Orquesta de Señoritas. P. de la Fuente. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Jueves, 27 de Septiembre de 2012 11:01
 
ORQUESTA DE SEÑORITAS
VEDETTES DE PELO EN PECHO 

ORQUESTA DE SEÑORITAS
VEDETTES DE PELO EN PECHO
  
 
  FOTO: CHICHO
Juan Carlos Pérez de la Fuente ha trasladado la acción de Orquesta de señoritas, del balneario francés en el que la situó Anouilh, a un imaginario local de variedades llamado El balcón de España y Portugal. Hubo muchos como aquél en la España de la posguerra. Eran lugares para el desahogo de una sociedad castigada por la guerra civil y de diversión para los adictos al Régimen, una legión de estraperlistas, enchufados y nuevos ricos. Juntos, pero no revueltos, se diría que allí reinaba la paz que no acababa de llegar en la calle. Y es que, con las miradas puestas en el escenario, encandilados por los contoneos de las vedettes y por sus atrevidas picardías, todos se lo pasaban pipa, sin molestarse unos a otros. Como la posguerra fue larga, la existencia de estos locales se prolongó lo suficiente para que este crítico llegara a conocerlos y a frecuentarlos. Fue asiduo de El Plata y El Oasis, en Zaragoza, y, en Barcelona, de El Molino y algunos antros del Barrio Chino. En sus escenarios vio actuar, entre otras muchas estrellas, a Merche Navarro, Conchita Lucero, La Maña, el gran Johnson, Rita Pulido, Negrito Belén, Gardenia Pulido, Pipper, Christa Leem y Merche Bristol. A veces, uno las veía en la calle o en los bares cercanos, antes o después de las funciones, y trataba de imaginar cómo eran fuera del escenario. Y lo que imaginaba tenía que ver con vidas en las que alegrías y miserias se mezclaban.
 
Todos estos recuerdos han irrumpido en la mente del crítico mientras veía el espectáculo. También le ha venido a la memoria un artículo titulado “El grotesco viste de seda”, en el que su autor, el dramaturgo Ángel Garcia Pintado, decía que en aquellas criptas en que se oficiaban ceremonias de representación de lo grotesco se producían catarsis de mayor o menor plenitud, y catarsis interruptas y vergonzantes, pues el deseo de gozar con la sordidez en complicidad colectiva no siempre se colma. Añadía que el patetismo aguarda agazapado tras la monotonía, y que pocos artistas se libran de sus propias gracias rutinarias. Alguna vez, continuaba, habrá que reconocer la melancolía profunda que la mayoría de estos espectáculos nos causaban. El que nos ocupa, brillante y divertido, produce ese efecto. Se trata de un caramelo envenenado. Por un lado, rinde homenaje al género frívolo y su contribución a aliviar la dureza de aquellos años, pues era la única ventana abierta a una cierta tolerancia. Nos atrapa el parpadeo de las luces y el brillo del celofán que lo envuelve, y nos dejamos llevar por las canciones nunca olvidadas de aquella época, hasta el extremo de que las tatareamos seguros de que nos las sabemos tan bien o mejor que sus nuevos intérpretes. Pero el espectáculo tiene otra cara menos amable. Va más allá de la mostrada por Anouilh en su texto, cuya intención reside en desvelar lo que se esconde tras la forzada sonrisa de esos artistas mediocres y sin futuro que sobreviven actuando en locales de medio pelo. Él lo planteó en clave de comedia, coqueteando con el drama, aunque solo lo justo. La ternura con la que dibujó a sus criaturas era la barrera que evitaba que la obra desbordara los cauces de una agridulce tragicomedia..
 
Pérez de la Fuente se ha servido del texto del dramaturgo francés para ofrecer un espectáculo más descarnado, que encaja perfectamente con su forma de entender el teatro. Ha sido fiel al hilo argumental del original y a su estructura dramática, pero, entre otras libertades, se ha tomado la de adaptar el lenguaje a la realidad española de la posguerra. También ha convertido a los miembros de la orquesta en cantantes. Ello le ha permitido introducir un bien escogido repertorio de pasodobles y cuplés que alcanzaron enorme popularidad, entre ellos Las tardes del Ritz, Batallón de modistillas, La chica del diecisiete, La vaselina, La banderita española, La regadera y, para colofón, Suspiros de España. Una vez más, los personajes femeninos son interpretados por hombres, novedad que, con el beneplácito de Anouilh, introdujo, en 1977, la compañía argentina Los Comediantes de San Telmo y que cuatro años después tuvo su continuación en la desaparecida sala Olimpia, cuando la pieza fue protagonizada por Pavlovsky. Hay que señalar, sin embargo, que la mudanza de sexos, generalizada a partir de esas experiencias pioneras, nada tiene que ver, en el montaje que nos ocupa, con el travestismo al uso. No asistimos a un procaz juego de disfraces ni presenciamos provocaciones groseras, sino que nos enfrentamos a la ambivalencia sexual que es condición del ser humano. No estamos ante personajes afeminados, sino ante hombres que muestran sin complejos su lado femenino.
 
La puesta en escena de Pérez de la Fuente, con sus trazos vigorosos y tonos oscuros, rotos con estallidos de colores vivos, se inscribe en la tradición del expresionismo español que inauguró Goya con sus pinturas negras y continuaron, en el siglo XX, Gutiérrez Solana e Ignacio Zuloaga. Es una estética que viene como anillo al dedo para definir, a través de las vivencias de las componentes de la orquesta, la España decadente de los años cuarenta y cincuenta de la pasada centuria. En medio de un decorado construido con miles de botellas de plástico y sin más mobiliario que un piano, único instrumento que acompaña las voces de las cantantes, y unas sillas rodantes adornadas con un abanico rojo y una pierna femenina ceñida por una liga del mismo color, las artistas alternan las intervenciones musicales con sus confidencias y desahogos personales. Un valor añadido de este montaje es el del vestuario, diseñado por Alejando Andújar a partir de figurines de Álvaro Retana que se conservan en la sede almagreña del Museo Nacional del Teatro. Se recupera así la figura de un singular personaje que, además de vestir a famosas estrellas del género frívolo, fue autor de celebrados cuplés, de un sinfín de novelas de contenido galante y frívolo, amén de todo un personaje en la vida nocturna madrileña.
 
Integran el reparto siete actores, seis de los cuales asumen los papeles femeninos. Solo el personaje que interpreta Francisco Rojas es masculino. Es León, el pianista casposo, el motivo de discordia entre Susana Delicias, una de las cantantes, y doña Hortensia, la directora de la orquesta. Ambas beben con desigual fortuna los vientos por él, casado infiel para el que todas las mujeres, jóvenes y maduras, son bocatto di cardinale. Gana la que lleva la batuta por el peso de su cargo. Hace el papel un sorprendente Juan Ribó, que se muestra como insoportable jefa autoritaria y mujer posesiva, que solo se arruga ante la invisible presencia del empresario de local, temerosa de que, disgustado con las continuas broncas del grupo, las ponga de patitas en la calle. De Susana hace Víctor Ullate Roche, amante celosa, vehemente y despechada, perdedora a regañardientes del desigual duelo, siempre al borde de la tragedia. Acompañan a este trío mal avenido dos parejas: las formadas por Herme, diminutivo de Hermenegilda,  y Leo, del de Leovigilda, de un lado; y, del otro, Patricia y Pamela. Emilio Gavira, de estatura menguada y poblada barba, a mitad de camino entre Toulouse Lautrec y la mujer barbuda de El Españoleto, desgrana con humor amargo las tribulaciones de Herme, hacia la que su cónyuge mantiene una actitud displicente sin que surtan efecto sus vanas amenazas. La receptora de sus lamentaciones es Zorión Eguileor, una Leovigilda parca en palabras que, en funciones de paño de lágrimas, la escucha y asiente. Ángel Burgos es Pamela, una gallega que siempre anda a la greña con Patricia, madrileña de Chamberí, por cuestiones culinarias y domésticas. Pierde la cabeza por los hombres, y esa es su cruz, pues, por irse con ellos, tiene bastante abandonada a su querida hija. Juan Carlos Naya es la sufrida Patricia, mujer muy de su casa, que compatibiliza su vida artística con el cuidado de su anciana y puñetera madre. Entre todos, forman una troupe provocativa y desenfadada.

FOTO: CHICHO
 
Título: Orquesta de señoritas
Autor: Jean Anouilh
Escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Vestuario: Alejandro Andújar
Iluminación: José Manuel Guerra
Espacio Sonoro: Luis Miguel Cobo
Producción: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Intérpretes: Juan Ribó (Hortensia), Víctor Ullate Roche (Susana Delicias), Emilio Gaviria (Herme), Juan Carlos Naya (Pamela), Luis Perezagua (Patricia), Zorión Eguilor (Leo), Francisco Rojas (Pianista de la Orquesta).
Dirección: Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Duración: 1h. 30m.)
Estreno en Madrid: Teatro Amaya, septiembre - 2012
FOTO: CHICHO
 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Jueves, 27 de Septiembre de 2012 11:32