Una noche de Zarzuela. Crítica Imprimir
Escrito por José Ramón Díaz Sande   
Viernes, 05 de Febrero de 2010 15:51
UNA NOCHE DE ZARZUELA...!.- HOMENAJE A LOS SUPERVIVIENTES DE LA ZARZUELA
Y DISCRETO MEMORANDUM A LOS EXCESOS DE LA DICTADURA.

[2009-07-22]

José Tamayo, siempre inquieto por nuevas fórmulas, creó lo que se ha conocido durante muchos ańos como Antología de la Zarzuela.
 

UNA NOCHE DE ZARZUELA…!
HOMENAJE A LOS SUPERVIVIENTES DE LA ZARZUELA
Y
DISCRETO  MEMORANDUM A LOS EXCESOS DE LA DICTADURA.

Título: Una noche de Zarzuela...!
Texto: Luis Olmos y Bernardo Sánchez
Música: Francisco Alonso, Emilio Arrieta, Francisco Asenjo Barbieri, Tomás Bretón, Ruperto Chapí, Federico Chueca, Manuel Fernández Caballero, Gerónimo Giménez, Jacinto Guerrero, Pablo Luna, Vicente Lleó, Pedro Miguel Marqués, Federico Moreno Torroba, Manuel Nieto, Manuel Penella, Pablo Sorozábal y Amadeo Vives
Coreografía: Florencio Campo
Escenografía: Gabriel Carrascal
Figurines: María Luisa Engel
Iluminación: Juan Gómez-Cornejo (A.A.I.)
Maestro de luces: Manuel Muñoz
Maestra sobretituladora: Irene Albar
Maestro repetidor: Manuel Cov es
Asistente de dirección: David Lorente
Asistente de movimiento escénico: Patricia Torrero
Asistente de vestuario: Rosa Engel
Ayudante de iluminación: David Hortelano
Realización de escenografía: Escenotécnia y Tematización Dina3 Allegro Kawa
Realización de vestuario: Sastrería Cornejo, Sastrería Miguel Crespi, María Esther Moreno Sanz
Pintura y estampación de tejidos: Ana Cortazar, Isolda Fernández de Valderrama
Tocados y sombreros: Charo Iglesias
Calzado: Lobo, Aihnoa Flamenco, Descans
Utilería: Hijos de Jesús Mateos
Documentación fotográfica: Carmen Gullón
Nueva producción del Teatro de La Zarzuela
Ballet: Rodrigo Alonso, Pilar Andújar, Cristina Arias, Fermín Calvo , Marina Claudio, Felisa de la Cruz, Miguel Fuente, Tony Perea, Ana Pérez, Raúl Prieto, Luis Romero y Esther Ruiz
Figuración: Nacho Castro, Roberto Da Silva,Luis E. González, Iván Luis, David Martín, Encarna Piedrabuena y Sonia Castilla
Intérpretes: Eduardo Fernández (Simón,pianista), Esperanza Roy (Apolonia Carabias), Julio Morales / Manuel de Diego (Sebastián), Ana Ibarra / Carmen Serrano (Marcela), Susana Cordón / Yolanda Marín (Dorita), Juan Alex Vicens / José Luis Sola / Alejandro Roy (Juan, Cayetano), Juan Carlos Talavera (Ayudante de Dirección), Juan Jesús Rodríguez / Carlos Bergasa (Abelardo), Vicente Díez (Ramiro (regidor)), Ismael Fritschi (Julián), Esther Ruiz (Ayudante Coreográfica), José Luis Esteban (Comisario),
Orquesta de la Comunidad de Madrid : Titular del Teatro de La Zarzuela:
Coro del Teatro de La Zarzuela
Dirección del Coro: Antonio Fauró
Dirección musical: Enrique Diemecke,
Cristóbal Soler
Director de escena: Luis Olmos
Estreno en Madrid: Teatro de la Zarzuela,
24 – IV - 2009





FOTOS: JESÚS ALCÁNTARA

José Tamayo, siempre inquieto por nuevas fórmulas, creó lo que se ha conocido durante muchos años como Antología de la Zarzuela. Fueron años de éxito dentro y fuera de España. De todos modos, la raíz de esta fórmula ya se encontraba en esporádicos conciertos de zarzuela y en los “fin de fiesta” de las Compañías itinerantes de Zarzuela. José Tamayo la adornó construyendo escenografía, vestuario y buscando un mínimo hilo conductor.
 


NUEVA ANTOLOGÍA
DE LA ZARZUELA (1983)
La Antología de Tamayo surgió en los años en que se ponían en entredicho el género y que ya habían adquirido, sus aficionados, el nombre de “zarzueleros”. A la zarzuela se le acusaba de empolvamiento, historias trasnochadas y derechismo. Incluso se le identificó con el régimen franquista. La Antología no dejaba de ser una fórmula peligrosa, puesto que al elegir lo más florido del género, indirectamente, lanzaba un mensaje: una zarzuela entera es insoportable. Por otro lado, ya en esos tiempos – los años 70 y 80 del s. XXI -, ningún compositor se animaba a componer.

 

Ante esta sospecha, en una entrevista a José Tamayo con  motivo de la Nueva Antología de la Zarzuela 88 (1) y la apertura del Nuevo Apolo, le pregunté – él que había sido el que renovó la zarzuela con la famosa Doña Francisquita de 1956, en la que lanzó a un joven tenor: Alfredo Kraus – si en realidad creía en la zarzuela. Tamayo, con su característica voz traqueal, emitió algo así como un: “Bueno”, y echó balones fuera aludiendo a la fascinación y éxito de la Nueva Antología, avalada por Plácido Domingo y en la que en alguna velada cantaría Montserrat Caballé, como así fue. De todos modos, siendo justos, para ese mismo teatro José Tamayo estaba preparando una nueva versión de Pan y Toros.

El Teatro de la Zarzuela ha rescatado esta misma fórmula para ¡Una noche de zarzuela…! Ensueño lírico en dos actos. No obstante, se ha resistido a que sea un mero enchorizado de números musicales y ha pretendido que el sutil hilo conductor sea un cordel con más entidad. Luis Olmos y Bernardo Sánchez han escrito un ingenioso libreto argumental, con pretensiones histórico-documental, en el que han ido calzando los diversos números musicales. Quiere ser, además de una disculpa para hilvanar fluidamente las diversas partituras, un homenaje a aquellas compañías de zarzuela que tras la guerra civil pudieron sobrevivir a duras penas y también un discreto repaso a los excesos de la dictadura.
EL HAMBRE
FOTO: JESÚS ALCÁNTARA


LA INSPECCIÓN
FOTO: JESÚS ALCÁNTARA

Estamos en 1941, todavía año de privaciones, tras la guerra civil. A finales de los años 30, cantantes y compañías habían emigrado a Hispanoamérica. España se había vuelto imposible llena de humos y explosiones, que nada tenían que ver con la ilusión del teatro, sino con una dura realidad destructiva. Según testimonio de los autores de este libreto, la historia que pretendían contarnos se centraba en un barco y en una de esas compañías que huían de la quema, cada una por razones distintas. Después, la mirada de los autores recayó sobre los que se quedaron participando de las estrecheces, del miedo vigilado y de la amenaza del embargo económico.


ESPERANZA ROY
FOTO: JESÚS ALCÁNTARA
Así surgió Apolonia (Esperanza Roy) – en la trastienda del nombre está enmascarado Apolo, el mítico Teatro Apolo -  dueña de un teatro y de la antigua compañía de zarzuelas Vega-Carabias, exitosa antes de la guerra y ahora con dos supervivientes: Apolonia y su teatro atosigado por el embargo, e inhóspito debido a la humedad. Apolonia se resiste ante el fatal destino y, esperanzada por la promesa de un productor americano, comienza a reunir a los cantantes que, por una u otra razón, no pudieron emigrar y, ante la escasez de medios, idea una Antología, pensada ya por su difunto marido antes de la guerra. Entre el sinfín de dificultades está la contratación de los coros. Los autores rinden homenaje a toda esa población que canturreaba, con mejor o peor voz, los cantables de las zarzuelas, e inspiran a Apolonia dónde encontrarlo: entre las modistillas y vecinas del barrio. En principio tal recurso es poco digerible y surrealista, pues no es lo mismo el canturreo volando por los patios de vecindad, que el pretender ser un coro de zarzuela. Sin embargo, el libreto cuenta con una argucia, la cual no conviene desvelar, que permite tal licencia.

Esta ingeniosidad de una Compañía de Zarzuela en construcción, nos lleva a presenciar los ensayos de “Una noche de Zarzuela” espectáculo producido por la promesas de los productores americanos - ¿un guiño a Bienvenido Mr. Marsall de Luis García Berlanga? - e ideado artísticamente por la Compañía Vega-Carabias. Planteado el libreto de Olmos/Sánchez en estos términos, todo fluye en lo que respecta a crear una antología, fragmentos de escenografía tomada de aquí y allá, híbrido vestuario, ofrecernos visualmente la tramoya del teatro – teatro dentro del teatro, que siempre es apetecible para el público -, y, “pian piano” una reflexión sobre la situación socio económica y política del momento. Lógicamente, tal situación, vista desde el 2009, en el que análisis de ese período no es muy halagüeño en lo concerniente a libertades y demás esperanzas de justicia. También  de esto se quiere hablar. Y esta visión ha dado pie a que algunos días – según testimonio de un espectador, no mío - se haya creado malestar en algunos espectadores, e incluso dos personas llegaron a cantar el “Cara al Sol”.


FOTO: JESÚS ALCÁNTARA
Esta idea de crear un argumento socio-documental es un acierto, aunque, en justicia, hay que recordar que ya lo hizo la Antología de la Revista. Los números musicales, a través del tiempo, nos llevaban a reflexionar sobre la época en clave de comedia. Aquí la temática toma tintes menos cómicos, y aunque las comparaciones son odiosas, la Antología de la Revista – sobre todo la segunda parte – terminaba por se un hilván de los números musicales. En Una noche de zarzuela, el libreto se mantiene hasta el final y no cae en la trampa.

El libreto ha concebido, con los cantantes y gentes del teatro, personajes - el tenor que tiene que robar tiempo a su época de mili obligatoria para ensayar, la dubitativa soprano entre participar en la lírica o subirse al deslumbrante cinematógrafo, el ayudante de dirección, el regidor, el prepotente comisario… -, y una historia congruente. No obstante, no acabamos de entrar de lleno en lo que podría ser una auténtica dramaturgia maridada con las canciones. Sobran, aunque esto es “pecata minuta” ciertas alusiones: “tal decorado”, “vamos a brindar” y da pie al brindis de Marina, el mismo recurso a leer chistes de La Codorniz hielan la sonrisa… Suenan a pegotes. La entrada del Comisario y sus secuaces es creíble, pero dejar de tener dramatismo con la interpretación de La Corte del Faraón. Si en el papel podría aparecer como un acierto de fuerte dramatismo, en la representación resulta desvaído.


FOTO: JESÚS ALCÁNTARA

También es cierto que esta apostilla, puede provenir del conocimiento de los números musicales en otro contexto y cuesta el incorporarlos en el nuevo argumento. Está claro que ha habido un esfuerzo por escoger los cantables e insertarlos en las situaciones de la historia, pero no acaban de formar un todo, como por ejemplo lo es un musical al uso, cuyo buque insignia es el famoso musical Cabaret en que la vida musical del cabaret entronca perfectamente con la trágica historia, casi documental. 

Dicho esto, en conjunto, es un buen espectáculo lleno de ritmo y con una buena selección musical que ha sabido combinar números archiconocidos y brillantes para los aficionados, con otros menos divulgados como pueden ser El anillo de hierro, El gato Montés – revivido hace unos años por Plácido Domingo, pero habitual, como estrella, en el repertorio de la antiguas compañías de zarzuela -, La danza del fuego de Benamor, Las hijas de Zebedeo y Maravilla.

En una Antología siempre es un dilema el orden de los números musicales. Se consigue una cierta congruencia y es muy inspirado y original el uso del preludio de Agua, Azucarillos y Aguardiente, para resucitar los recuerdos y fantasmas de otra época. La música y la coreografía lo traducen bien.  Hay un buen equilibrio entre los números de solistas y el de los coros, así como el final del Primer Acto con el brillante número orquestal y vocal de la Canción de la Juventud de Doña Francisquita. Se busca la apoteosis y se consigue. Todavía, en la historia, estamos pletóricos de esperanza. Más dudoso me resulta el final con la Jota de La Dolores. Con él terminaba Tamayo sus Antologías, por la brillantez de solistas, coro y danza. En ella intervenía todo el reparto. Personalmente esperaba otro final, y no entendía tal elección. Además para cargar más las tintas de la decepción, en este montaje ni siquiera participan todos y, desde luego, no tiene la brillantez “tamayiana”, permítaseme esta cursilada de lenguaje. Sin embargo todo tiene su porqué. En el programa de mano Bernardo Sánchez justifica esta decisión: “Con la de antologías que se han montado, alguna de ellas por antonomasia (la de José Tamayo: la homenajeamos cuando el que era su último highligt, una apoteósica jota de La Dolores de la que, sin embargo, nosotros proponemos ahora un descenso parecido a la salida de un sueño)”. Tiene su sentido, visto desde esta perspectiva. No hay que olvidar que Una noche de zarzuela, según libreto, es más un “ensueño” que “una realidad”. O más bien una triste realidad con la que Apolonia se da de bruces.


ESPERANZA ROY/JOSÉ L. ESTEBAN
FOTO BASE: JESÚS ALCÁNTARA
Al haber creado personajes, se ha recurrido a una alternancia entre cantantes y actores de prosa, que no tienen que cantar. Diferencia que no supone que los cantantes no posean calidad interpretativa. Es un acierto. Unos y otros consiguen una plena integración. A veces se recurre a actores de prosa, a los que se les hace cantar en pequeñas dosis, arreglando la partitura. No suele funcionar. Entre los actores de prosa – de cortas intervenciones y todas muy creíbles – resalta la de José Luis Esteban en el Comisario. Su prepotente escena se impone sobre las demás en lo que respecta a la credibilidad y nos hace pensar en un libreto con argumento.

Esperanza Roy es la optimista y a la vez dramática Apolonia. De ella y su multifacética carrera sólo se pueden decir alabanzas. Incorpora su personaje con soltura y vivacidad. El entusiasmo que en su vida personal muestra sobre el mundo del teatro, se trasluce a través de Apolonia. No obstante, el día que asistí, ese relumbrón que, por natural, posee en sus ojos y su rostro y su capacidad de comunicación con el público brilló menos y, creo, que se debió a la dificultad de audición. A veces se perdía la voz. No sé las razones, pero tuve la impresión de que esa seguridad que siempre ha mostrado en escena, la había abandonado. Salvo esto, Esperanza nos da una entrañable Apolonia.

Dicho de una vez, el plantel de cantantes - el día que asistí – resultó brillante. Ana Ibarra (Marcela) y Susana Cordón (Dorita) resultaron dos excelentes sopranos de una vibrante y diáfana voz, a lo que unen unas respetables capacidades interpretativas, en las que no falta el humor. Quien impresiona grata y sorprendentemente es el tenor José Luis Sola (Juan). Es una limpia voz lírica de amplia tesitura. Arremete sin ninguna dificultad con la innovación de Alfredo Kraus en el Canto Alegre a la Juventud (Doña Francisquita), manteniendo el agudo, floritura a la cual se han atrevido pocos cantantes. No deja de ser un brillante colofón.

La orquesta, bajo la dirección Enrique Diemecke – se alterna otros días con Cristóbal Soler – mostró buenas calidades musicales y un buen dominio del volumen, el cual en el Teatro de la Zarzuela no siempre ha sido su mejor baza. El coro, dirigido por Antonio Fauró, es seguro y lució de forma especial en los números elegidos que emocionan si se interpretan bien, como es el caso.


(1)
El método utilizado, en vistas a la exportación del espectáculo, era un mixto entre orquesta sinfónica grabada previamente e instrumentos en directo.


José Ramón Díaz Sande
Copyright©diazsande


TEATRO DE LA ZARZUELA
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108: Visibilidad media o nula)
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Entradas Internet: www.servicaixa.com
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Internet: http://teatrodelazarzuela.mcu.es (sin teclear www)

 

Última actualización el Sábado, 08 de Mayo de 2010 15:18