El largo viaje del día hacia la noche. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Domingo, 14 de Septiembre de 2014 06:40

EL LARGO VIAJE DEL DÍA HACIA LA NOCHE
RETRATO DE UNA FAMILIA ROTA

  P1330704 b copia
  VICKY PEÑA / MARIO GAS / JUAN DÍAZ / MAMEM CAMACHO / ALBERTO IGLESIAS
FOTO: www.madridteatro.net

Hace ocho años iniciaba mi crítica a la puesta en escena que Alex Rigola hizo de Largo viaje hacia la noche diciendo que, en ella, Eugene O’Neill, su autor, hizo un estremecedor y apenas velado retrato de su propia familia, formada por el padre, James Tyrone en la ficción, famoso actor que pasó buena parte de su vida haciendo giras, hombre tacaño y dado a la bebida; la madre, Mary, adicta a la morfina desde que la consumiera por primera vez para aliviar los dolores durante su nacimiento; Jamie, el hermano mayor, cínico, actor sin vocación y alcohólico como su progenitor; y por él mismo,  aquí llamado Edmon, quien tras recorrer medio mundo ejerciendo diversos oficios, ya de regreso a la casa familiar, contrajo la tuberculosis. La acción transcurre en su residencia veraniega a lo largo de un día de agosto a principios del siglo pasado. No se trata de un día cualquiera, sino aquel en el que Edmon es informado de la enfermedad que padece y debe ser ingresado en un sanatorio. Desde las ocho y media de la mañana, recién salido el sol, con la perspectiva de una jornada placentera, hasta la medianoche, cuando una espesa niebla envuelve la casa, asistimos a la descomposición de una familia sin que ninguno de sus miembros, más allá de fingir que nada anormal sucede, ponga nada de su parte por evitarlo. En un ambiente de tensión solo a veces contenida con falsas muestras de afecto, los personajes van mostrando sus miserias, sin más testigo que una criada cuyas intervenciones ingenuas y no exentas de humor, actúan como contrapunto. La casa se convierte en una suerte de laberinto que cada uno recorre huyendo de los demás o buscándolos ansiosamente, provocando una sucesión de encuentros y desencuentros que desembocan en escenas de gran violencia y, en ocasiones, de conmovedora ternura.

La trascendencia de esta historia, vivida en un tiempo ya lejano y en un lugar concreto, reside en su enorme fuerza dramática y en la dimensión universal que ha alcanzado, esa que hace posible que cualquier sociedad se reconozca en ella. Desde el punto de vista artístico es una tentación, y un reto,  para los profesionales de la escena, sobre todo para los actores. No es extraño, pues, que periódicamente, la obra regrese a los escenarios. Su primer director español fue González Vergel, que la estreno en 1960 con Andrés Mejuto, Ana María Noé, José Luis Pellicena y Pepe Martín. Siguió, en 1988, la puesta en escena de Miguel Narros y William Layton, con Alberto Closas, Margarita Lozano, José Pedro Carrión y Carlos Hipólito (CLIKEAR); en 1991, la de John Strasberg con Hector Alterio, Julieta Serrano, Jaume Valls y Ramón Madaula; y en 2006, Alex Rigola con Chete Lera, Mercé Aranega, Israel Elejalde y Oriol Vila. (CLIKEAR)

La que ahora se ofrece en el teatro Marquina satisface plenamente la exigencia de un buen reparto. Mario Gas compone un James Tyrone en el que han desaparecido las huellas de su pasado de actor y se ha convertido en un hombre de gesto apacible que solo se altera cuando los demonios familiares salen a relucir o cuando su tacañería es puesta en evidencia. Su intención de frenar al desastre familiar y su incapacidad para conseguirlo resultan patéticas. Faltan adjetivos para calificar el trabajo de Vicky Peña. Hace años que ha alcanzado su plenitud artística y vuela a mayor altura cuanto más complejo es su personaje. Lo es en grado sumo el de Mary. Gesto y voz se conjugan para ofrecer un retrato conmovedor de ese ser que se resiste a admitir la realidad, que trata de ocultar su dependencia de la morfina y que vive dominada por un sentimiento de culpabilidad que la tiene sumergida en una angustia permanente. No son papeles menores los de los hijos del matrimonio, pero su edad obliga a que sus intérpretes pertenezcan, cuando menos, a la siguiente generación de actores. No es asunto baladí el de su elección y, en la presente ocasión, resulta acertada. Alberto Iglesias, avalado por una dilatada carrera profesional, al que en los últimos años hemos visto en De ratones y hombres, Un tranvía llamado deseo y Hécuba, es Jamie. Juan Díaz, con dedicación preferente al cine y a las series de televisión, es Edmon. Ambos afrontan con enorme solvencia la interpretación de dos seres malogrados, sin salvación el primero y, con un futuro incierto y sin duda doloroso, el segundo. Completa el reparto, en el papel de la criada, una desenfadada Mamen Camacho, actriz formada en la RESAD y ligada a la Compañía Nacional de Teatro Clásico.

La dirección corre a cargo de Juan José Afonso, que se ha centrado en el trabajo con los actores y  en resaltar el duro y, al tiempo, poético texto. En sus manos, el espectáculo es un homenaje a la palabra. Todo está supeditado a ella. Afonso ha querido que nada la estorbara. Tal vez por eso, para ofrecerla con la máxima desnudez, ha prescindido del salón de estar de la casa de los Tyrone minuciosamente descrito en la acotación inicial por una simple tarima en el centro del escenario, que se convierte en indefinido punto de encuentro de los personajes. Un mobiliario escaso y grandes cortinas cerrando el espacio escénico completan la sucinta y a nuestro juicio poco adecuada escenografía.

Borja Ortiz de Gondra es el autor de la versión. Dos son los desafíos a los que se enfrentaba: ser fiel a discurso del autor manteniendo intacta su belleza y reducir la duración de la obra. El primero lo ha superado con creces. Para ello ha completado un minucioso trabajo de mesa con su presencia a pie de escenario durante los ensayos, buscando, para cada frase, el giro más adecuado. El segundo siempre plantea dudas, más a un dramaturgo, porque cualquier amputación de una obra ajena es dolorosa, aunque no haya merma de lo esencial. Es preciso recordar que la representación integra del texto de O’Neill es de cuatro horas. Eso duraba la puesta en escena de Narros y Layton y, el público, lo acusó. Francisco Moreno, que firmo en RESEÑA la crítica de aquel espectáculo (CLIKEAR), aseguraba que no hay textos intocables y que, el del autor norteamericano, podía comprimirse sin excesivo perjuicio, pues contiene numerosas reiteraciones de fácil supresión. Los demás montajes realizados en España ofrecieron el texto recortado de modo que la representación quedaba reducida a dos horas. El de Alex Rigola, que suprimió el personaje de la criada, no las alcanzaba. El que nos ocupa, las supera. Una nueva criba sería, quizás, oportuna.

  largo 53 copia
 

ALBERTO IGLESIAS / VICKY PEÑA / JUAN DÍAZ
FOTO: www.madridteatro.net

Título: el largo viaje del día hacia la noche
Autor: Eugene O'Neill
Versión: Borja Ortiz de Gondra
Escenografía y vestuario: Elisa Sanz
Iluminación: Juan Gómez-cornejo Sánchez (A.A.I.)
Video: Eduardo Moreno
Ayudante de dirección: Laura Ortega
Producción: Teatro Marquina
Intérpretes: Mario  Gas (James Tyrone), Vicky Peñas ( Mary Cavan Tyrone), Alberto Iglesias ( Jamie Tyrone, su hijo mayor), Juan Díaz (Edmund Tyrone, su hijo menor), Mamen Camacho (Cathleen, criada).
Dirección: Juan José Afonso
Duración: 2 horas y cinco minutos (incluido descanso de 10 minutos)
Estreno en Madrid: Teatro Marquina, 4 - IX -2014

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo

 

 

 



TEATRO MARQUINA

AFORO: 500

C/ PRIM, 11

28004  - MADRID

Tf. 915323186

Metro: Banco España

Parking: Augusto Figueroa  32-34

Telentradas

entradas.com

Tf. 902 488 488

 

 

 

 

Última actualización el Domingo, 14 de Septiembre de 2014 15:47