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Don Juan Tenorio. Portillo. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Lunes, 19 de Enero de 2015 20:44

DON JUAN TENORIO
AJUSTE DE CUENTAS CON ZORRILLA

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  MIGUEL HERMOSO / JOÉ LUIS GARCIA-PÉREZ
 FOTO: CEFERINO LÓPEZ

Don Juan es un hombre peligroso, modelo de destrucción social y afectivamente un psicópata, maltratador, violador y asesino, un hombre deleznable, con una falta absoluta de empatía. Es alguien que se lleva por delante todo lo que se cruza en su camino, es el vivo retrato del desprecio por los demás”, ha declarado Blanca Portillo en vísperas del estreno de su puesta en escena de Don Juan Tenorio. No es la única persona que piensa así del personaje. En el ya lejano 1922, Antonio Machado dijo que, en Don Juan, no hay tendencia erótica alguna de hombre civilizado y que solo entiende a la mujer como objeto cinegético. Es, en su opinión, un amador de tapadillo y encontronazo, un ramplón calumniador de la naturaleza entregado a los azares del juego y a los embates del vino y la camorra. No es un ser clásico ni romántico, sentenció, sino un bárbaro, una X preñada de misterioso porvenir. Años después, Denis de Rougemont sostenía que la táctica de Don Juan es la violación y que, una vez consumada, huye. Le tenía por amante del crimen gratuito, lo que le hace tributario de la moral de la que abusa, por un tipo decepcionante y despreciable prisionero de las apariencias del mundo. Si atendemos a los escritores que han contribuido a crear el mito, pocos son los que han hecho un retrato amable del burlador. Los más le condenan. Tirso, le envía al infierno arrastrado por la estatua del Comendador Don Gonzalo de Ulloa, sin concederle la oportunidad del arrepentimiento. Molière hace lo propio, pues es la mano de piedra del Comendador la que, al estrechar la suya, le abrasa y provoca su muerte. Lorenzo da Ponte y Mozart hacen que, conducido por el Comendador, se hunda en la tierra para que, rodeado por un coro de demonios, muera devorado por el fuego del infierno. Zorrilla es la excepción, pues cuando solo le queda el último grano en el reloj de su vida, le salva del eterno castigo por decisión divina, utilizando de intermediaria a doña Inés, una de sus víctimas. Pero hasta la llegada de ese instante, su recreación de don Juan no desmiente su imagen de depredador sexual.

No me cabe duda de que si los millones de españoles que han seguido durante  siglo y medio el relato de los excesos de Don Juan en los escenarios no han mostrado su rechazo por el monstruoso ser es, sin dejar de lado otras razones, porque, como doña Inés, le han perdonado. Entre aquellas, el atractivo de los pegadizos y a veces ripiosos versos de Zorrilla, que atrapan hasta el punto de que antaño muchos espectadores los memorizaban y, cada vez que asistían a la rituales reposiciones de la obra, los recitaban "sotto voce" al tiempo que lo hacían los actores. Tampoco hay que olvidar que estamos ante un drama romántico de carácter religioso fantástico de enorme teatralidad cuya intriga resulta fascinante. Podríamos señalar otras explicaciones más oscuras, como el secreto sueño de algunos varones por parecerse a Don Juan y el de algunas damas, como la Ana Ozores de La Regenta, por toparse con él para alimentar sus fantasías o poner a prueba sus dotes de seductor. Es evidente, por otra parte, que, a partir del momento en que la obra fue de sobras conocida y su contenido dejó de ser tema de debate, el interés de los espectadores residía casi exclusivamente en juzgar el trabajo de los actores que interpretaban a Don Juan y, el de los directores de escena, en ofrecer montajes novedosos. La relación de aquellos es interminable, hasta el punto de que los más afamados han tenido al burlador en su repertorio, entre ellos Ricardo Calvo, Francisco Morano, Enrique Borrás, Guillermo Marín, Manuel Dicenta, Luis Prendes, Carlos Lemos y José Luis Pellicena. Entre los montajes que dejaron huella, figuran el que contó con decorados de Dalí, otro en el que la escenografía de cada escena fue encargada a otros tantos artistas plásticos y el que trasladó la acción de los últimos años del reinado de Carlos V a la época en que Zorrilla escribió el texto.

Blanca Portillo odia a Don Juan y no entiende que, siendo un libertino, goce de las simpatías de la gente. Considera que los españoles somos muy permisivos al pasar por alto sus desmanes y, lo que es peor, le asombra que muchos le conviertan en un abanderado de la libertad y en modelo a imitar Para denunciar lo que le parece una aberración intolerable, no ha abordado la puesta en escena de una obra propia o de encargo que ofrezca su visión del mito, sino que se ha servido del Don Juan de Zorrilla. De ese modo, ajusta cuentas con el personaje, pero también lo hace con el autor que más ha influido en  que sea visto como un héroe y, yo añadiría, que con los directores que la han precedido, pues ellos, con sus aportaciones, han contribuido a hacer atractivo al monstruo.

La versión es respetuosa con el texto original, del que reconoce su teatralidad y belleza, consideraciones que comparte Juan Mayorga, quien la firma, aunque su labor ha sido, como él mismo ha manifestado, discreta. Lo es, en efecto, pues su intervención más relevante se limita a añadir un parlamento puesto en boca de Don Juan, que, casi al final, refuerza el discurso de Portillo. Es de alabar que la breve escena se desarrolle en el patio de butacas, como si fuera un aparte en la representación o, en términos de escritura, una nota a pie de página. La tarea de reducir a añicos la figura del burlador se lleva a cabo, pues, desde la puesta en escena. Portillo priva a Don Juan de su aura romántica y le presenta como un tipo malencarado y bronco, al que despoja de su habitual vestimenta para sustituirla por vaqueros y camiseta o mostrarle con el torso desnudo. También le ha impuesto una dicción de los versos que rompe una musicalidad grata al oído, aunque choca que conserve un vocabulario impropio del mudado personaje. De ese modo, deviene Don Juan en una caricatura de sí mismo. Algo parecido le sucede a la novicia Doña Inés, que, en la celda del convento, nos es presentada como una tontorrona histérica que brinda todo un repertorio de arranques exagerados. Se diría que ella también es blanco del enfado de Portillo, aunque al final le concede el perdón que niega a Don Juan. La reconciliación de ambas mujeres – directora y personaje - se produce en la escena final, cuando doña Inés escupe sobre el cadáver del burlador.

La doble condición asumida por Blanca Portillo de acusadora implacable y de juez que no admite atenuantes ni recursos, determina una sentencia condenatoria dictada de antemano. Su apasionada diatriba no cala y acaba produciendo cierto tedio, acrecentado por determinados aspectos de la puesta en escena y apenas aliviado por algunos detalles que llevan el sello de quien en todos sus trabajos anteriores – todos, sin excepción - ha demostrado su sensibilidad y enorme talento. En el debe, hay que anotar el exceso de gritos y los molestos aporreamientos del mobiliario; la construcción de un Don Juan de una pieza que niega la imagen que de él se tiene, personaje envenenado para un actor que ha de esforzarse para hacer, de un seductor, un ser repulsivo; y la incorporación entre escena y escena de una enlutada cantante de blues cuya presencia puede obedecer a tres razones: expresar el dolor de las numerosas mujeres seducidas y abandonadas de Don Juan, acercar la acción a nuestro tiempo, función inncesaria que ya cumple el vestuario, o rellenar los larguísimos tiempos muertos que inexplicablemente se producen en los cambios, por otra parte mínimos, de la escenografía. Ninguna justifica esta incorporación, que, a la postre, solo sirve para romper el ritmo de la acción.  En el menguado haber están el cambio de imagen de la beata Brígida, que, de una vieja celestina al uso, pasa a ser una atractiva mujer; y, sobre todo, la escena popularmente conocida como la del sofá. Ante un Don Juan grosero que, mientras se lava la entrepierna y las axilas en presencia de la cándida novicia, le dedica palabras de amor con la desgana de quien cumple un trámite obligado y para el rutinario, ella se desnuda y, de objeto a seducir, pasa a ser seductora. La belleza del tramo final del encuentro es innegable y grande la sorpresa que provoca en quienes estamos acostumbrados a verlo como la escenificación de una acaramelada postal de amor.

Al margen del impacto estético que produce, la escena en cuestión merece que le prestemos atención, pues, en alguna medida, cuestiona la tesis de Portillo o, cuando menos, plantea dudas sobre su rigor. Al mostrarnos a un Don Juan que, al menos por una vez, no ejerce de violador, sino de ser que se enamora de su presa, deja un resquicio por el que cabe el perdón. Esta escena así concebida abre tal posibilidad, pues en ella vemos mejor que en ocasiones anteriores como Don Juan se desdonjuaniza (vocablo que tomo prestado del dramaturgo José Manuel Corredoira) o abdica de su donjuanismo (expresión de Gregorio Marañón) y, con ello, se redime a sí mismo. Zorrilla aceptó el gesto del burlador y dio su visto bueno a la decisión de Doña Inés. Blanca Portillo, en cambio, no se siente conmovida y mantiene su postura contra viento y marea.

Respecto a la puesta en escena, lo más destacable es la interpretación, es especial la excelente de José Luis García Pérez, obligado a ofrecer desde el primer minuto la imagen de un hombre despreciable, camorrista y sin el más mínimo atractivo, no ya moral, ni siquiera físico. Por vez primera nos topamos con un Don Juan que parece salido del mundo del hampa y no el hijo descarriado de un noble, aunque su forma de expresarse delate su origen. La joven Ariana Martínez es una Inés que, pasada la escena del convento, se acerca a la idea que tenemos del personaje: un ser cuya ingenuidad y belleza enamoran. Beatriz Argüello también enamora en su papel de Brígida de nuevo cuño, que bien pudiera ejercer, si quisiera, de celestina de sí misma. El resto del reparto cumple con sus papeles, que, salvo en matices, no rompen con la imagen ofrecida por sus predecesores.

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  ARIANA MARTÍNEZ / BEATRIZ ARGÜELLO
FOTO: CEFERINO LÓPEZ

Título: Don Juan Tenorio
Autor: José Zorrilla
Versión: Juan Mayorga
Música original y espacio sonoro: Pablo Salinas
Espacio Escénico: Blanca Portillo
Iluminación: Pedro Yagüe
Vestuario: Marco Hernández
Coreografía: Verónica Cendoya
Asesor de Verso: Vicente Fuentes
Coproducción: CNTC, Avance Producciones Teatrales y Teatro Calderón de Valladolid
Intérpretes (por orden de aparición): José Luis García-Pérez (Juan Tenorio), Luciano Federico (Cristofano Butarelli), Eduardo Velasco (Marcos Ciutti), Daniel Martorell (Miguel), Juanma Lara (Gonzalo de Ulloa), Francisco Olmo (Diego Tenorio/Escultor), Alfonso Begara (Capitán Centellas), Alfredo Noval (Rafael de Avellaneda), Miguel Hermoso (Luis Mejía), Raquel Varela (Gaston/Lucía/Monja Tornera), Marta Guerras (Ana de Pantoja), Beatriz Argüello (Brígida), Rosa Manteiga (Abadesa), Ariana Martínez (Inés de Ulloa), Eva Martín (La mujer)
Dirección: Blanca Portillo
Estreno en Madrid: Teatro Pavón (CNTC), 9 - I -2015

Más información
    
Don Juan Tenorio. Zorrilla. Portillo.
    Don Juan Tenorio. Portillo.  Entrevista

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmoz

 

 

 



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Última actualización el Lunes, 19 de Enero de 2015 21:06
 
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