El Principito. Saint-Exupèry.Ciulli-Gómez. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Domingo, 11 de Noviembre de 2012 21:44

EL PRINCIPITO
BICICLETAS QUE VUELAN EN EL ESCENARIO
 
 
 JOSÉ LUIS GÓMEZ /INMA NIETO
FOTO: ROS RIBAS
El principito parece el título de un cuento infantil. No lo es, sin embargo. Es otra cosa. ¿Pero qué? En la nota de la contraportada de una de sus numerosas ediciones, su anónimo redactor lo califica de fábula sobre el regreso a su añorado planeta de los hombres que habían sido expulsados de él. Para otros es la historia del descubrimiento de un mundo vasto y desconocido. En realidad, ha sido objeto de tantas interpretaciones como lectores ha tenido, que han sido millones en los pocos más de sesenta años transcurridos desde que Saint-Exupéry lo escribiera. Así, el viaje del pequeño príncipe a la Tierra desde el asteroide en el que habita, incluidas las sucesivas escalas en otros planetas, ha sido explicado de las más diversas maneras: canto a la amistad, denuncia de la estupidez humana, reivindicación de la sabiduría innata que se va perdiendo a medida que crecemos y nos hacemos adultos, cuestionamiento de la importancia de las cosas que nos parecen importantes porque nos lo han hecho creer así, expresión del sentimiento de tristeza que nos invade cuando rememoramos la niñez perdida… A la postre, una serie de lecturas que se resumen en una sola: nos hallamos ante una reflexión en torno a la naturaleza de la existencia.
 
La adaptación para la escena de El principito no excluye ninguna de las citadas interpretaciones, pero invierte el sentido del viaje, lo que nos permite abordar la cuestión desde otra perspectiva. Lo que en Saint-Exupéry es un viaje de iniciación, como lo fue el del  Candido de Voltaire o el Cambicio de Nieva, aquí es de despedida. En efecto, el principito, que, ya no es un niño, sino un anciano que carga con una vieja maleta, prepara su retorno hacia un firmamento salpicado de estrellas. Lo hará en bicicleta voladora acompañado por el aviador. Nos dice adiós para siempre dejándonos un mensaje claro, que alivia nuestra tristeza y nos emociona. Puesto que su destino no es lo desconocido, sino el lugar en el que habitó antes, lo emprende sin miedo. Sabe, y nosotros lo adivinamos, que, a su llegada, no encontrará tinieblas, sino un espacio lleno de luz. Nos ofrece así una mirada amable y tranquilizadora sobre la muerte.
 
Esa alusión a la muerte nos remite al universo becketiano, en especial al de Esperando a Godot y Final de partida. Es un parentesco que no estableceríamos en el relato del escritor francés, pero que vemos con meridiana claridad en esta representación escénica. También está presente el mundo del circo. Nos lo recuerda el círculo de tela que recrea la pista en la que actúan los artistas. La vestimenta, el maquillaje y la gesticulación de los actores convierten a los personajes en entrañables clowns. En ese escenario y de esa guisa, muchos de sus diálogos y acciones son propios de los espectáculos circenses. Aquellos plantean situaciones absurdas que, al tiempo que arrancan sonrisas, producen cierta tristeza. Estás incluyen intercambios de ropa entre los personajes; empleo de disfraces que permiten al que hace de aviador transformarse en flor y en otros seres y objetos que aparecen en el relato; y números realizados sobre bicicletas que giran alrededor de la pista simulando un vuelo sin que las ruedas despeguen del suelo.
 
Para hacer realidad esta función mágica, José Luis Gómez ha solicitado el concurso del italiano Roberto Ciuli, director del Theater an del Ruhr, del que conocemos su puesta en escena de Kaspar, de Handke, representada hace un año en La Abadía. La elección quedaría sobradamente justificada por su prestigio en la escena europea, pero el motivo principal es que hace algunos años protagonizó su propia versión del texto de Sain-Exupéry, la cual entusiasmo a Gómez. Ignoramos si la que ahora se ofrece difiere mucho de aquella. Lo que sí sabemos es que en ambas está muy presente la biografía del escritor francés, que retrata una infancia feliz, su vocación aventurera, la decisión de ser piloto y un sinfín de episodios amargos difíciles de imaginar en quien fue capaz de crear una criatura de ficción tan entrañable. Entre ellos, unas tormentosas relaciones matrimoniales, su afición a la bebida y su desprecio por la vida, que carecía de sentido para él. En el programa de mano se informa de estas cuestiones, algunas de las cuales han sido incorporadas con inteligencia a la puesta en escena, convirtiéndose en un inapreciable valor añadido. Así, entendemos por qué el principito adulto lleve consigo una botella de anís. Y la presencia de las bicicletas, un hallazgo genial. Adquiere todo su sentido cuando sabemos que, siendo niño, puso alas a la suya e, imaginando que el jardín familiar era una pista de despegue, intentaba elevarse en el aire a golpe de pedal.
 
Es probable que las diferencias entre los dos montajes, en caso de que las haya, se refieran a la interpretación, favorecidas por el hecho de que, en los ensayos, ha sido muy importante la improvisación de los actores. La personalidad de José Luis Gómez anima a pensar que sus aportaciones han sido determinantes. Pero lo que al espectador le importa no es tanto el proceso creativo como los resultados. En alguna ocasión hemos calificado sus trabajos como actor de auténticas lecciones magistrales. La que ahora imparte también lo es. Sobrio en el gesto y en la voz, ésta es ora vehículo de la nunca colmada curiosidad infantil y expresión de su egoísmo, ora manifestación de las mudanzas de ánimo que experimenta el personaje. Conmueve. También lo hacen el lenguaje elocuente de su cuerpo y sus silencios.
 
A su lado, una partenaire de lujo: Inma Nieto, que hizo sus primeros papeles, ya avanzados los años noventa del pasado siglo, en los entremeses cervantinos y en Retablo de la Avaricia, la Lujuria y la Muerte, de Valle, representados en La Abadía bajo la dirección de José Luis Gómez; que pasó luego por el Micomicón de Laila Ripoll y volvió a trabajar de nuevo a las órdenes de Gómez en 2004 en El rey se muere. Ha sido acertada su elección. Su interpretación del aviador, que se transforma sucesivamente en rosa, zorro, serpiente, rey y demás seres y objetos que aparecen sobre el escenario, es un compendio de travesuras, complicidades, guiños divertidos, perplejidades, encuentros y desencuentros, frustraciones, sueños…  Un regalo para un público cómplice que de buena gana se iría tras la pareja de cómicos cuando hacen mutis por el foro
 
Título: El Principito
Autor: Antoine de Saint-Exupéry
Traducción: Jesús Munárriz
Versión: Roberto Ciulli y José Luis Gómez
Música: Gerd Posny
Escenografía, vestuario e iluminación: Roberto Ciulli, María Neumann, Ruzdi Aliji y equipo de La Abadía
Realización escenografía: Cledin-Art España, Teatro de La Abadía
Realización de vestuario: Sastería Cornejo, Teatro de la ABadía
Diseño gráfico: Marion Dömmeweg
Fotografía: Ros Ribas
Producción: La Abadía con la colaboración del Theater an der Ruhr
Ayudantes de dirección: Hernán Gené, Marlene Michaells
Intérpretes: José Luis Gómez (Principito), Inma Nieto (Aviador y demás personajes)
Duración aproximada: 1h. 10 minutos
Estreno en Madrid: Teatro de La Abadía (Sala José Luis Alonso), 24 - X - 2012
 
 JOSÉ LUIS GÓMEZ / INMA NIETO
FOTO: ROS RIBAS


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Última actualización el Domingo, 11 de Noviembre de 2012 22:18