Adiós a Enrique Centeno Imprimir
Escrito por Jerónimo Lópe Mozo   
Domingo, 19 de Agosto de 2012 15:52

ADIÓS A ENRIQUE CENTENO
 
 
ENRIQUE CENTENO PUENTE
 
 
Enrique Centeno Puente nació en Madrid en 1943. El pasado 8 de agosto murió en la clínica La Moncloa, en la misma ciudad, a consecuencia de un cáncer linfático que le había sido diagnosticado apenas una semana antes. Su incineración tuvo lugar al día siguiente en el tanatorio de La Paz. Con él desaparece no solo uno de los críticos de teatro que han dejado testimonio en la prensa madrileña de la actividad teatral española a partir de los años ochenta del pasado siglo, sino alguien vinculado a la práctica escénica desde sus primeros años de estudiante. Un profesor de Literatura tuvo mucho que ver con el nacimiento de su vocación. Me refiero a Antonio Ayora, que le tuvo como alumno en las aulas del Instituto San Isidro, al igual que a otros conocidos profesionales de nuestra escena, entre ellos Ignacio Amestoy. Ayora, actor ligado en tiempos de la República a Margarita Xirgu y a Rivas Cherif, participante en las actividades teatrales de la Alianza de Intelectuales Antifascistas durante la Guerra Civil y represaliado al concluir ésta, llegó, tras su paso por diversos penales, al citado centro, en el que añadió, a su actividad docente, la creación, en 1954, del Aula de Teatro, por la que pasaron, entre otros, Manuel Galiana y Emilio Gutiérrez Caba. Allí, en aquel ambiente, bebió Enrique Centeno el veneno del teatro. Y es posible que allí adquiriera o viera reforzada su condición de hombre de izquierdas contrario a la dictadura franquista.
 
Concluido el bachillerato, cursó la carrera de Filosofía y Letras en la Universidad Complutense de Madrid. Allí se inició como actor. Primero, en el Teatro Nacional Universitario cuando su director era Alberto Castilla, el responsable de la polémica puesta en escena de Fuenteovejuna que triunfó, en 1965, en el Festival Internacional de Nancy, montaje que obtendría uno de los premios y que le llevaría al exilio. Dos años después, ya como director del TEU de la Facultad de Filosofía y Letras, Centeno regresaría al Festival de Nancy con El amor de don Perlimplín y Felisa en su jardín, que le depararía otro galardón.
 
PATEANDO LA GEOGRAFÍA ESPAÑOLA COMO ACTOR
 
Concluida su etapa universitaria en 1969, pasaría, en 1972, al Teatro Independiente, creando el grupo Cizalla, que compartía con buena parte de las compañías que integraban aquel movimiento sus métodos de trabajo y sus objetivos, que no eran otros que contribuir a precipitar el final del Régimen. Contaban con un reducido número de miembros, de los que no más de cinco eran fijos, y algunos colaboradores puntuales, entre ellos el compositor Luis Eduardo Aute, el coreógrafo Alberto Portillo y el escenógrafo Jorge Grau. Sus espectáculos huían del naturalismo, siendo la farsa y el esperpento su opción preferida. La aventura, que arrancó con la representación de la obra de un autor novel titulada El señor pesa cada día más y continuó con El cronicón del medioevo, de Lauro Olmo, duró poco más de cinco años. No tenían sede fija – ensayaban donde podían, sobre todo en colegios mayores - y recorrieron buena parte de la geografía española empeñados en vivir de su trabajo. El desmoronamiento del teatro independiente durante la transición española dio al traste con Cizalla y supuso el abandono de la actividad escénica por parte de Enrique, sin duda desencantado por su incierto futuro.
 
CRONISTA DEL TEATRO
 
Ello no supuso, sin embargo, su ruptura con el teatro. De creador pasó a ser su cronista. El actor y director de escena se convirtió en testigo y juez del trabajo de los demás. En efecto, en 1982 iniciaría su actividad como informador y crítico teatral en diversos medios de comunicación de la capital de España, labor que nunca abandonaría y que compatibilizó con tareas editoriales y su actividad como profesor de literatura en diversos institutos. Bien puede decirse que murió con las botas puestas, pues su última crítica vio la luz el pasado 15 de julio. En ella se ocupaba de Duda razonable, pieza de Borja Ortiz de Gondra que estaba siendo representada en la sala Cuarta Pared. Durante años, sus trabajos aparecieron sucesivamente en los periódicos Liberación, de orientación progresista y vida breve, 5 Días y Diario 16Por fortuna, para acceder a ellos no es necesario bucear en las hemerotecas, pues en 1996 el propio Enrique los reunió en el libro publicado por SGAE La escena española actual (crónica de una década. 1984-2004). Tras la desaparición en 2001 de Diario 16, continuó su labor en la emisoras Onda Madridy Tele Madrid y en otras publicaciones, entre ellas La guía del ocio; Villa de Madrid; TeleRadio, en la que se ocupó del teatro en televisión; y Espectáculos de Madrid, editada por el INAEM, de la que fue su director. A partir de 2006 dio a conocer sus críticas a través de Internet desde su propio blog. Hay que recordar que La escena española actual no fue su único libro dedicado al teatro. Inédito permanenece un segundo volumen que, por razones nunca explicadas, no llegó a ver la luz. También es autor de Marsillach. El texto y el espectáculo, una aproximación al trabajo del actor, director y escritor, al que le unió una buena amistad, quien en 1988 le incorporó al departamento de divulgación teatral de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, en la que, hasta 1990, se ocupó de las publicaciones. Por otra parte, Enrique Centeno no fue el único crítico que cedió a la tentación de escribir teatro. Alumbró, al menos, una pieza. Titulada La visita de Diana, fue dada a conocer el 17 de junio de 2003 en el Teatro Español en una lectura escenificada dirigida por su también amigo Fermín Cabal, a la cabeza de cuyo reparto, integrado por siete actores, estaban Chete Lera y Ana Soriano.
 
CRÍTICO QUE NO SE CASABA CON NADIE
 
Centeno fue un crítico riguroso y honesto que no se casaba con nadie, ni siquiera con sus mejores amigos. Reconocía que sus escritos no podían dejar a un lado su ideología personal, pero, aún estando presente, no hizo bandera de ella. Del mismo modo, hasta donde le era posible, se despojaba de sus prejuicios a la hora de juzgar espectáculos que se inscribían en estéticas que no compartía, especialmente aquellos que negaban el valor de la palabra y relegaba a un segundo plano al autor. Consciente de su vehemencia y temiendo no ser objetivo, pedía que sus críticas se leyeran con desconfianza. Advertía también que sus columnas, o esas pequeñas piezas periodísticas, como él las llamaba, escritas en caliente, deprisa y corriendo, para que entraran en prensa de inmediato, tenían más de crónicas que de profundos y meditados ensayos. Al reunirlas en un libro tuvo el acierto de no corregir ni añadir nada, conservando, de ese modo, el valor documental y sincero de su testimonio.    Desmarcándose de la actitud de algunos santones de la crítica, reivindicaba el derecho del crítico a equivocarse. Hay que señalar, en fin, que cuando ocupaba su butaca, tenía muy presente los medios empleados en la producción del espectáculo, lo que le permitía valorar en su justa medida lo que estaba viendo.
 
LA FINA IRONÍA DE UN CONVERSADOR INFATIGABLE
 
Es frecuente que los críticos de teatro tiendan a mantenerse alejados de los profesionales de la escena para no dejarse influir y asegurar su independencia. Enrique Centeno fue ejemplo de todo lo contario. Jamás rehuyó el contacto con los representantes de la farándula, quizás porque se consideraba uno de ellos. De modo que era asistente habitual a tertulias en las que intervenía activamente. Lo hacia en la de los Lunes de Teatro, que, desde mediados de la década de los noventa del pasado siglo, organizaban Manolo Gómez y Chatono Contreras. Conocí a Enrique cuando las reuniones se celebraban en el bar Amnistía, que estaba en el número 10 de la calle del mismo nombre en el Madrid de los Austrias. Allí supe de su afición a fumar en pipa y a la polémica, llegando a veces a irritar a sus interlocutores con sus provocativas afirmaciones. Era indudable que tenía vocación de mosca cojonera. Con ocasión de la asistencia en 1997 al Congreso Nacional de Dramaturgia organizada por el Ateneo de Caracas fuimos, durante varios días, compañeros bien avenidos. Asistíamos juntos a las sesiones del congreso y a los espectáculos, compartíamos mesa y mantel y hablamos largo y tendido durante nuestros paseos en las horas de asueto. Allí descubrí la fina ironía de un conversador infatigable y que su seriedad era fingida. También su retranca. Lo pasamos bien.
 
A Enrique Centeno se le echará de menos en el patio de butacas de los teatros, pero también en otros lugares en los que los teatreros suelen encontrarse. Ya no asistirá el día Mundial del Teatro a la imposición de la bufanda blanca a la estatua de Valle-Inclán que hay en el paseo de Recoletos ni a la Noche de Max Estrella, en la que nos habíamos acostumbrado a verle ofrecer un ramo de flores ante el número 3 de la calle Santa Clara, en uno de cuyos pisos se suicidÓ el crítico de críticos Mariano José de Larra, “Fígaro”. Tampoco volverá a ocupar su silla de académico nato en la Irreal Academia del Esperpento. Ignacio Amestoy, Rosana Torres, Javier Huerta, Luis Araujo y demás miembros de la docta institución notarán su ausencia.
 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Viernes, 31 de Agosto de 2012 11:56