Un tranvía llamado deseo. Reseña. 1993 Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla   
Martes, 08 de Febrero de 2011 10:22

 RESEÑA 1993
 NUM 245, pp 8

UN TRANVÍA LLAMADO DESEO

REPARTO INADECUADO

 

ABEL FOLK / NATALIA DICENTA
FOTO: CHICHO

El teatro Bellas Artes parece haber­se especializado en clásicos del teatro del XX. Esta opción, interesante, sin duda, suele llevar consigo una dosis mayor de riesgo, porque el público sue­le tener en su recuerdo imágenes de montajes anteriores con las que esta­blece comparaciones. Esto es lo que ocurre con Un tranvםa llamado Deseo, de Tennesee Williams, un texto muy conocido, sobre todo a través de la célebre versión cinematográfica. Abordar el montaje de una pieza de estas características constituye un ver­dadero reto, porque obliga a alcanzar unos niveles de calidad ciertamente elevados, cotas de las que desgracia­damente está muy lejos el montaje de Tamayo.

 

Las piezas del dramaturgo america­no nos introducen en un mundo inquietante, difícil, plagado de símbolos y de referencias autobiográficas más o menos encubiertas, lleno de tensiones reprimidas que estallan en algunos momentos, y de alusiones que mani­fiestan una compleja y turbulenta vida interior de los personajes.

 

Blanche Dubois, que protagoniza la obra, es un personaje tópico de Williams y no resulta difícil establecer paralelismo entre ella y los personajes de otras piezas del dramaturgo. Es un ser contradictorio que representa un cierto anhelo de amor y de pureza que en un momento dado se vio frustrado. Ese desengaño la degrada moral y psíquicamente y se convierte en una mujer patçetica que, a su pesar, ensucia y envilece cuanto toca. Incapaz ella misma de dominar sus propios instin­tos, se ve apresada en una red viscosa que hace de ella un ser desgraciado y corruptor a la vez.

 

Para lnterpretar a este personaje se requieren una gran riqueza de mati­ces, un dominio meticuloso de los recursos expresivos, un sentido de la contención y, a la vez, una capacidad de sugerir y una fuerza interior inusual. Sin embargo, la labor actor al de quie­nes han encarnado esta versión de Un tranvia llamado Deseo resulta desdibu­jada, elemental y en algunos casos des­cuidada.

 

Es posible que buena parte de esta responsabilidad le corresponda a la dirección, que no ha escogido el repar­to adecuado ni ha acertado en la concepción de los personajes, pues actrices como Natalia Dicenta o Ana Marzoa, por no citar sino dos ejemplos, han realizado en otras ocasiones trabajos dignos de estima. En este espectáculo, la primera de ellas están por debajo de sus posibilidades interpretativas y la segunda, que encarna al personaje de Blanche Dubois, cae con frecuencia en un innecesario amaneramiento expre­sivo y en los momentos de mayor ten­sión de la pieza, el papel desborda sus capacidades actorales y recurre al grito o al llanto como formas mostren­cas e indiferenciadas de sugerir pate­tismo.

 

La concepción del Stanley Kowalski que interpreta Abel Folk, también es insuficiente. No se trata de un tipo gro­sero y violento, sin más. En su personaje se sugieren otros matices que habría que tener en cuenta y sin los que no se entendería, por ejemplo, que Ste­lla estuviera incondicional y apasiona­damente enamorada de él.

 

La mujer mejicana que vende flores para los muertos, uno de los símbolos más inquietantes y hermosos de la pie­za, ha sido tratada de una manera casi grotesca y convertida poco menos que en un efecto de película de ciencia ficción. Todo ello proporciona a la función una elementalidad que se aleja por completo del pantanoso pero estreme­cedor universo de Tennessee.

 

A todo ello hay que añadir la falta de ritmo, factor al que contribuyen unas transiciones inadecuadas que se hacen eternas y una ausencia de sen­tido del tempo de las situaciones y de los diálogos.

 

El descuido alcanza también a la ilu­minación, a los efectos sonoros y a la música. No sólo falta en su empleo el mínimo de imaginación y de persona­lidad que cabría esperar en un equipo profesional con la experiencia de Tamayo y del Bellas Artes, sino que lla­man la atención la brusquedad en los cambios, la ausencia de matices en su uso, lo típico de los recursos emplea­dos, las lagunas o los desajustes a la hora de sugerir determinados ambien­tes, etc. Un ejemplo puede ilustrar la naturaleza de estos descuidos: en un momento dado suena con fuerza el rui­do del tranvía, pero no vuelve a escu­charse a lo largo de la obra, como si el motivo hubiera quedado olvidado.

Título: Un tranvía llamado Deseo.

Autor: Tennessee Williams.

Versión: Enrique Llove\.

Dirección: José Tamayo.

Escenografía: Gil Parrando.

Vestuario: Pedro Moreno.

Intérpre­tes: Abel Folk, Natalia Dicenta, Natalia Duarte, Esperanza Obono, Ana Marzoa, Leandro Rey, Alberto Jimיnez, Manuel Brun, Jacobo Dicenta, Maruja Carrasco, Manuel Arias, Ana Carvajal.

Estreno en Madrid: Teatro Bellas Artes, 30-IX-1993.

FOTO: CHICHO

 

 

 

Eduardo Pérez – Rasilla
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Última actualización el Martes, 08 de Febrero de 2011 17:14