Tierra de Nadie. Harold Pinter. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Lunes, 27 de Enero de 2014 18:42

TIERRA DE NADIE
UNA  DESCRIPCIÓN DE NUESTRA VIDA

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JOSÉ MARÍA POU / LLUIS HOMAR
FOTO: PRODUCTORA 

Cuando Hirst y Spooner entran de madrugada en la lujosa casa del primero para continuar la conversación iniciada en el bar en que se han conocido, ya están bastante borrachos. Spooner se muestra parlanchín y no para de elogiar la inteligencia, generosidad y bondad de su anfitrión. Es reiterativo y empalagoso. Se diría que quiere agradar y que tiene mucho interés en que el encuentro se prolongue indefinidamente. Por el contrario, Hirts es parco en palabras. Arrellanado en un confortable sillón escucha y deja caer alguna pregunta o hace escuetos comentarios. A lo que sí parece dispuesto es a seguir bebiendo sin tasa y a que su invitado le acompañe. Horas después, cuando el desenlace se acerca, Spooner vuelve a dar muestras de su locuacidad, aunque su tono es bien distinto.  Postrado a los pies de Hirst implora que le contrate como secretario y se muestra dispuesto a ejercer las funciones propias de un criado, incluidas las más humillantes. Entre una y otra escena suceden muchas cosas, aunque por el orden en que se producen y  lo contradictorias que resultan, más que luz, arrojan sombras sobre la relación que existe entre los dos personajes. En efecto, durante largo tiempo se comportan como si acabaran de conocerse, pero ya muy avanzada la acción nos enteramos de que años atrás, antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial, fueron amigos cuando estudiaban en Oxford. Aquellos años de camaradería estuvieron presididos por una rivalidad soterrada en lo profesional y en lo sentimental plagada de traiciones y engaños. También sabemos que los dos son poetas, aunque con dispar fortuna. Mientras Hirst ha alcanzado la fama, Spooner ha fracasado. El éxito de aquél es evidente. Goza de una privilegiada situación económica y vive rodeado de comodidades. Tiene dos personas a su servicio, aunque no logremos saber en calidad de qué, si como secretarios, mayordomos o simples servidores domésticos, aunque a veces se comportan con una familiaridad que sugiere relaciones más estrechas. Celosos guardianes de su intimidad, cancerberos de aquella especie de claustrofóbica torre de marfil, ven en el visitante a un intruso peligroso. El punto débil de Hirst es su adicción a la bebida, cuyos efectos son evidentes en varias caídas y en su salida del salón caminando a gatas, estancia que, por cierto, está presidida por un mueble bar que, a modo de altar, se alza en el centro.  Spooner, por su parte, se presenta como tutor de prometedores poetas a los que reúne en veladas literarias en el bar que frecuenta, de cuyo dueño se dice amigo. Su intento de ofrecer la imagen de un escritor generoso y respetado por las generaciones jóvenes queda en evidencia cuando los servidores de Hirst desvelan que su actividad en el bar consiste en ayudar a su dueño a retirar los vasos vacíos de las mesas y a ejercer otras funciones propias de un camarero, sin que él lo niegue.

Si existe, no es fácil para el espectador seguir el hilo argumental. Tampoco crearlo a partir de las pistas que da el autor. Las posibilidades de conseguirlo son escasas, pues la tarea de atar cabos se hace complicada. Hay muchos que quedan sueltos. Es un alivio saber que, cuando leyó Tierra de nadie, Lluis Homar tuvo la sensación de estar ante un cuadro abstracto abierto a múltiples interpretaciones. Entre las posibles está la de tomarse la representación como un juego en el que hemos de encontrar las preguntas a las respuestas que llegan desde el escenario. Cabe también imaginar ese espacio como un espejo en el que acabamos viéndonos reflejados a pesar de nuestro inicial empeño por no reconocernos. Cuando damos por buenas estas interpretaciones, la obra nos parece menos críptica. Al final, nos rendimos a la evidencia. Esa tierra de nadie en la que Pinter sitúa a sus personajes es la nuestra. Es el lugar que hemos elegido para vivir, en el que acabamos por sentirnos incómodos y del que no se puede salir. La atmósfera que hemos creado mezclando verdades y mentiras pasadas y actuales es irrespirable. Podemos identificarnos con Hirst o Spooner en función de nuestra trayectoria personal o de la simpatía o antipatía que nos inspiren. Pero, si hemos entendido el mensaje, sentiremos un profundo desasosiego, porque ambos personajes son, en el fondo, unos perdedores. Todos lo somos y las posibilidades de redimirnos son escasas, pues no estamos dispuestos a descubrir las cartas, a veces marcadas, con las que hemos jugado, a renunciar a una calculada ambigüedad en nuestras conductas y a confesar, en fin, nuestras debilidades.

En Tierra de nadie, Pinter rinde culto a la palabra. Su escritura roza la excelencia, que no se ha visto mermada en la cuidada traducción de Joan Sellent. Pero también los silencios tienen gran protagonismo. Xavier Albertí los ha puesto en valor en su minucioso y sobrio trabajo de dirección. Entre Josep María Pou (Hirst) y Lluis Homar (Spooner) no hay, como a priori cabría suponer, duelo interpretativo. Las características de sus personajes no lo permiten. Aunque tienen en común la capacidad de escuchar, en nada más se parecen. Están hechos de distinta madera.  Homar compone un tipo cínico y rastrero por necesidad, que sabe emplear su verborrea para adular o zaherir, según le convenga. El de Pou es el de un triunfador en cuya vida la bebida ha causado estragos. Ésta, le ayuda a mantenerse en pie y, al tiempo, le hace perder facultades intelectuales y dignidad. Sin control sobre su cuerpo hinchado y con la mente nublada, es poco más que un fardo parlante. La lucidez que recupera tras unas horas de sueño reparador, le devuelve el control sobre la palabra, mas se trata de un fugaz paréntesis. Noqueado de nuevo apenas reanuda la ingesta de alcohol descubrirá, sin capacidad de reacción, que el respeto de sus servidores es fingido. En realidad, administran su ruina y le desprecian. Reducido a la condición de despojo humano, es tarde para rectificar y recuperar cuanto ha ido perdiendo. Pou ofrece una imagen cabal de la degradación del talento. Junto a él y a HomarRamón Pujol y David Selvas comparten escenario con los protagonistas. Son los enigmáticos custodios del poeta y sus parásitos, una doble función que asumen con la solvencia propia de actores preparados para afrontar papeles de mayor calado.   

 

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DAVID SELVAS / RAMÓN PUJOL / JOSÉ MARÍA POU / LLUIS HOMAR
FOTO: PRODUCTORA

Título: Tierra de nadie
Autor: Harold Pinter
Traducción catalana: Joan Sellent
Traducción castellana, a partir de la catalana.
Escenografía: Lluc Catells
Vestuario: María Araujo
Iluminación: Xavier Albertí y David Bofarull
Ayudante de dirección: Albert Arribas
Producción: Teatre Nacional de Catalanya
Intérpretes: Lluis Homar (Spooner), José María Pou (Hirst), Ramon Pujol y David Selvas (criados)
Dirección: Xavier Albertí
Duración: 1h. 40 m.
Estreno en Madrid: Matadero (Naves del Español), 15 - I - 2014


 

 

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Viernes, 20 de Junio de 2014 11:50