Doña Perfecta. Galdós-Caballero. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Lunes, 19 de Noviembre de 2012 08:39

DOÑA PERFECTA
¿HOY COMO AYER?
 
 
 
 ISRAEL ELEJALDE / LOLA CASAMAYOR
FOTO: DAVID RUANO
La nota redactada por Ernesto Caballero para el programa de mano de Doña Perfecta es importante para conocer las razones que le han llevado a incluir a Pérez Galdós en la programación de su primera temporada al frente del Centro Dramático Nacional. Lo es, no solo por lo que dice, sino también por el orden en que lo hace. En efecto, habla, en primer lugar, de la vigencia del asunto del que trata la obra, que no es otro que el enfrentamiento, en la España de finales del XIX, entre los defensores del progreso y los empeñados en mantener al país sumido en el atraso, sin más objetivo que conservar sus privilegios. Se refiere luego a la condición de dramaturgo de Galdós, del que recuerda el escándalo que siguió al estreno de Electra y al que considera piedra fundacional de nuestra dramaturgia contemporánea.
 
Respecto a esta consideración, sin negar que fuera un dramaturgo de éxito, creemos que su talento en esa faceta creativa queda lejos del que lució como novelista. El hecho de que él mismo vertiera al teatro algunas de sus más celebradas novelas, nos permite comparar los originales narrativos y sus respectivas adaptaciones escénicas. Nos quedamos con el novelista. Lleva razón Caballero cuando afirma que la narrativa del escritor canario es rica en enjundiosos diálogos y que, en ellos, late un enorme potencial teatral. Sin embargo, lo que ha subido al escenario del María Guerrero no ha sido la obra de teatro escrita por Galdós, sino la versión que él ha hecho a partir de la novela. Ha tenido razones poderosas para ello. En su opinión, que compartimos plenamente, el drama de Galdós está muy ligado a las convenciones del teatro de su época y, por otra parte, buena parte del aliento narrativo del original queda apagado o constreñido por una trama efectista y convencional. Algo parecido debió pensar el también dramaturgo Antonio Martínez Ballesteros cuando hace algún tiempo se animó a hacer una adaptación de Doña perfecta directamente desde la novela, porque la salida de la pluma de Galdós no le satisfacía. No son hechos aislados. Por citar uno, algo parecido sucedió cuando, en 2006, se representó, con el título de La duda, una versión de El abuelo  firmada por Juan Altamira y Carlos Villacís. Digamos, en fin, que la nueva Doña Perfectaes el resultado de un excelente trabajo dramatúrgico, que respeta el original narrativo. Sin duda un acierto. En aras de la obligada economía teatral, Caballero ha sacrificado pasajes importantes, pero permanece lo esencial.
 
Volviendo al asunto de la obra, la cuestión es si puede hacerse una lectura contemporánea de lo que contó Galdós, si la actual sociedad española es el reflejo de aquella otra clerical y conservadora representada por doña Perfecta y don Inocencio. En principio, debemos pensar que no. La Orbajosa inventada por el novelista simboliza un país enemigo del progreso, encerrado en sí mismo para preservar sus esencias y gobernado por el reducido núcleo de sus fuerzas vivas. Se arrogan éstas el papel de guías de un pueblo al que ellas mismas han condenado a la ignorancia y al atraso, y el de guardianas de una moral de falsas apariencias, que invita al conformismo. La normalidad que reina en Orbajosa tiene algo de calma chicha, estado que se rompe con la llegada del joven ingeniero Pepe Rey, cuyas ideas avanzadas desatan un terremoto que pone al descubierto la realidad de aquella sociedad enclaustrada y, al tiempo, la dificultad para transformarla. Tanta es que no hay final feliz, sino tragedia. Acabará pagando con su muerte el atrevimiento de haber desenmascarado a doña Perfecta.
 
Ernesto Caballero piensa que hay cosas que no han cambiado, que aquella metáfora de la España decimonónica tiene vigencia en esta otra del siglo XXI, pues algunos de los debates políticos y sociales de entonces siguen sin resolverse. Entre ellos cita la intervención de la iglesia en cuestiones que debieran ser competencia del Estado. Aunque a veces nos lo parezca, creemos que la Historia no se repite. Pero no podemos negar que los hechos son tozudos y que cosas que suceden hoy se asemejan bastante a acontecimientos pretéritos. Cuando vamos camino de los cuarenta años de democracia, percibimos cierto estancamiento y hasta retrocesos en su desarrollo y, lo que es más preocupante, la aparición de brotes de intolerancia y fanatismo que creíamos superados. A muchos nos preocupa el regreso a la intransigencia y los viejos enfrentamientos entre españoles resueltos al margen de la razón. Desde esa perspectiva, tiene sentido la recuperación de este fruto de la irritación provocada en un escritor comprometido por el fracaso de un proyecto que pretendía la modernización de nuestro país.
 
Hubiera sido un error subrayar el paralelismo entre ambas épocas trasladando la acción de aquella a la actual. Caballero no ha caído en él. Se ha servido del vestuario para hacer un guiño que establece ese nexo. En efecto, al principio de la representación, los personajes visten ropas actuales, que sustituyen enseguida por las correspondientes a la época de Galdós. Ese recorrido en sentido inverso a través del tiempo sería, pues, una llamada de atención sobre el riesgo de que estemos a las puertas de un período de retroceso político y social. También la escenografía de José Luis Raymond sugiere alguna curiosa interpretación, quizás no pretendida, sobre el discurrir del tiempo. Por los huecos de un deteriorado muro que se alza al fondo del escenario surgen y desaparecen, sobre un anillo rodante, mobiliario y personajes.  Es una eficaz forma de facilitar el paso de las escenas sin que la acción pierda ritmo. Pero ese movimiento rotatorio bien podría ser visto como el símbolo de un país que no avanza porque, en su rutina, siempre regresa al punto de partida.
 
Ernesto Caballero ha planteado una puesta en escena que, en su primer tramo, se apoya en un realismo de tintes costumbristas, que le permite dibujar con humor el retrato de la sociedad orbajosiana, orgullosa de su provincianismo, de los principios morales y religiosos que presiden sus vidas y de un acervo cultural de andar por casa. La llegada del desenfadado Pepe Rey, destinado a matrimoniar con su prima Rosario, hija de doña Perfecta, hombre de ideas progresistas que defiende con descaro e ímpetu juvenil, les da pie para presumir de una superioridad que causa sonrojo. Cuando la esgrima verbal empieza a resultar molesta, deja de ser un juego. Los enfrentamientos se hacen reales y sus protagonistas empiezan a afilar sus armas. La hipocresía de doña Perfecta aflora y su máscara de beata manipuladora se cae. Ahí se produce el punto de inflexión del espectáculo, que, sin rupturas bruscas, emprende un nuevo rumbo hacia el realismo expresionista, ese que, deformado, devino en el esperpento. Para este viaje escénico, Caballero ha contado con un reparto confeccionado más a la medida de los personajes que al reclamo de la fama de los actores.
 
Doña Perfecta encuentra su intérprete ideal en Lola Casamayor en sus dos registros: el de mujer virtuosa, respetada, detallista hasta la exageración y conciliadora, aunque bajo ese talante se adivine que es mujer de firmes convicciones que maneja los asuntos con mano de hierro enfundada en guante de seda; y, luego, en el de la persona de ordeno y mando que no tolera que los demás transiten otro camino que el señalado por ella y, cuando ve su autoridad cuestionada, no duda en imponerla con modos expeditivos. En esa faceta de mujer sin escrúpulos ha hecho un loable ejercicio de contención, que se aleja del histrionismo trágico y fácil que aún perdura en algunos rincones de nuestra escena. Israel Elejalde, en el papel de Pepe Rey, se gana la simpatía del público representando con desenfado y locuacidad al joven que enarbola la bandera del progreso y, cuando el drama estalla, afronta con solvencia la condición de antagonista de doña Perfecta. Cabe destacar su duelo interpretativo con Lola Casamayor en la escena en que sus personajes se enfrentan a cara de perro.
 
Completa el trío protagonista Karina Garantivá, la dócil Rosario, prima y prometida de Pepe Rey, que encuentra su momento, y lo aprovecha, cuando toma conciencia de que su vida está a punto de ser destruida por su inquisitorial madre. El resto del reparto da vida con eficacia a la galería de personajes galdosianos. El mejor elogio que puede hacerse es que son como nos sugiere la lectura de la novela.  Digamos, para concluir, que la conversión de las revoltosas y cotillas hermanas Troya en un regocijante coro es otro de los aciertos de este montaje. 
 
ALBERTO JIMÉNEZ / KARINA GARANTIVÁ / ISRAEL ELEJALDE/ JOSÉ LUIS ALSOBENDAS / LOLA CASAMAYOR
FOTO: DAVID RUANO
                                                            
Título: Doña Perfecta
Autor: Benito Pérez Galdós
Versión y dirección:Ernesto Caballero
Escenografía:José Luis Raymond
Iluminación:Paco Ariza
Vestuario:Gema Rabasco
Videoescena:Álvaro Luna
Caracterización:Vicky Marcos
Ayudante de dirección:Víctor Velasco
Coproducción:Centro Dramático Nacional y Teatro CuyásCabildo de Gran Canaria
Intérpretes(por orden alfabético): José Luis Alcobendas (Don Cayetano), Diana Bernedo (María Juana Troya), Lola Casamayor (Doña Perfecta), Israel Elejalde (Pepe Rey), Karina Garantivá (Rosario), Miranda Gas (Pepita Troya), Alberto Jiménez (Don Inocencio), Jorge Machín (Jacintito), Toni Márquez (Caballuco),
Paco Ochoa (Licurgo), Belén Ponce de León (Remedios), Vanessa Vega (Florentina Troya).
Dirección: Ernesto Caballero
Duración: 1h. 40 min (aprox.)
Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero (CDN) (Sala Principal), 2 - X - 2012
 
ISRAEL ELEJALDE / LOLA CASAMAYOR
FOTO: DAVID RUANO


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Lunes, 19 de Noviembre de 2012 09:37