Rinoceronte. Ionesco. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Martes, 06 de Enero de 2015 17:31

 RINOCERONTE
LA REPÚBLICA DE LAS BESTIAS

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   FERNANDO CAYO / PPE VIYUELA
FOTO: VALENTÍN ÁLVAREZ

Ionesco fue testigo del ascenso del nazismo en Alemania, de cómo algo que iniciaron unos pocos bárbaros fue adquiriendo peso hasta convertirse en una monstruosa dictadura a la que nadie puso freno. Ciudadanos normales fueron acomodándose a la nueva situación y, cuando Hitler les convocó para extender su poder por Europa, le siguieron ciegamente, como la manada sigue a su jefe. Algo parecido sucedería en su Rumanía natal tras el ascenso al poder, en 1940, del fascismo. Más de cerca vivió la ocupación de Francia por parte del ejército alemán, pues durante algún tiempo fue el agregado cultural de Rumanía en el gobierno colaboracionista de Vichy. Le llamaba la atención el elevado número de franceses que, en un goteo incesante, asumían de buen grado el control de sus vidas por parte del invasor. En algunas declaraciones, el dramaturgo se refirió a esos acontecimientos como inspiradores de la escritura de Rinoceronte. En ella nos cuenta lo sucedido en una pequeña ciudad de provincias que ve alterada su vida cuando un rinoceronte hace acto de presencia en sus calles. No hay una explicación lógica para el suceso. Frente a los que niegan que se haya producido realmente, otros describen al animal sin ponerse de acuerdo en sus características, hasta el punto de que empieza a considerarse la posibilidad de que se trate de dos ejemplares. Solo una persona llamada Berenguer considera que el asunto carece del más mínimo interés. Todo empieza a cambiar cuando una mujer reconoce, en el rinoceronte que la persigue, a su propio marido. No son, pues, rinocerontes intrusos los que campan por las calles a su antojo, sino los propios habitantes de la localidad. Su número aumenta a la velocidad con que lo hacen las peores plagas. Lo que definitivamente alarma a Berenguer es la metamorfosis de su mejor amigo, a la que asiste con amargura e impotencia. El fenómeno afecta de forma imparable a todo su entorno. Poco a poco se va quedando solo en medio de la manada de paquidermos. Hasta su propia novia claudica. El totalitarismo ha triunfado.

La obra fue estrenada en París en 1959 y solo dos años después fue representada en España, bajo la dirección de José Luis Alonso, en el teatro María Guerrero, el mismo que ahora, cuarenta y tres años después, acoge la puesta en escena de Ernesto Caballero. Cuando se hizo pública la programación del CDN para la actual temporada, me pregunté qué sentido tenía recuperar la pieza en estos momentos y, pensando en la España de los años sesenta, cómo fue posible que, teniendo en cuenta el argumento, la censura autorizara su representación. La respuesta a la segunda cuestión es que los censores, tan suspicaces y proclives a ver críticas políticas incluso donde no las había, se equivocaron respecto al autor y al texto. Una serie de circunstancias determinaron que fuera así.

De Ionesco ya se habían representado en España, siempre en teatros de cámara y universitarios, algunas de sus primeras obras, entre ellas La cantante calva, La lección y Las sillas. Reconocido como uno de los máximos representantes del teatro del absurdo, era despreciado por buena parte de nuestros profesionales de la escena y de la crítica. Así, cuando se anunció Rinoceronte y se dijo que trataba de hombres que se convierten en rinocerontes, se dio por hecho que se trataba de otra extravagancia del dramaturgo. Pocos se plantearon que era una fábula nada disparatada escrita en clave más próxima al realismo que al absurdo. Entre nosotros, algunos dijeron que estábamos ante una pieza de humor de contenido ético, a lo sumo ante una tragicomedia. Eso opinaba, entre otros, Alfonso Paso, quien consideraba que los antecedentes más claros de Ionesco en el teatro español había que buscarlos en Gómez de la Serna, Mihura y Jardiel Poncela, y, los de Rinoceronte, en una comedia suya titulada Una bomba llamada Abelardo, estrenada en 1953. No es de extrañar que los censores hicieran suyas estas apreciaciones y no miraran con lupa el texto sometido a su escrutinio. Tampoco los responsables del proyecto hicieron declaraciones que pudieran alertarles de que, lo que tenían delante, era una alegoría que ilustraba sobre las consecuencias que tiene para la sociedad la actitud sumisa o acomodaticia de sus ciudadanos cuando la amenaza del totalitarismo es real. Trino Martínez Trives, introductor en nuestro país del teatro de absurdo y autor de la traducción de Rinoceronte, se limitó a hacer una referencia al amor a la libertad de Ionesco y a señalar que la obra muestra que los seres humanos no son tan distintos unos de otros, que nadie tiene derecho a meterse demasiado con nadie y que los rinocerontes representan a los que no hacen el mínimo esfuerzo para ser mejores. José Luis Alonso, no abandono su habitual discreción. Confesó que su interés por la obra estribaba en su actualidad y en el aval de su éxito en los países en que se había representado. El resto de sus comentarios se ciñeron a explicar el desarrollo de su puesta en escena. En cuanto a la crítica, la más clara, aunque prudente, fue la de José Monleón. Las expresiones libertad, justicia social, humanismo y tiranía política aparecían en su texto y su opinión era que estábamos ante una diáfana alegoría en la que nada se decía explícitamente, pero que, más o menos profundamente, fue comprendida por buena parte del público.

Retomando la primera de mis preguntas sobre  la oportunidad de este nuevo montaje, una vez visto, cabe decir que está plenamente justificado. Ernesto Caballero no cuestiona el valor que la obra tiene como denuncia del totalitarismo, pero pone el acento en otros aspectos, también presentes en ella, que certifican su vigencia. En unas declaraciones a la prensa en vísperas del estreno, Caballero ha dicho que, “en el fondo, el conflicto que muestra es el de la conciencia individual frente a los proyectos o inercias colectivas”, que “nos alerta del peligro de que la manada pueda disolver la personalidad”. Esa conciencia individual es la que representa Berenguer, un tipo normal en el sentido de que, como el común de los mortales, no es un dechado de virtudes. Nunca nos sería mostrado como un ejemplo a seguir. Tampoco es un ser ambicioso ni comprometido con causa alguna, pero basta que vea como todos, a su alrededor, se convierten en masa irracional para que manifieste su voluntad de no integrarse en ella. Aunque no tiene madera de héroe, su resistencia a animalizarse saca a relucir una cualidad que ignoraba poseer: la rebeldía. Gracias a ella evita el contagio. Se asegura la condición de persona, pero su triunfo es, sin embargo, amargo, porque le condena a ser una anomalía en la nueva colectividad que se ha ido formado. Sabiéndose abocado a la mayor de las soledades, llega a desear que, en su cuerpo, aparezcan las marcas que anuncian que el proceso de metamorfosis se ha iniciado. Desde esta perspectiva, Rinoceronte nos habla de una sociedad indolente, conformista y, en su máximo grado de degradación, embrutecida, que acepta sin rechistar las imposiciones del poder. De cualquiera de los muchos poderes que la controlan, sea  el político que actúa al dictado del económico y que se ampara en la dependencia de un orden mundial superior y todopoderoso para eludir sus compromisos; sea el del fundamentalismo religioso; el de los medios que filtran la información que poseen; o el de las redes que crean asociaciones de millones de amigos que no se conocen de nada. Si la etiqueta de obra contemporánea es de aplicación a Rinoceronte  se debe a que, en definitiva, nos habla de cómo la deshumanización de las personas, su manipulación e instrumentalización conducen irremediablemente al pensamiento unidimensional o único.  

La puesta en escena de Ernesto Caballero es, desde el punto de vista escenográfico, espectacular. Para el arranque coral de la obra, en el que aparecen los personajes en una plaza de la ciudad, ha desbordado los límites del escenario y llevado la acción a todo el patio de butacas. Así, los espectadores se ven inmersos en el ajetreo de sus habitantes, que conforman un variopinto orfeón, cuyas voces desquiciadas orquestan un delirante discurso  digno de ocupar un lugar destacado en las antologías del teatro del absurdo. La invisible, pero sonora, aparición del primer rinoceronte en las calles de la ciudad propicia, a la par que un debate que no tiene desperdicio, versión en tono mayor de aquellos diálogos para besugos de La Codorniz, el caos y la desbandada de los sorprendidos viandantes. El guirigay se traslada a las dependencias de una empresa –el autor sugiere que puede tratarse de una editorial jurídica- y en ella, con menos voces en liza, aunque no menos revueltas las aguas, empieza el proceso que convierte un caso de histeria colectiva en drama personal. Caballero devuelve la acción al palco escénico, del que ya apenas la sacará. Paco Azorín le ha vestido con una escenografía monumental, magníficamente iluminada por Valentín Álvarez, consistente en una estructura a base de tramos de escaleras metálicas que se elevan hasta el telar. En el hueco central, lo que fue oficina pasa a ser, sucesivamente, descansillo de acceso a la casa de Juan, el amigo de Berenguer; su alcoba y, por último, la de Berenguer. En estos espacios íntimos, este asiste impotente al proceso mediante el cual el citado Juan muta en rinoceronte, se produce la ruptura con su novia Daisy, que sigue la misma senda, y libra su desesperada y solitaria batalla. Siendo tarde para desertar y pasarse al otro bando y tras asumir que quien pretende conservar su originalidad es un desgraciado, decide resistir. Él, el último hombre, se defenderá contra todo el mundo, pero, mientras lo proclama, la mole del mundo en forma de rinoceronte se precipita sobre su cabeza.

Un elenco de catorce actores da vida a los personajes. La mayoría no tiene presencia frecuente ni papeles largos, por lo que es de elogiar que, al seleccionarlos, se haya recurrido a profesionales solventes. En la lista de secundarios de lujo están Ester Bellver, Bruno Ciordia, Paco Déniz, Chupi Llorente, Mona Martínez, Paco Ochoa, Juan Antonio Quintana, Juan Carlos Talavera, Janfri Topera y Pepa Zaragoza. Todos funcionan con la precisión y el ritmo de las piezas de una maquinaria bien engrasada y cada uno encuentra, en sus breves intervenciones, ocasión de mostrar su talento. Pepe Viyuela, en el papel de Berenguer, es el gran protagonista. Su tránsito desde el pasotismo inicial con su aspecto de payaso sin sustancia hasta su conversión en un rebelde recalcitrante es admirable, tanto como su interpretación de un ser acongojado incapaz de poner diques a la catástrofe. Los otros protagonistas son Juan Luis Alcobendas, que interpreta al señor  Dudard, un intelectual de medio pelo, huidizo cuando toca comprometerse; Fernanda Orazi, la novia que le abandona porque, dice, la vida en común ya no es posible, y Fernando Cayo, el amigo Juan, que, en su transformación a la vista del público en rinoceronte, ofrece con asombroso realismo una de las escenas cumbre de la obra.

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  FOTO: VALENTÍN ÁLVAREZ

Título: Rinoceronte
Autor: Eugène Ionesco
Versión: Ernesto Caballero
Escenografía: Paco Azorín
Vestuario: Ana López Cobos
Iluminación: Valentín Álvarez
Música y espacio sonoro: Luis Miguel Cobo
Asesora filológica: Odile Bouchut
Movimiento escénico: Marta Gómez
Ayudante de dirección: Víctor Velasco
Ayudante de escenografía: Juan Sebastián Domínguez
Ayudante de Iluminación: Carlos Díaz Llanos
Ayudante de vestuario: Beatriz Robledo Puertas
REALIZACIONES
Escenografía: Mambo Decorados
Ambientación escenográfica: Sfumato
Máscaras: Asier Tartás
Ambientación vestuario: María Calderón
Arreglos vestuario: Rafael Solís
Agradecimientos: Compañía Nacional de Teatro Clásico
Diseño cartel: Isidro Ferrer
Fotos: Valentín Álvarez
Producción: Centro Dramático Nacional
Intérpretes: José Luis Alcobendas (Dudard), Ester Bellver (La señora Boeuf), Fernando Cayo (Juan), Bruno Ciordia (El de la tienda), Paco Déniz (El lógico), Chupi Llorente (La de la tienda), Mona Martínez (La mujer que va de compras), Paco Ochoa (El dueño del bar / El bombero), Fernanda Orazi (Daisy), Juan Antonio Quintana (El señor mayor), Juan Carlos Talavera (El señor Papillón), Janfri Topera (Botard), Pepe Viyuela (Berenger), Pepa Zaragoza (La camarera
Dirección: Ernesto Caballero
Duración del espectáculo: 2 horas aprox. (sin intermedio)
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (CDN), 17 - XII - 2014 

Más información
    
Rinoceronte. Ionesco 2014 -15
    Rinoceronte. Ionesco. Entrevista

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmoz

 

 

 

 


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Última actualización el Martes, 06 de Enero de 2015 17:57