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RESEÑA 1976
NUM. 92, pp.31-32 |
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EL ENIGMA DE KASPAR HAUSER
CADA UNO PARA SÍ Y DIOS CONTRA TODOS
W. HERZOG
En 1976 se estrenaba esta película de Werner Herzog, quien retomaba la historia de Kaspar Hauser. Un enigma de un alma destrozada. El crítico Manuel Alcalá la calificaba de película incómoda y difícil. Su belleza es más interior que externa.
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Entre los jóvenes directores, que están revalorizando actualmente el nuevo cine alemán occidental, figura en primer plano, junto con R. W. Fassbinder y V. Schlondorf, el muniqués Werner Herzog (n. 1942). Obsesionado por el celuloide desde su infancia, ha sido considerado durante muchos años como artista «maldito» y sistemáticamente mal comprendido por la crítica. Su constancia inquebrantable, su gran humanismo y su sólida formación con estudios en Alemania y USA y viajes incesantes por Europa, África y América, le han abierto finalmente paso a un reconocimiento de la crítica, al que seguirá tal vez el de grandes sectores de público, cuando éste sea capaz de superar las fáciles posturas de la diversión y el espectáculo.
Herzog es un hombre ensimismado y hasta taciturno. La orfandad y la vida rural marcaron su infancia. Tal vez por esto, todo su cine más importante está centrado en los problemas de la comunicación humana. En su primer largometraje, Signos de vida (1967), estudiaba las alucinaciones de un soldado alemán en la isla de Creta, inundada de luz. Temática análoga reaparece, y con una clave subjetiva y estética, en Espejismo (1970). El tratamiento se radicaliza en situaciones límites como en También los enanos empezaron pequeños (1970), donde se describe el caos de una revolución en un correccional de liliputienses, o Futuro impedido {(970), con tangencia a la situación del subnormal. Esta línea se mantiene en País de silencio y oscuridad (1971), valiente tratamiento de la vida de una mujer ciega y sorda en sus frustrados intentos de comunicación con una sociedad, incapaz de reconocer en sí misma idénticas limitaciones. La proyección de un análogo problema en la figura del «conquistador» fanático aparece caracterizada con fuerza en Aguirre, la ira de Dios (1972). Finalmente llega El enigma de Kaspar Hauser (1974), originalmente titulado como Cada uno para sí y Dios contra todos, que consigue varios premios en el pasado festival de Cannes.
Como en toda su anterior producción, Herzog, que refleja su propia vida en su obra, recurre de nuevo a la personalidad destrozada, que arrastra consigo una tragedia, pero que irradia de sí misma una extraña luz. Es la histórica, aunque enigmática, figura del famoso joven expósito Kaspar Hauser. Aparecido en las calles de Nürnberg en mayo de 1822, sólo recordaba haber pasado los primeros años de su vida encerrado en un sótano oscuro y alimentado por un desconocido, que le había enseñado a balbucear, escribir su nombre y a pronunciar esta única frase: «quisiera llegar a ser jinete, como lo fue mi padre». A lo largo de los once años vividos en la ciudad en casa de un maestro, Kaspar Hauser mostró una inteligencia y un sentido común extraordinario. En 1833 murió misteriosamente asesinado. Su figura se hizo mítica y el enigma de su procedencia y de su muerte no ha sido resuelto todavía.
Herzog escoge con rara habilidad los principales momentos, que el mismo Kaspar Hauser había garrapateado .en sus memorias, para orden arios en un relato cinematográfico de extraordinaria austeridad y concisión. Con esto, la película resulta más una meditación filosófica que una narración sobre un enigma histórico. De ahí su discrepancia con el film El niño salvaje (1971), de François Trufautt. Mientras que el director francés describe con gran ternura el proceso educativo del muchacho lobo, Herzog presenta el fracaso de comunicación entre una sociedad artificial y sofisticada y el hombre natural traumatizado, a quien aquélla intenta vanamente englobar en sus estructuras. De ahí que el director alemán haya realizado una película dura y hasta cruel.
Kaspar Hauser es el prototipo de hombre ensimismado por rechazo, pero con una fantástica vida interior, sólo expresada a medias por ensueños y evasiones. El joven expósito ha llegado a descubrir, a través de un auténtico vía-crucis, lo que significa el silencio a través del ruido, la soledad en la presencia física y la vaciedad de las costumbres sofisticadas. Por eso marcha a contra pie de la sociedad, tiene la impresión de que los hombres son «como lobos» y que su propia existencia no hace sino complicar la vida de los que le rodean. Todos los intentos de asimilarle fracasan lastimosamente. El filósofo «iluminado», al pretender contraponer su pura lógica a la sabiduría y sentido común del casi analfabeto; el clero luterano, al intentar forzarle una profesión de fe sin la menor explicación de la misma; la nobleza decadente, al seguirle considerando como un ser domesticado en un nivel aparentemente superior, pero en realidad tan humillante como el del espectáculo del circo. Allí figura Kaspar Hauser, para ganarse la vida, junto a otras «maravillas» de la humanidad: el liliputiense, el indio y el niño prodigio, otras tantas figuras características del cine de Herzog. Todo es inútil. Kaspar sólo conseguirá una relativa comunicación con los grupos más sencillos y espontáneos de la sociedad: los niños, la familia aldeana que le da cobijo y el maestrescuela, que viene a transformarse en su verdadero padre. En ocasiones, el muchacho llora mansamente. Son instantes de ternura o contemplación, aquellos en que no todo el mundo está para sí y, tal vez por eso, tampoco Dios está contra la humanidad: el bebé rosa en su cuna, el cisne en el lago, el nombre propio escrito en el jardín..., realidades que no emocionan sino a quien sabe verlas, por haberlas mirado con ojos nuevos. Sólo Kaspar parece poseer esa mirada, a pesar de haber sido brutalmente «descartado» del juego de la «civilización». Poco a poco, el muchacho se hace incómodo. Su presencia es una acusación. Su rebeldía, una condena. Por eso Kaspar Hauser tiene que morir. Herzog nos describe magistralmente el asesinato del joven, su agonía y su desaparición. Es un acierto el presentar como criminal a la misma figura enigmáticatica que le tenía en prisión, le alimentaba en la mazmorra y le había echado al mundo con la ilusión de llegar a ser un buen jinete ¿Quién es ese personaje? ¿Tal vez su propio padre? El director no nos da la respuesta. En el fondo, es igual. Lo que sí nos dice es que la sociedad se siente satisfecha cuando la autopsia descubre un cerebro «anormal" y el notario puede testificado en su protocolo. El complejo de culpabilidad colectiva se desvanece.
El enigma de Kaspar Hauser es indudablemente una película incómoda y difícil. Su belleza es más interior que externa. Esto no quiere decir que se haya renunciado a una presentación adecuada. El film está lleno de aciertos. Su ambientación en la ciudad de Dinkelsbuhl, en el corazón de Baviera, ha recreado a la perfección el Nürnberg de] siglo XIX. Lo mismo se diga de los personajes. Sin embargo, todo se funcionaliza hacia la condensación del problema en su áspero núcleo fundamental de denuncia social.
Hay ,que subrayar la espléndida interpretación del protagonista, ,Bruno S. Su encarnación del personaje de Kaspar Hauser es perfecta. No poco ha contribuido a ello la infancia y juventud primera de] intérprete, discurrida en orfandad de correccional en correccional, de sanatorio en prisión, que le ha hecho identificarse plenamente y, al mismo tiempo, con rara espontaneidad con la figura del expósito.
El próximo proyecto de Herzog es hacer una película sobre un profeta legendario de la selva bávara, que profetiza el fin del mundo. Su título es Corazón de cristal. Los intérpretes, de nuevo hombres en situaciones-límite. Esta vez, hipnotizados, sin duda para que en su trance colectivo revelen de alguna manera el misterio del hombre Werner Herzog prosigue su camino en solitario, haciendo del cine un instrumento de denuncia y de filosofía, con ráfagas de ternura en un clima de iniquidad, donde cada cual está para sí y, tal vez por eso mismo, Dios contra todos.
Título original: Jeder für sich und Golt gegen alle (Cada uno para sí y Dios contra lodos).
Producción: República Federal Alemana, 1974.
Dirección, guión y diálogos: Werner Herzog.
Fotografía: Jiirg Schmidt-Reinwein y Klaus Wyborny (secuencias oníricas) (Eastmancolor).
Montaje: Beate Manka-fellinghaus.
Música: Pachebel, Orlando di Lasso, Albinone, Mozart.
Sonido: Haymo Henry Heyder.
Decoración: Gisela Storch y Ann Poppel.
Duración: 110 min.
Intérpretes: Bruno S., Walter Ladengast, Brigitte Mira, Hans Mushaus, Willy Semmelrogge, Michael Kroechner, Henry van Lyck, Enno Patalas, Elis Pilrim, Volkelker Prechtel.
Productor: W. Herzog y ZDF.
Distribución: Emiliano Piedra.
Premio de la crítica en el Festival de Cannes. 1975.
MANUEL ALCALÁ
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