El mal de la juventud. 1988. Reseña. Critica Imprimir
Escrito por M. Garrido   
Jueves, 21 de Octubre de 2010 12:15
 

EL MAL DE LA JUVENTUD

UN TEXTO BIEN DESEMPOLVADO

El mal de la juventud de Ferdinand Bruckner es obra protagonizada por jóvenes. Una pensión de estudiantes y un conflicto amoroso  

 
  RESEÑA, 1988
 NUM. 183, pp.11 -12

EL MAL DE LA JUVENTUD

UN TEXTO BIEN DESEMPOLVADO


El grupo Zascandil, pletórico de actores jóvenes busco este texto que exige juventus. Según el crítico otra de las razones es la actualidad porque aquellos jóvenes de 1929 se equiparaba a  los de 1988. La misma reflexión se hacen en el 2010.


 

    LOLA FERNÁNDEZ (LOLA CASAMAYOR), BLANCA PORTILLO
  FOTO: M. ÄNGEL GONZÁLEZ

El mal de la juventud de Ferdinand Bruckner es obra protagonizada por jóvenes. Una pensión de estudiantes y un conflicto amoroso da pie para la revisión de las ideas trasnochadas y la ponderación de las nuevas, nacidas del desencanto de la época: hundimiento de la Bolsa (1929), amenaza del autori­tarismo hitleriano y trastoque de los criterios morales y demás principios básicos de una sociedad que se des­compone. De ese desencanto partici­pan los estudiantes de aquella pen­sión: el amor prematrimonial se quie­bra y en sustitución aparece el lesbia­nismo; la infidelidad del noviazgo se descarría en un amor sado-masoquista incontrolado que obliga a la criada, cul­turalmente más débil, a robar y prostituirse por amor de ese señorito estu­diante; el trabajo, patrimonio exclusivo del hombre, deja paso a la pretensión de la mujer que no quiere, ni debe, ni necesita depender de él. Y, corroyendo el alma, la desesperación, fruto del miedo, del compromiso, de la inseguri­dad y de la soledad. En ese vaivén ines­table del ser humano, en lontananza, la tentadora hada del suicidio. Una ideo­logía feminista da el toque revoluciona­rio final.

 

Revolucionario también para la épo­ca es el lenguaje realista, una vez que el expresionismo comenzaba a fatigar en todas las artes: cine, teatro, pintura ... De este modo Bruckner se «aggiornaba». Usaba lo que se denominó «en­ganche con la actualidad» y lo que consigue tanto a nivel de ideas como de lenguaje.

 

Bruckner (1) era vienés, pero partici­paba del tremendismo alemán, que ha llegado hasta nuestros días en la per­sona de Fassbinder. No creo exagerar si digo que este argumento podría ha­ber sido firmado por el cineasta ale­mán. Contiene todos los ingredientes de su poética: fisuras del ser humano, sexo disparado, realismo-psicológico lleno de símbolos, longitud horaria y el oscuro mundo alemán que precedió a la gran hecatombe.

 

El grupo Zascandil se ha empeñado con el texto. Un grupo de gente relati­vamente joven, pero de amplia expe­riencia teatral. Imagino que la elección se puede deber a varias causas: un plantel de jóvenes siempre encuentra dificultades a la hora del reparto y tiene que evitar personajes de más edad, sobre todo cuando la clave ronda los cánones del realismo. El tema de una juventud frustrada, con cierto desen­canto, podría enganchar con el que parece apoderarse hoy de nuestros jóvenes. Por otro lado, la dimensión feminista de la obra tiene también un toque de actualidad. Posiblemente, hay muchas razones más, que se me ocultan.

 

La representación de Bruckner por Zascandil es digna y posee momentos  inspirados tanto de puesta en escena  como de interpretación. Se trata de una versión en la que se han dado inteligentemente cortes y tanto la adaptación como la traducción no se despegan de nuestro lenguaje actual. Inte­resa la línea argumental, el tremen­dismo de ciertas escenas, pero en con­junto el espectador se siente despe­gado tanto de la ideología vertida (hoy impresiona menos), como del engan­che con nuestra realidad, bien sea por  el tema del desencanto que no es el mismo de hoy día (nuestro desencanto es otro: la casi imposibilidad de dar un paso más a través de aquellas ideas que en la época de Bruckner eran revo­lucionarias) o por el de la relación hombre-mujer.


Antonio Malonda acierta en la agili
­dad, puesta en escena y «aggiorna­mento» del texto. Con todo, no consi­gue un resultado brillante, sí digno.

 

Curiosamente, a pesar de ser una compañía de actores jóvenes que po­drían reproducir muy bien la edad de los personajes -unos estudiantes en una pensión-, no ocurre así. Se despe­gan de ellos en edad, no físicamente sino por su caracterización, y buena culpa de ello creo que la tiene el ves­tuario, atractivo, variado, e incluso de época (menos acertado el de los chi­cos), pero me temo que los figurines han sido tomados de modelos esterio­tipados que pertenecen a adultos y no tanto a la moda de gente joven de aquel tiempo. Esto es lo que da, proba­blemente, ese aire de falsedad.

 

La interpretación tiene altibajos. A veces se carga la mano en la sobreac­tuación o se recurre al estereotipo. Y, lamentablemente, comienzan a apare­cer los «tics». Falta cierta sobriedad que se disimula en las escenas grita­das o dramáticas. La protagonista, Lola  Fernández, desvela unas cualidades poco comunes y su físico posee un gran poder evocador, al estilo de las grandes actrices dramáticas. Ella y Blanca Portillo - que, por otro lado, tie­nen los personajes más brillantes del texto de Bruckner - forman una pareja con momentos inspirados. Los perso­najes masculinos, en cambio, quedan desvaídos e incluso artificiosos.

 

Una escenografía preocupada por recrear el ambiente de la época y bien explotada para un presupuesto medio, cumple su cometido aunque esté des­provista de personalidad. Demasiado desnuda en las paredes. La asesoría musical de Pepe Nieto es acertada y bien cuidada la reproducción sonora de la época.

 

El mal de la juventud, en versión de Zascandil, es un montaje que interesa por devolvemos a un autor al que se le ha sabido sacudir bien el polvo. Es, también, un trabajo estudiado al que le sobraría u na cierta sobrecarga en sus actores. Iniciativas como éstas valen la pena y son dignas de prestarle aten­ción.

 

Una última apostilla: el Centro Cul­tural Galileo con su sala de teatro no favorece mucho a este espectáculo concreto. La embocadura no acaba de acunar la escena y la torpeza del telón cortina no puntúa con garbo los actos y el final. 

 

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(1) Ferdinand Bruckner (1897-1958) nace en Viena y se exilia con motivo del incendio del Reichstag (1933) y ante la elección de­mocrática del autoritarismo de Hitler. Resi­dirá en París y EE.UU. hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Primero se dedicó a la Filosofía, la Filología y la Música. En 1923 se decide plenamente por el teatro al fundar el Renaissancetheater (teatro reno­vado). Debido a su origen judío ocultó su nombre, Theodor Tagger, bajo el pseudó­nimo de Ferdinand Bruckner. Desarrolló la actividad teatral en su doble faceta de autor y director. Su estilo parte del expresionismo y llega hasta el realismo. Cuando escribe El mal de la juventud (Krankheit der jugend) ya llevaba escritas varias obras, y su línea temática y estética transcurría por los nue­vos moldes: las ideas de liberación en la mujer, los problemas del hombre y la esté­tica realista que enganchaba con la «actuali­dad». Esta obra forma parte de una trilogía, cuyos otros dos títulos son Los criminales y Las razas. En las tres la crítica social es el marchamo de esta época literaria de Bruckner.

 

Título: El mal de la juventud
Autor: Ferdinand Bruckner (1929).

Traducción y adaptación: Anto­nio Malonda.

Diseñador, escenografía y vestuario: Albahaca, Es­tudio de Teatro.

Asesor musical: Pepe Nieto

Producción: Zascandil, en colaboración con el INAEM.

In­térpretes: Lola Fernández (María), Blan­ca Portillo (Desiree), Marisol López (Lu­cy), Soledad Rolandi (Irene), Chema Ade­va (Federico), Rafa Ruiz (Petrel), Antonio Pozuelo (Alt).

Dirección: Antonio Malonda

Estreno en Madrid: Cen­tro Cultural Galileo, 16 de febrero de 1988.

 

FOTO: M. ÁNGEL GONZÁLEZ

 

M. Garrido
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Última actualización el Viernes, 22 de Octubre de 2010 08:25