La Quimera De Plastico
Diseño de luces: Rafael Catalina
Efectos de sonido: Poti Martin
Fotos y diseño grafico: Antonio Muñoz De Mesa
Producción ejecutiva: Isabel Rufino
Ayudante de dirección: Olga Margallo
Una producción de Uroc Teatro
Compañía: Uroc Teatro
Intérprete: Petra Martínez
Dirección: Juan Margallo
Duración: 1hora 10 minutos (aprox.)
Estreno en Madrid: Teatro Español (Sala Margarita Xirgu), 22 - IX- 2016

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Viernes, 07 de Octubre de 2016 16:02