I went to the house buf did not enter (Fuí a la casa, pero no entré). Crítica. Imprimir
Escrito por Jerónimo López Mozo.   
Lunes, 05 de Abril de 2010 17:35

I WENT TO THE HOUSE BUF DID NOT ENTER
FUI A LA CASA PERO NO ENTRÉ

[2008-11-26]

Fui a la casa pero no entré es el título de un espectáculo-concierto en tres partes, cada una de ellas inspirada en un texto literario distinto.


I WENT TO THE HOUSE BUF DID NOT ENTER
FUI A LA CASA PERO NO ENTRÉ

Título: I went to the house buf did not enter.
Textos: T. S. Eliot, Maurice Blanchot, Franz Kafka y Samuel Beckett.
Idea, música: Heiner Goebbels.
Escenografía e iluminación: Klaus Grünberg.
Vestuario: Florence Von Gerkan.
Sonido: Billy Bop.
Asistente: Wolfram Sander
Asistente de escenografía: Carolina Espórotu Santo
Producción: Théàtre Vidy-Lausanne
Coproducción: Edinburg International Festival 2008 (ReinoUnido), shauspielfrankfurt, (Alemania), Teatro Comunale di Bolzano / Stadttheater Bozen (Italia), Grand Théàtre de Luxembourg (Luxemburgo), Música, festival internacional des musiques d’aujourd’hui Strasbourg (Francia) Encargo de Carolina Performing Arts, The University of North Carolina Hill (Estados Unidos), Hopkins Center, Darmouth College, Hannover (Estdos Unidos).
Apoyo: Pro Helvetia, Fondation Suisse por la culture, en la gira.
Intérpretes: David James (Contratenor), Rogers Covei-Crump (Tenor), Steven Harrold (Tenor) y Gordon Jones (Barítono). Compañía: Théâtre Vidy-Lausanne.
Dirección: Heiner Goebbels
País: Suiza
Idioma: inglés (con subtítulos en español)
Duración aproximada: 2 horas (con intermedio)
Estreno en Madrid: Teatro de la Zarzuela,
31-X-2008 (Festival de Otoño)



FOTO: KLAUS GRÜNBERG


FOTO: KLAUS GRÜNBERG
Fui a la casa pero no entré es el título de un espectáculo-concierto en tres partes, cada una de ellas inspirada en un texto literario distinto. Su autor es el compositor alemán Heiner Goebbels. La primera, se inspira en La canción de amor de J. Alfred Prufrock, uno de los primeros poemas de T. S. Eliot. En él, el poeta presenta a un ser sin carácter, carente de ánimo para construirse una vida a la que, por otra parte, no encuentra demasiado sentido. Es un texto complejo en el que su protagonista posee varias personalidades, en una de las cuales actúa como narrador de su inseguridad y, en otra, de oyente de su propio discurso. La traducción escénica muestra a varios actores de porte distinguido y movimientos pausados vaciando el salón de una elegante casa. Con gran parsimonia envuelven en paños blancos y guardan en un contenedor las piezas de la vajilla que hay sobre la mesa, un ramo de flores y el jarrón que le contiene. El mismo destino tiene el mantel, cuidadosamente doblado, y los cuadros que decoran las paredes. También descuelgan las cortinas del ventanal y sacan fuera la mesa y un maniquí. Finalmente, enrollan la alfombra y pasan la aspiradora por la estancia vacía. Tras una breve ausencia, regresan los mismos actores para, con idéntica lentitud, amueblar de nuevo el salón. Treinta y cinco minutos dura la operación, los cuales transcurren en absoluto silencio, sólo roto en dos ocasiones por el canto de sendas canciones que, a modo de salmodias, entonan los presentes. Pudiera ser que la letra tenga que ver con los versos de Eliot, pero el vínculo existente  entre éstos y la acción representada no se adivina.
 
La segunda parte, única en la que los personajes hablan, la fuente de inspiración es el relato La locura de la luz, del escritor francés Maurice Blanchot, admirador de Kafka y autor de un ensayo sobre Samuel Beckett  En él alguien, tal vez un loco, aunque no lo aparenta, habla de la alegría que se siente de estar vivo, compatible con la que produce el anuncio de que la muerte está a punto de llegar. Una noticia que llega de forma inesperada, como si una luz estallara. Las ideas de Blanchot son expresadas por Goebbels sirviéndose de un personaje que habita en un sórdido edificio junto a otros vecinos, a los que vemos a través de las ventanas. Tiene la escena un breve epílogo, cuya acción se sitúa delante de la casa. Un ciclista rodeado de algunas personas incorpora al protagonista de La excursión a la montaña, cuento de Kafka. El hombre muestra su extrañeza porque no habiendo hecho nada malo a nadie ni nadie a él, nadie le quiere ayudar. “¿Y si nadie fuera alguien?”, se pregunta. En tal caso, varios “nadie” podrían ir con él de excursión a la montaña y, una vez allí, cómo no cantar a viva voz?.
FOTO: KLAUS GRÜNBERG

El espectáculo se cierra con la recreación de Worstwaed Ho, de Samuel Beckett, texto que el crítico admite no haber  leído, pero del que si sabe que plantea, mediante un denso monólogo interior de complicada estructura poética, común, por otra parte, a buena parte de la obra del autor, una reflexión sobre el final de la vida y los intentos de prolongarla, lo que exige, por parte del individuo, un enorme esfuerzo. Convertir el final en el principio es la fórmula para evitar la extinción, dice Beckett por medio de su personaje. Lo que vemos en el escenario es a un grupo de personas recluidas en una habitación que reinterpretan el texto becketiano en clave musical, de nuevo, como al principio, en tono de monótona salmodia.


FOTO: FLORENCE VON GERKAN

El principal problema que plantea este trabajo es que Goebbels maneja unos materiales literarios que el espectador apenas conoce e, incluso, ignora. Lo importante, dice el creador del espectáculo, es abrir los textos y encontrar imágenes que proporcionen una visión más amplia. Él puede hacerlo, puesto que los conoce, pero ¿y los demás? Salvo los iniciados, el resto se enfrenta a la contemplación de un ejercicio ininteligible que trata, siempre según su conductor, de un anónimo yo que se esconde detrás de multitud de voces que le impiden completar las historias que cuenta y, al que las escucha, entenderlas. Para superar esa dificultad, la propuesta es que el espectador las complete por su cuenta. Ardua tarea de dudoso resultado. Quizás sea mejor opción acudir a las fuentes del espectáculo, es decir, a los textos que le han inspirado y que cada cual extraiga sus propias conclusiones. No sería extraño que parte del público que abandonó la sala aprovechando el intermedio lo hiciera con ese fin.

Para acabar, un detalle ilustrativo. En el vestíbulo, minutos antes de que empezara la función, una persona que ya había visto el espectáculo comentaba que posiblemente aburriera, pero que no dejaba indiferente. Cuando cayó el telón, el rostro de su acompañante confirmaba el aburrimiento y su silencio, más estruendoso que los aplausos del respetable, su perplejidad.


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo


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Última actualización el Sábado, 08 de Mayo de 2010 10:37