Un hombre llamado flor de Otoño. Reseña 1978.Cine Imprimir
Escrito por Norberto Alcover   
Miércoles, 14 de Abril de 2010 15:44
UN HOMBRE LLAMADO
«FLOR DE OTOÑO»
PEDRO OLEA

[2005-10-14]

En 1972, José María Rodríguez Méndez, uno de nuestros autores malditos, junto a Lauro Olmo, Martín Recuerda y Alfonso Sastre, escribía una obra dramática que el gusta de llamar «Tragicomedia documental sobre el Barrio Chino»: Flor de otoño.

UN HOMBRE LLAMADO
«FLOR DE OTOÑO»
PEDRO OLEA

Título original: «Un hombre llamado Flor de Otoño».
Nacionalidad: Española.
Producción: José Frade, 1978.
Argumento: Basado en la obra de José Mª Rodríguez Méndez.
Distribución: J. F. Films.
Guión: P. Olea y Rafael Azcona.
Dirección: Pedro Olea.
Fotografía: Fernando Arribas (Eastmancolor).
Música: Carmelo Bernaola.
lntérpretes: José Sacristán, Carmen Carhonell, Paco Algora, Roberto Camardiel, Félix Dafauce, Carlos Piñeiro, Antonio Corencia, Paco España, Mimí Muñoz.
Estreno en Madrid: Capitol, 25-9-78, (3R) 18.


En 1972, José María Rodríguez Méndez, uno de nuestros autores malditos, junto a Lauro Olmo, Martín Recuerda y Alfonso Sastre, escribía una obra dramática que el gusta de llamar «Tragicomedia documental sobre el Barrio Chino»: Flor de otoño. El texto, que entonces produjo la ira de nuestros solícitos censores, era una mezcla de indagación casi etnológica de ese medio marginado barcelonés y una crítica de la esquizofrenia social a la que están abocados muchos representantes de la clase alta burguesa. Un texto, pues, revulsivo, además de contener bastantes alusiones históricas, relativas a la vida española, y especialmente catalana, de los años treinta.

Ahora, en 1978, con la colaboración de Azcona en el guión, Pedro Olea, uno de nuestros artesanos cinematográficos, ha tomado como punto de arranque la obra de Rodríguez Méndez, para articular una mediocre reflexión sobre el segundo aspecto del texto dramático, es decir, la esquizofrenia social de la alta burguesía, en plan sicologista más que histórico. Un hombre llamado Flor de Otoño traslada la acción a los años veinte, durante Primo de Rivera, vacía el texto original de carga política auténtica y alcanza sus mejores momentos, Como siempre sucede en Olea, cuando las relaciones interpersonales hacen su aparición. En conjunto, una película chata, sin gracia, que, para colmo de males, no cuenta siquiera con la pretendida gran interpretación de José Sacristán, premiado incomprensiblemente en San Sebastián. Y, sin embargo, dada la enorme aceptación popular que la película está teniendo, es preciso hablar de ella.

Olea sitúa la acción, según decíamos, durante la Dictadura de Primo de Rivera, quien tan duramente trató el movimiento anarquista profundamente arraigado en Cataluña. En este contexto histórico, que después pasa casi desapercibido, un joven abogado barcelonés, Lluis de Serrecant, alterna su trabajo sindicalista durante el día con e! travestismo nocturno en un local del Barrio Chino, por nombre «Bataclán». Un conflicto amoroso provocará el fracaso del atentado que prepara contra Primo de Rivera, y acabará condenado a muerte. Mientras, se han desarrollado unas extrañas relaciones con su madre (una extraordinaria Carmen Carbonell), quien llega a conocer, pero procede como si la desconociera, la naturaleza homosexual de su hijo. El argumento, como se ve, daba para una película interesante, con esa mezcla un tanto morbosa de clases sociales, de ambientes eróticos, de personalidades fracturadas, de relaciones familiares. Olea, por el contrario, se limita a narrar nos esta historia de una manera discreta pero en primera instancia, de tal forma que la película va discurriendo ante nosotros con el sólo interés de lo que sucederá a este pobre Lluis de Serracant metido en unas situaciones que le sobrepasan.

Y es que Olea, repetimos, es un buen artesano pero no es un artista. Carece de la capacidad de comunicar ulteriores dimensiones a personajes y situaciones, que es donde radica la categoría artística de todo creador. Así, sus películas resultan chatas, elementales, estrictamente narrativas, sin sugestión alguna. Sirva de ejemplo, en Un hombre llamado Flor de Otoño, el modo de tratar la ambientación, con esos decorados barceloneses cuya arbitrariedad es evidente, en especial la visión de la plaza catedralicia al comienzo y el recinto de la celda carcelaria al final. Un espectador medianamente avezado a degustar cine, clamará contra este mecanicismo de que hace gala Olea, y que reviste la película de inverosimilitud. No hay creación alguna sino mera representación de unos datos.

La película alcanza sus mejores momentos en los breves encuentros entre Lluis y su madre, Doña Nuria. Esta mujer, aparentemente condicionada por su clase social y su educación burguesa, tendría que rechazar la situación de su hijo, pero la acepta en un gesto de honda maternidad. Excelente personaje, por desgracia perjudicado cuando aparece rodeado de esa pléyade de familiares que quieren, sin conseguirlo, representar todas las lacras de una burguesía industrial intransigente y de un catolicismo tradicional integrista. La simplificación a que somete todos estos personajes Olea es tal que resulta imposible creérselos. Son muñecos pero jamás personas de carne y hueso.

Este es, pues, el caso de una película llevada en volandas, que
sacia el apetito morboso de un sector del público, pero que una lectura un tanto recia de la misma obliga a desvelar sus debilidades, que son muchas. Para abordar argumentos tan complejos, donde la historia se mezcla con la sicología, es preciso el tacto creador de un Buñuel, por ejemplo, quien acierta a historizar mientras describe, con enorme sencillez, características elementales de sus personajes. Olea no se ha mostrado capaz, hasta ahora, de hacer tal cosa. Y es un enorme riesgo, entonces, abordar empresas tan arriesgadas.
 

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Última actualización el Jueves, 13 de Mayo de 2010 14:28