Electra. Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Lunes, 28 de Junio de 2010 14:28
 
ELECTRA
ENTRE LA RAZÓN Y LA FE CIEGA
Benito Pérez Galdós fue tan gran novelista como mediocre autor de teatro. No debe su gloria ni a la adaptación de sus propias novelas ni a las obras que escribió directamente para la escena.

ELECTRA
ENTRE LA RAZÓN Y LA FE CIEGA
 
Benito Pérez Galdós fue tan gran novelista como mediocre autor de teatro. No debe su gloria ni a la adaptación de sus propias novelas ni a las obras que escribió directamente para la escena. Ambas adolecen de excesiva narratividad, que está reñida con la economía verbal que requiere el teatro, y de una deficiente construcción dramática. Electra no es una excepción en el conjunto de su teatro, de ahí que sorprenda su recuperación. Podría explicarse por su contenido, que fue polémico cuando se estrenó a principios del siglo pasado, pero que ahora no lo es tanto. La historia que nos cuenta es la de la joven huérfana Electra, hija de una mujer de vida poco ejemplar y de padre desconocido, de cuya tutela se ocupan unos parientes ricos y caritativos auxiliados por un salvador de almas que algo tiene de guía espiritual. Muchacha alegre y poco inclinada a someterse a las rígidas normas sociales de su nueva familia, provoca, con su actitud rebelde, muchos quebraderos de cabeza en quiénes han asumido la responsabilidad de borrar el recuerdo y la influencia de una madre licenciosa. La díscola muchacha hace cuanto puede por escapar de tan opresivo ambiente y encuentra el espacio de libertad que ansía en el laboratorio de un sobrino de la dueña de la casa, viudo y hombre de ciencia volcado en el estudio de la electricidad. Surge el amor entre ellos y toman la decisión de contraer matrimonio. No eran esos los planes previstos por los tutores ni por el celoso y estricto asesor. Asume éste la tarea de impedir la boda. En conseguirlo, se emplea a fondo, enfrentando lo que no son más que intereses personales disfrazados de devoción cristiana a la moral laica que reconoce el derecho de los individuos a decidir libremente sobre su destino. Lo que se plantea es la eterna batalla entre ciencia y religión, entre la razón intelectual y la fe ciega. Al cabo, triunfará aquella, pero lo sorprendente es que, siendo Galdós un anticlerical declarado, la solución llegue por la vía de lo sobrenatural y no por los cauces de la deducción lógica. Porque, en efecto, el argumento último del celador de las buenas costumbres para frustrar los planes de la pareja es proclamar que ambos son hermanos y que, en consecuencia, su unión es imposible. Recluida en un convento, al borde de la locura, el destino de Electra parece definitivamente trazado, pero un hecho inesperado pone las cosas en su sitio. El fantasma de la madre muerta se presenta ante ella para anunciarla que el joven no es su hijo y que, por tanto, nada ni nadie pueden impedir su unión. Así, pues, el único recurso para deshacer el entuerto es la palabra de una muerta. Esa inesperada declaración abre las puertas a un final feliz del gusto del respetable, pero causa estupor que el dramaturgo no buscara otra fórmula más acorde con sus ideas para llegar al mismo desenlace. Tan sorprendente o más es que un abanderado del realismo introduzca en su obra personajes que regresan del más allá para resolver los conflictos de los vivos.

 
Poner en pie este obsoleto texto se nos antojaba, a priori, un empeño descabellado condenado al fracaso. Que no se haya producido el temido cataclismo no se debe a un milagro, sino al talento de Ferrán Madico, quien ha asumido el riesgo de enfrentarse sin complejos a tamaña aventura. Francisco Nieva le ha allanado el camino con una versión pulcra que, sin desvirtuar el original, ha limado excrecencias narrativas que sobraban. Sin esos estorbos, ha optado por no disimular lo que algunos personajes tienen de figuras de cartón piedra, cosa extraña en Galdós, pues era consumado maestro en el arte de retratar a los seres humanos. Buenas pruebas de su talento son, en esta obra, las figuras de la protagonista, tan bien dibujada, del honrado hombre de ciencia que la ama y, tal vez, de la acaudalada tutora. No sucede lo mismo con los intolerantes representantes del mal, a los que redujo a la condición de vulgares estereotipos, seguramente porque no quiso hacer ningún esfuerzo por disimular su inquina hacia ellos. Pues bien, Madico tampoco lo ha hecho y en vez de suavizar los trazos gruesos empleados por el dramaturgo, los ha subrayado con más fuerza. El resultado es el que el realismo galdosiano se ha instalado en el expresionismo. Un acierto. A hacer posible ese viaje han contribuido Alfonso Barajas y un reparto bien elegido y compenetrado. Aquél lo ha hecho con un sobrio decorado, bien iluminado por Gómez Cornejo, que incluye imágenes proyectadas en paredes y techo que remiten a los lugares en los que transcurre la acción. En cuanto a los actores, cumplen con acierto la difícil tarea de hacer creíbles a sus personajes. Mención aparte merece Sara Casanovas, quien en el papel de Electra, pasa de comportarse como una joven desenfadada y pizpireta a ofrecer la desgarrada imagen de una heroína trágica.
 
Título: Electra.
Autor: Benito Pérez Galdós.
Adaptación: Francisco Nieva.
Escenografía: Alfonso Barajas.
Iluminación: Juan Gómez Cornejo. Vestuario: María González.
Música: Oscar Roig.
Intérpretes: Sara Casanovas, Miguel Hermoso Arnao, Maru Valdivieso, Sergio Otegui, Antonio Valero, Pep Molina, Chema Muñoz, Luifer Rodríguez, José Conde, Isabel Prim, Irma Correa, Antonio Requena, Mari Carmen Sánchez y María Gómez.
Dirección: Ferrán Madico.
Estreno en Madrid: Teatro Español, 10-VI-2010.
 
 
 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Domingo, 29 de Agosto de 2010 07:13