El lector por horas. Reseña. Crítica Imprimir
Escrito por Eduardo Pérez Rasilla   
Viernes, 03 de Septiembre de 2010 05:59

   RESEÑA 1999
   NUM. 305 , pp.33.

EL LECTOR POR HORAS

EL ENIGMA DEL TEXTO

 

Pululaban los tiempos en que privaba el teatro de imagen y los grandes montajes. Aires de bonanza económica para la cultura. Sanhis Sinisterra seguía fiel a su teatro de la palabra y sus textos conseguían llegar al escenario y en  Centros Públicos. Su nombre ya se había cimentado.

  JUAN DIEGO / CLARA SANCHÍS

La historia se sitúa en una gran bi­blioteca, configurada por una bellí­sima escenografía, que sugiere, sin embargo, una cierta opresión, un es­pacio cerrado y oscuro, tal vez sub­terráneo, lo cual refuerza a su vez la imagen de la ceguera que aqueja al personaje de Lorena, para quien lee Ismael. Es este elemento espacial, constantemente transformado por una iluminación que lo engrandece o lo achica, el que sustenta la lectu­ra del texto sobre el escenario. Los continuos oscuros, de los que tal vez se abusa, marcan las transiciones temporales a la manera de los fun­didos cinematográficos, pero la luz señala también la presencia del mis­terioso lector y su creciente influen­cia sobre el ámbito de la ciega Lorena y Celso, su padre.

Sin embargo, no faltan mecanis­mos propios de la tradición teatral, tratados desde esta singular perspectiva, como la llegada de un personaje, Ismael, a un territorio aparentemente autónomo e invul­nerable. Su timidez inicial y la mo­destia de su tarea, sometida siempre a las férreas exigencias de neutrali­dad que fija Celso, el poderoso pa­dre de la muchacha, no impedirán que derribe las seguras barreras tras las que se atrincheran los personajes. En efecto, la obligación de leer con entonación neutra los libros que Cel­so selecciona, no resulta una pre­caución suficiente: el lector despier­ta en la mujer ciega una cascada de imágenes, falsas o reales, eso nunca lo sabremos, que transforman su percepción del mundo. Sus miedos y sus obsesiones sexuales se mues­tran a través de un complejo sistema de proyecciones, de mentiras, de sospechas o de los símbolos que ro­dean al acto de la lectura: la agita­ción que Lorena cree percibir en el lector cuando éste habla de fluidos se corresponde con la continua ingestión de líquidos durante el tiem­po dedicado a la lectura, por ejem­plo. Por su parte, Ismael se compa­ra con la bala de la que se hablaba en un espléndido pasaje de corte faulk­neriano, perteneciente a su propia novela, y esa metáfora acierta a ex­presar su capacidad de penetración en un ámbito que terminará por ha­cer estallar.

La desasosegante imagen final confirma ese lento pero implacable dominio del lector sobre los dos se­res que lo contrataron y que inicial­mente lo obligaban a depender de ellos.' Ahora son tal vez dos perso­najes más de su imaginación como lector, aquella misma que lo convir­tió en novelista intertextual, es de­cir, en creador de historias a partir de las historias de otros. Una trama que parecía lineal se ve convertida en intrincado laberinto en el que abundan los callejones sin salida, los recovecos o los pasillos difíciles de transitar, los panoramas incier­tos y, siempre, los enigmas que deli­beradamente no se resuelven. Tam­bién el espectador, como la ciega Lorena, ha de imaginar a través de su lectura de la fábula escénica, lo que se esconde tras los silencios, las mentiras o las suposiciones de los personajes.

De nuevo la escena final, con la mujer ciega hurgando en los libros que no puede leer, se presenta como algo demoledor, como un desenlace provocativamente desesperanzado tras disfrutar de la lectura de tantos pasajes pertenecientes a los libros consagrados por la tradición cultu­ral de Occidente. La referencia a esos abundantes pasajes y el sentido de esas citas excede las posibilida­des de estas líneas, pero el especta­dor no debe pasarlos por alto.

La dirección ha procurado tam­bién ser neutra en el tratamiento del texto y ha evitado que se deslizaran interpretaciones de su sentido. Tan sólo se ha permitido algunos sutiles, y discutibles, rasgos de humor en determinadas acciones. El afán por no perturbar el misterio del texto lle­va, desde luego, a un espectáculo limpio, pero también previsible y en ocasiones estático y plano. Cierta­mente el trabajo con la iluminación y la música y la capacidad de suge­rir de que se ha dotado a la esceno­grafía hacen de El lector por horas un espectáculo pulcro y bien cuidado, pero no siempre se evita una sensa­ción de lentitud o de falta de solu­ciones imaginativas.

La labor actoral es eficaz y sóli­da, pero en algunas fases de la fun­ción se resiente de esta falta de dinamismo. Clara Sanchis tiene mo­mentos brillantes, llenos de intensi­dad, pero en otras ocasiones sus registros resultan insuficientes para alcanzar los complejos matices que exige su papel. Juan Diego es un ac­tor avalado por una notable tra­yectoria y su presencia en escena se asocia a la seguridad en la interpre­tación; sin embargo, me parece que no es arbitrario imaginar un perso­naje más sutil, tal vez más etéreo, que el que compone el intérprete. Menos acertado me resultó el traba­jo de Jordi Dauder, un actor con una voz excelente y un notable aplomo, pero cuyo trabajo acentuaba la sen­sación de estatismo y hasta de una cierta artificialidad.

Pero parece justo terminar estas líneas con la conclusión que debiera desprenderse de ellas: El lector por horas es uno de los textos más su­gestivos de la literatura dramática española última y a partir de él se ha logrado un interesante espectáculo.

 

Título: El lector por horas.

Autor: José Sonchis Sinisierra

Dirección: José Luis García Sánchez

Escenografía: Joaquin Rey.

Vestuario: Ramón Ivars.

Iluminación: Quieo Gutiérrez

Banda sonora: José A. Gutiérrez

Producción: Centro Dramático Nacíonal y Teatro Nacional de Catalunya.

Intérpretes: Juan Diego, Jordi Dauder, Clara Sanchis.

Estreno en Madrid: Teatro María Guerrero, 9-IV-99.

 

 

Eduardo Pérez – Rasilla
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