El enigma de Kaspar Hauser. Cine Reseña 1976 Imprimir
Escrito por Manuel Alcalá   
Jueves, 09 de Junio de 2011 08:28

EL ENIGMA DE KASPAR HAUSER
CADA UNO PARA SÍ Y DIOS CONTRA TODOS

Herzog  recurre a la personalidad destrozada

  RESEÑA 1976
NUM. 92, pp.31-32

EL ENIGMA DE KASPAR HAUSER

CADA UNO PARA SÍ Y DIOS CONTRA TODOS

W. HERZOG

En 1976 se estrenaba esta película de Werner Herzog, quien retomaba la historia de Kaspar Hauser. Un enigma de un alma destrozada. El crítico  Manuel Alcalá la calificaba de película incómoda y difícil. Su belleza es más interior que externa.

 

 

Entre los jóvenes directores, que están revalorizando actualmente el nuevo cine alemán occidental, figura en primer plano, junto con R. W. Fassbinder y V. Schlondorf, el muniqués Werner Herzog (n. 1942). Obsesionado por el celuloide desde su infancia, ha sido considerado durante muchos años como artista «maldito» y sistemáticamente mal comprendido por la crítica. Su constancia inquebrantable, su gran humanismo y su sólida formación con estudios en Alemania y USA y viajes incesantes por Europa, África y América, le han abierto finalmente paso a un reconocimiento de la crítica, al que seguirá tal vez el de grandes sectores de público, cuando éste sea capaz de su­perar las fáciles posturas de la diversión y el espectáculo.

 

Herzog es un hombre ensimismado y hasta taciturno. La orfandad y la vida ru­ral marcaron su infancia. Tal vez por esto, todo su cine más importante está centrado en los problemas de la comunicación hu­mana. En su primer largometraje, Signos de vida (1967), estudiaba las alucinaciones de un soldado alemán en la isla de Creta, inundada de luz. Temática análoga reapa­rece, y con una clave subjetiva y estética, en Espejismo (1970). El tratamiento se ra­dicaliza en situaciones límites como en También los enanos empezaron pequeños (1970), donde se describe el caos de una revolución en un correccional de lilipu­tienses, o Futuro impedido {(970), con tan­gencia a la situación del subnormal. Esta línea se mantiene en País de silencio y os­curidad (1971), valiente tratamiento de la vida de una mujer ciega y sorda en sus frustrados intentos de comunicación con una sociedad, incapaz de reconocer en sí misma idénticas limitaciones. La proyección de un análogo problema en la figura del «conquistador» fanático aparece caracteri­zada con fuerza en Aguirre, la ira de Dios (1972). Finalmente llega El enigma de Kaspar Hauser (1974), originalmente titulado como Cada uno para y Dios contra to­dos, que consigue varios premios en el pasado festival de Cannes.

 

Como en toda su anterior producción, Herzog, que refleja su propia vida en su obra, recurre de nuevo a la personalidad destrozada, que arrastra consigo una tra­gedia, pero que irradia de sí misma una extraña luz. Es la histórica, aunque enig­mática, figura del famoso joven expósito Kaspar Hauser. Aparecido en las calles de Nürnberg en mayo de 1822, sólo recorda­ba haber pasado los primeros años de su vida encerrado en un sótano oscuro y ali­mentado por un desconocido, que le había enseñado a balbucear, escribir su nombre y a pronunciar esta única frase: «quisiera llegar a ser jinete, como lo fue mi padre». A lo largo de los once años vividos en la ciudad en casa de un maestro, Kaspar Hau­ser mostró una inteligencia y un sentido común extraordinario. En 1833 murió misteriosamente asesinado. Su figura se hizo mítica y el enigma de su procedencia y de su muerte no ha sido resuelto todavía.

 

Herzog escoge con rara habilidad los principales momentos, que el mismo Kaspar Hauser había garrapateado .en sus memo­rias, para orden arios en un relato cinema­tográfico de extraordinaria austeridad y concisión. Con esto, la película resulta más una meditación filosófica que una narra­ción sobre un enigma histórico. De ahí su discrepancia con el film El niño salvaje (1971), de François Trufautt. Mientras que el director francés describe con gran ter­nura el proceso educativo del muchacho lobo, Herzog presenta el fracaso de comu­nicación entre una sociedad artificial y so­fisticada y el hombre natural traumatizado, a quien aquélla intenta vanamente englobar en sus estructuras. De ahí que el director alemán haya realizado una película dura y hasta cruel.

 

Kaspar Hauser es el prototipo de hom­bre ensimismado por rechazo, pero con una fantástica vida interior, sólo expresada a medias por ensueños y evasiones. El joven expósito ha llegado a descubrir, a través de un auténtico vía-crucis, lo que significa el silencio a través del ruido, la soledad en la presencia física y la vaciedad de las costumbres sofisticadas. Por eso marcha a contra pie de la sociedad, tiene la impre­sión de que los hombres son «como lobos» y que su propia existencia no hace sino complicar la vida de los que le rodean. Todos los intentos de asimilarle fracasan lastimosamente. El filósofo «iluminado», al pretender contraponer su pura lógica a la sabiduría y sentido común del casi anal­fabeto; el clero luterano, al intentar forzar­le una profesión de fe sin la menor expli­cación de la misma; la nobleza decadente, al seguirle considerando como un ser domesticado en un nivel aparentemente supe­rior, pero en realidad tan humillante como el del espectáculo del circo. Allí figura Kaspar Hauser, para ganarse la vida, jun­to a otras «maravillas» de la humanidad: el liliputiense, el indio y el niño prodigio, otras tantas figuras características del cine de Herzog. Todo es inútil. Kaspar sólo con­seguirá una relativa comunicación con los grupos más sencillos y espontáneos de la sociedad: los niños, la familia aldeana que le da cobijo y el maestrescuela, que viene a transformarse en su verdadero padre. En ocasiones, el muchacho llora mansamente. Son instantes de ternura o contemplación, aquellos en que no todo el mundo está para sí y, tal vez por eso, tampoco Dios está contra la humanidad: el bebé rosa en su cuna, el cisne en el lago, el nombre propio escrito en el jardín..., realidades que no emocionan sino a quien sabe verlas, por haberlas mirado con ojos nuevos. Sólo Kaspar parece poseer esa mirada, a pesar de haber sido brutalmente «descarta­do» del juego de la «civilización». Poco a poco, el muchacho se hace incómodo. Su presencia es una acusación. Su rebeldía, una condena. Por eso Kaspar Hauser tiene que morir. Herzog nos describe magistral­mente el asesinato del joven, su agonía y su desaparición. Es un acierto el presentar como criminal a la misma figura enigmáticatica que le tenía en prisión, le alimentaba en la mazmorra y le había echado al mun­do con la ilusión de llegar a ser un buen jinete ¿Quién es ese personaje? ¿Tal vez su propio padre? El director no nos da la respuesta. En el fondo, es igual. Lo que sí nos dice es que la sociedad se siente satis­fecha cuando la autopsia descubre un ce­rebro «anormal" y el notario puede testi­ficado en su protocolo. El complejo de culpabilidad colectiva se desvanece.

 

El enigma de Kaspar Hauser es induda­blemente una película incómoda y difícil. Su belleza es más interior que externa. Esto no quiere decir que se haya renun­ciado a una presentación adecuada. El film está lleno de aciertos. Su ambientación en la ciudad de Dinkelsbuhl, en el corazón de Baviera, ha recreado a la perfección el Nürnberg de] siglo XIX. Lo mismo se diga de los personajes. Sin embargo, todo se funcionaliza hacia la condensación del pro­blema en su áspero núcleo fundamental de denuncia social.

 

Hay ,que subrayar la espléndida interpre­tación del protagonista, ,Bruno S. Su en­carnación del personaje de Kaspar Hauser es perfecta. No poco ha contribuido a ello la infancia y juventud primera de] intérpre­te, discurrida en orfandad de correccional en correccional, de sanatorio en prisión, que le ha hecho identificarse plenamente y, al mismo tiempo, con rara espontaneidad con la figura del expósito.

 

El próximo proyecto de Herzog es ha­cer una película sobre un profeta legenda­rio de la selva bávara, que profetiza el fin del mundo. Su título es Corazón de cristal. Los intérpretes, de nuevo hombres en si­tuaciones-límite. Esta vez, hipnotizados, sin duda para que en su trance colectivo re­velen de alguna manera el misterio del hombre Werner Herzog prosigue su cami­no en solitario, haciendo del cine un ins­trumento de denuncia y de filosofía, con ráfagas de ternura en un clima de iniqui­dad, donde cada cual está para sí y, tal vez por eso mismo, Dios contra todos.

 

 

Título original: Jeder für sich und Golt gegen alle (Cada uno para sí y Dios contra lodos).­

Producción: República Federal Alemana, 1974.­

Dirección, guión y diálogos: Werner Herzog.­

Fotografía: Jiirg Schmidt-Reinwein y Klaus Wy­borny (secuencias oníricas) (Eastmancolor).

Mon­taje: Beate Manka-fellinghaus.

Música: Pachebel, Orlando di Lasso, Albinone, Mozart.

Sonido: Haymo Henry Heyder.

Decoración: Gisela Storch y Ann Poppel.

Duración: 110 min.

Intérpretes: Bruno S., Walter Ladengast, Brigitte Mira, Hans Mushaus, Willy Semmelrogge, Michael Kroech­ner, Henry van Lyck, Enno Patalas, Elis Pilrim, Volkelker Prechtel.

Productor: W. Herzog y ZDF.

Distribución: Emiliano Piedra.

Premio de la crí­tica en el Festival de Cannes. 1975.

 

 

 


MANUEL ALCALÁ
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Última actualización el Jueves, 09 de Junio de 2011 09:15