Cronopios rotos: Sinisterra. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Viernes, 22 de Octubre de 2010 08:29
 

CRONÓPIOS ROTOS
VARIACIONES SOBRE CORTÁZAR
 

Estamos ante un nuevo experimento de José Sanchis Sinisterra en torno a la dramatización de textos narrativos. En esta ocasión la fuente textual son dos de los numerosos cuentos de Julio Cortázar, los titulados Torito y Graffiti

CRONÓPIOS ROTOS
VARIACIONES SOBRE CORTÁZAR

 

 
  MARIO VEDOYA, CONCHA MILLA

Estamos ante un nuevo experimento de José Sanchis Sinisterra en torno a la dramatización de textos narrativos. En esta ocasión la fuente textual son dos de los numerosos cuentos de Julio Cortázar, los titulados Torito y Graffiti, escritos con años de diferencia, aquel en 1954 y éste hacia 1970, de desigual extensión y de contenido aparentemente muy distinto, algo, esto último, que el autor no comparte, como enseguida veremos. Es lo que le ha animado a reunirlos en un único espectáculo a pesar de las diferencias señaladas y de las estilísticas, que son notables.

 

En Torito, un viejo boxeador narra, con el habla propia de las clases bajas bonaerenses, su vida. Recuerda sus triunfales peleas callejeras cuando era un chaval y su salto a la profesionalidad en tan duro deporte. Evoca con emoción sus mejores combates y los nombres de los rivales a los que la fuerza de su pegada arrojó a la lona. También la popularidad alcanzada gracias a sus éxitos. Y su declive tras el severo castigo recibido de un rival más joven y bien entrenado. Luego, la historia de siempre, la más difícil de explicar, la que quisiera olvidar. Mas, ¿cómo hacerlo si su cuerpo roto yace desvencijado en la cama de un hospital atendido por una monja que le da el jarabe para calmar la tos crónica, le pincha y le cuenta cosas mientras se toma un vaso de leche caliente?. Imposible de todo punto. Por eso, el ídolo caído le dice a su invisible interlocutor que es mejor estar durmiendo que es un gusto toda la noche, dale que dale.

 

Graffiti es una historia que tiene por escenario una ciudad de un país sometido a un dictadura militar. Aunque no se especifica, podría ser la de Bueños Aires. Un joven que hace grafitis por pura diversión descubre que, junto a los suyos, aparecen otros dibujados por otra persona. No es una casualidad, sino algo premeditado. Es como si alguien hubiera establecido con él un diálogo gráfico, buscando, quizás, su amistad. Podría ser un juego divertido si en un país totalitario llenar las paredes de figuras y letreros no fuera un grave delito, mayor aún si su contenido es considerado subversivo, circunstancia que se da en lo que la anónima persona rotula. Trata el joven de averiguar de quién se trata y, cuando está a punto de conseguirlo, la policía la detiene. La singular comunicación se interrumpe, reanudándose tiempo después con el dibujo de un óvalo del que parece saltar una cara tumefacta, un ojo colgando y una boca aplastada a puñetazos. Son las huellas de la tortura a la que ha sido sometida. Todo esto se cuenta en la misiva de despedida que la víctima dirige a su colega. En ella le anuncia que se refugiará en un lugar sin espejos en el que permanecerá hasta el fin en la más completa oscuridad y le pide que siga dibujando en las paredes.


Sanchis Sinisterra
considera que ambos relatos comparten rasgos esenciales en cuanto a su asunto y a su estructura formal. Respecto a los primeros, destacan, sobre todo, la violencia que sacude las vidas de sus protagonistas, su condición de víctimas y la sensación de fracaso que les invade, si bien hay que señalar la distinta naturaleza de los hechos y el papel que cada uno juega en su desarrollo. En el caso del púgil, él ejerce la violencia y la sufre. En el de la activista, sólo la sufre. En cuanto a la estructura, lo que tienen en común es su carácter de monólogos en los que los narradores sienten la necesidad de transmitir sus experiencias. En todo caso, el maridaje que propone el dramaturgo es un reto arriesgado que sólo se puede afrontar desde una larga experiencia, que él sin duda, posee.


Trenzar los testimonios de seres tan distintos para construir un discurso unitario sobre la violencia y sus consecuencias exige un profundo trabajo de dramaturgia, que ha empezado por  la creación de un espacio único que acoge a los dos personajes. Se trata de la fría y funcional habitación de un hospital en la que ocupan camas contiguas. El paso siguiente, ha sido la conversión de las narraciones en materia dramática. Los actores ilustran los textos con gestos y pequeñas acciones. La mujer dicta su carta a una silenciosa secretaria enfermera, sin poder evitar los estallidos de ira y pánico que la asaltan cuando rememora el castigo recibido de sus torturadores. Mientras, el boxeador recorre su pasado y, fuera de la cama, a la que enseguida regresa agotado, lanza golpes al vacío que intentan reproducir, con nostalgia y falso entusiasmo, sus gloriosos combates. Un sólido actor de tan larga trayectoria como Mario Vedoya da vida al despojo humano en que ha convertido el otrora campeón y la actriz argentina Concha Milla, a la que hemos visto en trabajos de Arístides Vargas y del propio Sanchis, interpreta con contenida emoción a la grafitera.

 

Título: Cronopios Rotos, Variaciones sobre Cortázar”

Cuentos: Julio Cortázar

Dramaturgia: José Sanchis Sinisterra

Escenografía y Vestuario: Egoitz  Bernaola  y  Beatriz Mena

Iluminación: Carlos Marcos

Espacio Sonoro: Alejandro D.Capo

Diseño Impresos: Irene Osorio

Productora: Amaranta Osorio

Coordinación en Colombia: Natalia Cuenca

Administración: François Tarralle

Comunicación: Belén Fernández

Asistente de producción: Ana Belén Santiago

Produce: Coorporación Gaia Lúdica y Cultura, Jeito Producciones, Iberescena

Actriz y Ayudante de Dirección: Gema Aparicio

Intérpretes: Mario Vedoya (Torito), Concha Milla (Joven), Gema Aparicio

Dirección: José Sanchis Sinisterra

Estreno en Madrid: Teatro Galileo, 6 – X -2010

 
 CONCHA MILLA
 
 MARIO VEDOYA

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo

 

 

 

 

 



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Última actualización el Viernes, 05 de Noviembre de 2010 14:53