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El burlador de Sevilla. Tirso-Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Miércoles, 04 de Noviembre de 2015 08:24

EL BURLADOR DE SEVILLA
LO INSINUADO Y LO EXPLÍCITO

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  ESCENA DE LA BODA
JUDITH DIAKHATE / ÁLEX GARCÍA
FOTO: SERGIO PARRA 

Por fortuna, la presencia en las carteleras de obras que forman parte de nuestro repertorio clásico ha dejado de ser una rareza. En la madrileña han coincidido, en estos días, tres: El alcalde de Zalamea, de Calderón; La estrella de Sevilla, de Lope; y la que motiva estas líneas, El burlador de Sevilla, sobre cuya autoría hay dudas. Tradicionalmente atribuida a Tirso, no son pocos los que apuestan por Andrés de Claramonte. No es objeto de estas páginas debatir esta cuestión y tampoco es mi propósito hacer un análisis de la obra que poco añadiría a lo mucho que se ha dicho y escrito sobre ella. No en vano es de las más conocidas y sin duda, con excepción del Tenorio de Zorrilla, la más representada en nuestros escenarios de cuantas tienen por protagonista a Don Juan. La singularidad de la versión y trasgresora puesta en escena de Darío Facal me anima a tomar otro derrotero. En más de una ocasión, con independencia de la calidad del espectáculo, he criticado la tendencia de determinados directores de escena a mutilar, alterar y sacar de su entorno lingüístico, físico o de situación textos ajenos hasta hacerlos irreconocibles, sobre todo cuando los espectadores no suelen tener acceso a los originales y carecen, por ello, de la posibilidad de valorarlos adecuadamente. He de aclarar, sin embargo, que se trata de una práctica que me parece, además de lícita, enriquecedora cuando el punto de partida es una obra tan conocida como la que nos ocupa.

De la mano de Facal, los personajes dan un salto de casi cuatro siglos para instalarse en el nuestro. No han olvidado en el largo viaje su vocabulario, aunque bastantes versos se hayan perdido en el camino, pero si la forma de comunicarlo, pues en vez de proyectar sus voces hasta el más alejado rincón de la sala con naturalidad y sin forzarla, lo hacen sobre micrófonos de mano de los que raramente se desprenden. También han mudado sus ropajes y sus modales para no desentonar en los escenarios en que han de recrear sus andanzas. Aunque son varios, la escenografía nos remite a uno con aspecto de discoteca, lugar en el que el seductor se mueve como pez en el agua. En su penumbra, bañado por las trepidantes imágenes de video que escupen las pantallas y estimulado por la música estridente, el protagonista, devenido en símbolo del depredador sexual contemporáneo, se desliza hacía su dramático final.

Aunque no sea un propósito deliberado, esta versión posmoderna del mito resucita el viejo debate sobre el lugar de la palabra y de la imagen en la representación teatral. Superado el momento en que los defensores del predominio del texto sobre cualquier otro signo escénico, temieron que la palabra fuera expulsada de los escenarios por la invasión de imágenes propiciada por el dominio ejercido por la llegada de los directores estrella, la situación actual es de un aceptable equilibrio. Palabra e imagen no son incompatibles y, en el mejor de los casos, pueden ser complementarias. Es lo que sucede, o se pretende que así sea, en la primera escena, muy importante porque, al ser la que abre el espectáculo, anuncia la estética que va a presidir la puesta en escena. Tirso se sirve de un breve diálogo mantenido en la penumbra de la alcoba de Isabela entre ésta y quien se ha hecho pasar por su prometido, el duque Octavio, para desvelar que quien ha compartido su lecho es don Juan. El detalle de lo sucedido en el lecho es innecesario, pues nada aporta al mejor conocimiento del asunto de la obra, pero el director nos lo muestra proyectado en una pantalla. En ella vemos en un prolongado primer plano el rostro de Isabela en pleno orgasmo, primera entrega de la serie de escenas eróticas que se irán sucediendo a lo largo de la representación. La polémica estaría servida si su ejercicio no hubiera decaído entre los amantes del teatro. Salvo alguna protesta puntual, no ha estallado, de modo que esta de más la advertencia previa de que el espectáculo contiene determinadas escenas subidas de tono. Si el debate se hubiera producido, no hubiera quitado la razón a los detractores de una puesta en escena en la que los versos de Tirso conviven con lo que Darío Facal ha definido como una celebración de los sentidos llena de sensualidad; pero sí hubiera defendido el derecho, y si se me apura el deber, de los nuevos creadores a aventurarse por territorios que ofrezcan nuevas lecturas de los clásicos, aunque incomoden..

Yo creo que, en líneas generales y salvando algunos reparos, Darío Facal ha forjado un buen espectáculo, con enorme fuerza visual y salpicado de escenas deslumbrantes, en especial las protagonizadas por las no siempre engañadas víctimas del seductor. A que lo sean contribuye el elenco femenino, integrado por Marta Nieto (Isabela), Manuela Vellés (Tisbea), Alejandra Onieva (Ana de Ulloa) y Judith Diakhate (Aminta). Cada una transmite con justa precisión lo que cada personaje lleva dentro: Marta Nieto, la ira de la aristócrata que ha visto ultrajado su honor mediante engaño; Manuela Vellés, la debilidad que a veces se esconde bajo la soberbia que muestra quien, siendo de condición humilde, desprecia a los suyos;  Alejandra Onieva, que une, a su pertenencia a una nobleza hecha a recorrer mundo, una deslumbrante belleza, la desenvoltura y propensión a lo mudable en las relaciones amorosas; y Judith Diakhate, la aldeana rica que se deja seducir con pasmosa naturalidad el día mismo de su boda por el señorito que viene de la capital. En la nómina masculina, todos logran superar el hándicap de actuar con una mano asida al micrófono y prestar a sus papeles la atención debida. Alex García es un don Juan de nuestro tiempo que cumple satisfactoriamente las directrices que ha recibido por parte de la dirección. En los contados momentos en que nos recuerda su parentesco con el de Tirso, reconocemos mejor su talla de actor. Del resto de reparto destacan en la complicada pelea con unos versos retocados Luis Hostalot (Don Pedro Tenorio), Agus Ruiz (Catalinón) y  Eduardo Velasco (Don Gonzalo de Ulloa).

Los reparos que hago a la puesta en escena se refieren a las imágenes animadas que se proyectan sobre la pantalla sobre el funcionamiento interno de los órganos sexuales, con especial atención a la circulación de los óvulos y los fluidos seminales y al bombeo acelerado de sangre desde un corazón a cien. Son innecesarias, pues su significado queda explicitado suficientemente a lo largo de la función, pero, sobre todo, feas. Su sitio no está en un escenario, sino en un manual didáctico sobre el funcionamiento del cuerpo humano. Tampoco está bien resuelto el aparatoso descenso desde el telar de la gigantesca estatua del Comendador (lo mismo cabe decir del de la choza de Tisbea), aunque aquí cabe la atenuante de que se trata de una escena que suele provocar más de un quebradero de cabeza y que pocas veces se da con una buena solución. 

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  JUDITH DIAKHATE / ÁLEX GARCÍA
FOTO: SERGIO PARRA 

Título:El Burlador de Sevilla
Autor:Atribuido a Tirso de Molina
Adaptación:Darío Facal
Diseño de vestuario:Ana López Cobos
Composición musical:Álvaro Delgado - ROOM 603
Diseño de audiovisuales:Iván Mena Tinoco
Diseño de iluminación:Manolo Ramírez Pérez
Espacio escénico:Thomas Schulz
Espacio sonoro:Álvaro Delgado
Ayudante de vestuario:Cristina Martínez
Realización de vestuario:Rafa Solís y Maya Hansen
Ambientación de vestuario:María Calderón
Ayudantes de audiovisuales:Javier de Prado y María de Prado
Ayudante de escenografía:Cristina Otero
Asesoría de verso:Ernesto Arias
Ayudante de dirección:Javier L. Patiño
Una produccióndel Teatro ESPAÑOL
Intérpretes (por orden de intervención): Agus Ruiz (Catalinón), Marta Nieto (La Duquesa Isabela),  Álex García (Don Juan Tenorio),  Emilio Gavira (El rey),   Eduardo Velasco (Don Gonzalo de Ulloa),  Luís Hostalot (Don Pedro Tenorio), Rebeca Sala (Ripio),  Rafa Delgado (El duque Octavio),  Manuela Vellés (Tisbea), David Ordinas (El marqués de la Mota),  Alejandra Onieva (Doña Ana de Ulloa), Diego Toucedo (Batricio),  Judith Diakhate (Aminta)
Dirección de escena:Darío Facal
Estreno en Madrid:Teatro Español (Sala Principal), 1 - X - 2015

 


JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo

 


Teatro Español
Diector: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Aforo: 760
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Última actualización el Miércoles, 04 de Noviembre de 2015 08:56
 
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