Todos eran mis Hijos. Tolcachir. Crítica Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Jueves, 16 de Septiembre de 2010 08:46
 

TODOS ERAN MIS HIJOS

MILLER Y EL SUEÑO AMERICANO

Las primeras obras de Arthur Miller fueron un jarro de agua fría sobre una sociedad, la norteamericana, que tras los duros años de la Gran Depresión y el final de la Segunda Guerra Mundial empezaba a levantar cabeza  

TODOS ERAN MIS HIJOS

MILLER Y EL SUEÑO AMERICANO

 

 
  CARLOS HIPÓLITO, GLORIA MUÑOZ
FOTO: JEAN PIERRE LEDOS

Las primeras obras de Arthur Miller fueron un jarro de agua fría sobre una sociedad, la norteamericana, que tras los duros años de la Gran Depresión y el final de la Segunda Guerra Mundial empezaba a levantar cabeza y se disponía a construir un país optimista, orgulloso y alegre. Los primeros pasos confirmaron tales expectativas y el llamado sueño americano dejaba de serlo para convertirse en una envidiable realidad. Cuestionarla no era fácil. Afirmar que esa suntuosa fachada construida con el esfuerzo de todos ocultaba un edificio lleno de deficiencias y vicios ocultos era una muestra de antipatriotismo, algo que en Estados unidos no es tolerable. El todavía joven Arthur Miller lo hizo. Vino a decir que la pujanza de esa nueva sociedad se apoyaba, en unos casos, en la ambición y falta de ética de individuos que ocultaban un pasado corrupto y criminal y, en otros, en la destrucción de muchas de las personas honestas que, con su esfuerzo, habían contribuido a ella. Esto es lo que le sucedió a Willy Loman, el protagonista de La muerte de un viajante, quién explotado por la empresa a la que dedicó su vida, es despedido de mala manera cuando la edad y los achaques le convierten en un empleado poco rentable.

 

En Todos eran mis hijos, abordó la cuestión señalada más arriba. A los Keller no les fue mal durante la guerra. Dueños de una empresa ligada a la industria armamentística, su mejor cliente era el ejército. Concluida la contienda, supieron adaptarse a los nuevos tiempos sustituyendo la fabricación de motores para los aviones de las fuerzas aéreas por la de electrodomésticos. Eran la viva imagen de una sociedad emprendedora que, portadora de los más elevados valores conservadores, acabaría siendo seña de identidad de todo un país. Pero Miller, se introduce en el seno de esa familia y desmonta con  paciente minuciosidad la imagen de felicidad y honestidad que ofrece. Nos hace saber que el padre, que ha iniciado el viaje hacia un retiro plácido, dejando una sustanciosa herencia, había tenido que afrontar, en plena guerra, las consecuencias de un fallo en los materiales que salían de su fábrica. Sabedor de que provocaría numerosos accidentes, la codicia y falta de escrúpulos le llevaría a cerrar los ojos; y el pánico a tener que responder ante la justicia de su criminal comportamiento, a cargar toda la responsabilidad sobre su socio, quien declarado único culpable, se pudre en la cárcel. Sobre este hecho y la desaparición durante un combate de su primogénito, piloto de guerra, gira la vida familiar, dominada por la enfermiza creencia de la madre de que su hijo, cuyo cadáver nunca fue encontrado, esté vivo y algún día regrese. Esperanza que se esfumará cuando se sepa que el joven se suicidó horrorizado por la conducta de su padre, que provocó la muerte de no pocos compañeros.

 

A pesar de ser la segunda obra de Miller, su estructura es perfecta y el desarrollo de los acontecimientos sigue un orden que mantiene viva la intriga y atrapa el interés de los espectadores. Es admirable como combina los momentos de aparente felicidad, en los que los personajes se muestran empeñados en construir un futuro  atractivo, con aquellos otros en los que el pasado irrumpe para ensombrecerlo. Al cabo de más de medio siglo de su estreno, bien pudiera haber sucedido que el paso del tiempo dejara en el texto su huella delatora, pero no es así. De ahí, quizás, que la traducción de Mónica Zavala y la adaptación de Claudio Tolcachir no se diferencien mucho de la versión que Vicente Balart hizo a principios de los años cincuenta del pasado siglo cuando se representó por vez primera en España (*). Es cierto que los recursos empleados por el autor para resolver algunas situaciones son artificiosos, pero frente a las virtudes de este clásico del siglo XX, es un reproche mínimo.

 

Entre las diversas opciones que se le presentaban a Tolcachir para poner en pie esta obra, ha elegido la más respetuosa, que no es, tal vez, la más sencilla. Se ha mantenido fiel a la estética realista con la que fue concebido el texto, sin caer en la tentación de proporcionarle una envoltura de modernidad más atractiva para el espectador actual. Pero el realismo que practica se distancia bastante del habitual, principalmente en el ritmo que imprime a la acción y a los diálogos. Gracias a él, consigue poner de manifiesto toda la complejidad oculta en los personajes, que en no pocas ocasiones pasa desapercibida. Aquí dejan de ser de una pieza. Tampoco son símbolos de nadie, sino representantes de ellos mismos. A ofrecer esta imagen contribuye el trabajo de los actores. En un reparto bien elaborado brillan con luz propia Carlos Hipólito, un ser ambiguo que se resiste a reconocer su culpabilidad, y Gloria Muñoz, que deambula entre la ignorancia fingida y una realidad no aceptada.

(*) 29 - IX -1951: Todos eran mis hijos. Arthur Miller.Teatro de Cámara La Carátula. Director: José Gordon. Intérpretes: Ricardo Lucia, Clara Fernán Gómez, María Dolores Pradera, José Luis Heredia...- Teatro de la Comedia de Madrid

1963: Todos eran mis hijos. Arthur Miller. Teatro comercial Director: Ricardo Lucia.


Título: Todos eran mis hijos
Autor: Arthur Miller

Versión: Claudio Tolcachir

Escenografía y vestuario: Elisa Sanz

Iluminación: Juan Gómez Cornejo

Ayudante dirección: Mónica Zavala

Distribución: Producciones Teatrales Contemporáneas

Producción ejecutiva: Olvido Orovio

Directora de producción: Ana Jelin

Intérpretes: Carlos Hipólito (Joe Keller), Gloria Muñoz (Kate Keller), Fran Perea (Chris Keller), Manuela Velasco (Ann Deever), Jorge Bosch (George Deever), Alberto Castrillo-Ferrer (Frank Lubey), Ainhoa Santamaría (Lydia Lubey), Nicolás Vega (Dr. Jim Bayuss), María Isasi (Sue Bayuss)

Dirección: Claudio Tolcachir

Estreno en Madrid: Teatro Español, 9 – IX -2010

 
 MANUELA VELASCO, FRAN PEREA
 
  MANUELA VELASCO, JORGE BOSCH

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo

 

 

 

 


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Última actualización el Viernes, 05 de Noviembre de 2010 14:22