2036 Omega-G. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Lunes, 19 de Abril de 2010 14:49

2036 OMEGA-G

ELS JOGLARS CUMPLE AÑOS

Els Joglars cumple cincuenta años y lo celebran organizando una fiesta teatral protagonizada por ellos mismos para disfrute de sus incondicionales. No hay sorpresas en su propuesta. Los celebrantes son los habituales durante los últimos años, con Boadella a la cabeza...

2036 OMEGA-G

ELS JOGLARS CUMPLE AÑOS

  

 

 
 FOTO: ELS JOGLARS

Els Joglars cumple cincuenta años y lo celebran organizando una fiesta teatral protagonizada por ellos mismos para disfrute de sus incondicionales. No hay sorpresas en su propuesta. Los celebrantes son los habituales durante los últimos años, con Boadella a la cabeza, quien, como es habitual, se mantiene fuera de los focos actuando como maestro de ceremonias. En cuanto al espectáculo, que se parece a otros anteriores como dos gotas de agua, lleva el sello de la compañía, que se caracteriza por el excelente trabajo de los actores, una cuidada puesta en escena y un humor irónico de buena ley. Sucede, sin embargo, que la compañía catalana también tiene detractores y éstos no encuentran excesivas dificultades para ratificar sus críticas, que, en líneas generales, se centran en una ambigüedad ideológica, quizás no nueva, pero sí más evidente cada vez, y en la nula renovación de una estética que, para muchos, es prueba palpable de un cierto agotamiento creativo.

Con frecuencia, Els Joglars ha situado la acción de sus obras en épocas futuras para que los hombres que las habitan vuelvan su mirada al pasado (nuestro presente) y, con esa distanciación no del todo brechtiana, lo analicen. El resultado de tales investigaciones suele ser curioso y divertido. Lo fue, por ejemplo, ver a los catalanes del siglo XX a través de la lupa de los hombres del futuro. En otras ocasiones, el juego se plantea a la inversa. Nosotros tratamos de imaginarnos como serán los años venideros. Tal sucede en 2036 Omega-G, en la que la propia compañía elucubra sobre como serán sus actuales componentes dentro de veinticinco años. Ellos lo hacen sin complejos, riéndose de sí mismos, pero seguramente el malévolo Boadella pensaba, mientras desarrollaba el proyecto, en el incómodo cosquilleo que sufrirían los espectadores en edad de prejubilarse cuando vieran reflejada su vejez en ese espejo tan sincero que es el escenario. Porque los que desfilan por él son los todavía lozanos y pletóricos Ramón Fontseré, Jesús Agelet, Minnie Marx, Pilar Saénz, Lluís Olivé y Jordi Costa convertidos en decrépitos ancianos. Residentes en el El Hogar del Artista, un centro reservado a actores retirados, su vida trancurre como la de cualquier anciano acogido en esos geriátricos piadosamente llamados de la tercera edad. Como ellos, pasan los días desplazándose del gimnasio al comedor, del comedor a la sala de televisión, de la sala de televisión a la de juegos, de la de juegos al jardín… y, de vez en cuando, saliendo de excursión a la vuelta de la esquina. Y aún tienen tiempo de sobra para discutir, pelearse por la propiedad de una silla, mostrarse celosos, echarse en cara todo lo habido y por haber y, en el caso que nos ocupa, tratándose de artistas, recordar su gloria pasada. Asunto triste a pesar de que está tratado con humor. Lo hay en el comportamiento de los quisquillosos residentes y, en otro registro, en la actuación de una pareja de monitores interpretada por Dolors Tuneu y Xavi Sais, que ofrece una somera muestra de los comportamientos sociales probables y hábitos lingüisticos de las generaciones venideras.

Hay en el espectáculo dos escenas estelares: la primera y la última. En aquella, una especie de prólogo, todos los actores cruzan el escenario de un extremo a otro. Al principio, lo hacen erguidos, con paso vivo, desafiantes, como si se fueran a comerse el mundo. A medida que sobre el fondo del escenario se proyecta el paso de los años hasta alcanzar el 2036, sus rostros van llenándose de arrugas y sus cuerpos encorvándose. Acaban arrastrado los pies y ayudándose de bastones para mantenerse en pié. Seguimos extasiados el proceso de envejecimiento, que, salvo escasas y breves salidas del escenario, se produce a la vista del público, como si no hubiera, como decían los magos y prestidigitadores, trampa ni cartón. La escena es un prodigio de perfección, el mejor homenaje que Els Joglars podía rendir al arte de la pantomima, de cuya mano nació y a la que nunca dio de lado, ni siquiera cuando la palabra entró a formar parte de su lenguaje escénico. La escena que cierra el espectáculo, una danza de trajes suspendidos en el aire, deslumbra por su colorido y belleza.

Lo que sucede entre ambas escenas no despierta el mismo entusiasmo. Lo que se ofrece es una sucesión de skeches, tan frecuentes en las series de humor televisivas o en espectáculos teatrales que se inspiran en ellas. Se echa de menos un argumento mejor trabado y la imaginación de la que tantas veces ha hecho gala Boadella. Las mordaces críticas de antaño han devenido en leves y coyunturales pellizcos de monja. ¿Agotamiento, estrategia o ambas cosas?

Título: 2036 Omega-G.

Dramaturgia, espacio escénico y dirección: Albert Boadellla.

Escenografía: Juan Sanz y Miguel Ángel Coso.

Vestuario: Dolors Caminal. Iluminación: Bernat Jonsá.

Intérpretes: Jesús Agelet, Jordi Costa, Ramón Fontserè, Minnie Marx, Lluis Olivé, Pilar Sáenz, Xavi Sais y Dolors Tuneu.

Compañía: Els Joglars.

Estreno en Madrid: Teatros del Canal, 4-III-2010.

 
FOTOS: ELS JOGLARS



JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
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Última actualización el Domingo, 29 de Agosto de 2010 07:05