La mujer justa.Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Domingo, 06 de Marzo de 2011 20:09

LA MUJER JUSTA

EL FIN DE UNA CULTURA

 

FOTO: DAVID BERNUÉS

El punto de partida de La mujer justa es una novela del escritor húngaro Sándor Márai, nacido con el siglo XX y muerto ochenta y nueve años después en Estados Unidos. Consta de tres monólogos en los que cada uno de los protagonistas –dos mujeres y un hombre- ofrece sus puntos de vista sobre la historia que ha ligado sus vidas. Peter, miembro de una familia acaudalada, estuvo casado con Manka, perteneciente a su misma clase social, pero con menos recursos económicos. Algunos años después, el matrimonio se rompió y él se casó con Judit, una sirvienta que prestaba sus servicios en su casa paterna por la que siempre se había sentido atraído. Como la anterior, esta relación tampoco fue duradera. En la contraportada de la edición española se dice que estamos ante una narración dominada por la pasión, las mentiras, la traición y la crueldad. Siendo verdad, el autor fue bastante más allá. La peripecia de esos personajes le sirvió, en primera instancia, para certificar que no existe la mujer perfecta o justa a la que alude el título y, por extensión, el hombre que la merezca. Pero también, y sobre todo, para hacer la disección de la burguesía centroeuropea de los años treinta del pasado siglo, cuando ya daba síntomas de agotamiento y caminaba, sin sospecharlo, hacia una guerra de consecuencias incalculables, que pondría patas arriba el orden establecido y precipitaría su hundimiento.

 

Ese proceso queda perfectamente plasmado por el hecho de que el novelista escribió los dos primeros monólogos – los de Manka y Peter, por ese orden- en vísperas de la Guerra Mundial y no alude, por tanto, a ese crucial acontecimiento ni a sus traumáticas consecuencias. Así, pues, la crisis que conduce a la disolución del primer matrimonio de Peter nos es presentada, con el telón de fondo de la vida burguesa, como la consecuencia de un conflicto en el que están presentes los celos de una esposa enamorada, que no se siente correspondida y sospecha que su marido le es infiel, y la falta de afecto de éste, que concede a la vida conyugal el rango de mero acto social. El tercer monólogo, el de Judit, fue añadido en 1949 y, entonces sí, Márai describe, a través del relato que ella hace a su actual pareja, a un Peter que, en medio de la destruida Budapest, solo conserva, como recuerdo de lo que fue, un abrigo raído y unos zapatos impolutos. Así, una plebeya, que un día se sintió fascinada por el lujo de sus empleadores y luego les despreció, se convierte en la mordaz  e implacable cronista del fin de una cultura y en representante de una nueva sociedad construida sobre sus ruinas.

 

Eduardo Mendoza ha convertido las más de cuatrocientas páginas de la novela en una pieza teatral de apenas dos horas de duración. Muchas cosas importantes se han perdido durante el proceso de reducción. Se conserva, eso sí, lo esencial, aunque para muchos conocedores de la narración no sea suficiente, lo que mantiene abierto el debate sobre la bondad y hasta la licitud de este tipo de empeños. No obstante, hay que reconocer que, desde el punto de vista dramatúrgico, Mendoza ha hecho un trabajo meritorio. A partir del respeto al esquema monologal de la narración, en el que cada personaje se dirige a sendos interlocutores invisibles, ha creado una estructura dramática en la que buena parte de los falsos soliloquios se escenifican. La fórmula es sencilla y eficaz: los personajes a los que cada uno alude, comparecen en escena y toman la palabra. De este modo, se evita el riesgo de monotonía y se crea un atractivo y dinámico juego teatral en el que participan, además de los tres personajes citados, el músico que convive con Judit y Lazar, un escritor amigo de Peter, que asume un papel relevante en el análisis de la historia que se cuenta.

 

Fernando  Bernués ha hecho una elegante puesta en escena para la que ha concebido, con la colaboración de Edi Naudo, una excelente escenografía, cuyos principales elementos son tres grandes espejos colocados al fondo del escenario. No se reflejan en ellos lo que hacen los personajes, sino la atmósfera que los envuelve. En este escenario, Bernués ha dirigido  con buen pulso al reducido grupo de actores. Rosa Novell, en la mujer que no se resigna a perder al esposo, pero tampoco encuentra la forma de retenerle a su lado, transmite su zozobra con porte elegante y calculada serenidad. Camilo Rodríguez encarna a un sobrio y vacío  Peter tan falto de entusiasmo como incapaz de salirse del guión que, como miembro de la alta burguesía, le corresponde. Ana Otero, la criada ambiciosa que logra alcanzar el rango de burguesa consorte, pecha con un texto de una calidad literaria inimaginable en una persona de su condición, lo que es un lastre en sus primeras intervenciones. Pero en el tramo final luce sus mejores dotes de actriz, alcanzando cotas de excelencia, cuando su personaje, de vuelta de su escalada social y con los pies en la tierra, se convierte, entre el rencor y la conmiseración, en narradora del desastre. Ricardo Moya, en fin, es Lazar, el escritor consciente de los males de su clase que, bajo la máscara de una burla fina, finge ignorarlos y aguarda, sin oponer resistencia, el desenlace que arruinará su vida.

 

Título: La mujer justa

Autor: Sándor Márai
Adaptación a partir de la novela: Eduardo Mendoza

Iluminación: Xabier Lozano
Vestuario: César Olivar, Ángel Vilda
Escenografía: Fernando Bernués, Edi Naudo
Imágenes: David Bernués
Producción: CAER - Centre d'Arts Escèniques Reus y Tanttaka Teatroa

Intérpretes: Rosa Novell (Marika), Ana Otero (Judit), Camilo Rodríguez (Peter),Ricardo Moya (Lazar),Oriol Algueró (Violinista)

Ayudante de dirección: Jorge Gallardo

Dirección: Fernando Bernués

Duración aproximada: 2 horas (con descanso)

Estreno en Madrid: Teatro de la Abadía, 16 – II - 2011

FOTO: DAVID BERNUÉS

 
 
 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Lunes, 25 de Abril de 2011 16:33