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Dalí versus Picasso. F. Arrabal. Crítica PDF Imprimir E-mail
Escrito por Jerónimo López Mozo   
Domingo, 23 de Febrero de 2014 19:01

 

DALÍ VERSUS PICASSO
PREMONICIÓN Y TESTIMONIO DE LA GUERRA CIVIL

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  ROGER CORMAN / ANTONIO VALERO
FOTO: www.madridteatro.net

Si repasamos la presencia del teatro de Fernando Arrabal en la escena española, llegamos a la conclusión de no ha sido profeta en su tierra. En el pasado, el teatro universitario y algunos grupos independientes representaron con entusiasmo y éxito su primer teatro. Pero cuando la escena profesional le abrió por primera vez sus puertas, se topó con la censura. Sucedió en 1969 con Los dos verdugos, dirigida por Victor García y protagonizada por Nuria Espert, que, tras ser autorizada, fue finalmente prohibida. En 1983, las discrepancias artísticas y políticas con Adolfo Marsillach dieron al traste, tras las primeras representaciones, con El arquitecto y el emperador de Asiria, cuya puesta en escena era de Grüber. Si tenemos en cuenta los resultados económicos, tampoco le sonrío el éxito con Oye patria mi aflicción, que en 1978 montó Carlos Cytrynowski para Aurora Bautista, ni una década después con Róbame un milloncito, dirigida por Cesar Oliva. Por otra parte, los teatros públicos le prestaron escasa atención. En efecto, la única obra programada, El rey de Sodoma, lo fue en el CDN en la época en que estaba a su frente José Luis Alonso. Dirigida por Miguel Narros y protagonizada por José Luis Pellicena, pasó sin pena ni gloria. Tendría que llegar Pérez de la Fuente a la dirección del Centro para que, al fin, Arrabal alcanzara, por partida doble, el éxito que se le resistía en nuestros escenarios. El primero llegó en el 2000 con El cementerio de automóviles, una de sus obras emblemáticas, y, el segundo, en 2002 con Carta de amor (Como un suplicio chino), monólogo escrito apenas un año antes, que fue interpretado por una espléndida María Jesús Valdés. Nada de extraño tiene, pues, que uno de los primeros destinatarios, si no el primero, de Dalí versus Picasso fuera su mejor valedor en España y que éste asumiera de inmediato el reto de estrenarla.

La obra es puro Arrabal, pero no el que hurga en las dolorosas y profundas heridas del ser humano, en los rincones oscuros de su biografía o el que pone sobre el tapete asuntos que tienen que ver con las cosas del espíritu. Este Arrabal es menos trascendental y más irónico. A partir de un imaginario encuentro entre Dalí y Picasso, ofrece un cáustico relato de esos debates artísticos y personales en que suelen enredarse algunos genios subidos de ego. La acción tiene lugar en París, días después del 26 de abril 1937, fecha en la que la prensa francesa informó del bombardeo de Guernica, que sería el tema elegido por Picasso para pintar el cuadro que le encargó el Gobierno de la República para el pabellón español en la Exposición Internacional de París. El año anterior, seis meses antes de que estallara la Guerra Civil, Dalí concluyó su cuadro Construcción blanda con judías hervidas, en el que venía trabajando desde 1934. Representa un paisaje típicamente mediterráneo sobre el que se alza una monstruosa figura humana compuesta de brazos y piernas deformes que se entrelazan violentamente. Una cabeza con rostro crispado y saturnal corona esa rara estructura de carnes blandas y extremidades descarnadas. Desencadenado el conflicto, muchos interpretaron que tan violenta composición y las nubes de tormenta que cubren el cielo, convertían a Dalí en un visionario que se había adelantado a los acontecimientos.

El eje de la conversación que mantienen los dos artistas es su discusión sobre los emblemáticos cuadros, aderezada por una sucesión de puyazos y mutuas provocaciones que devienen en un cruce de frases ingeniosas, las cuales llevan el inconfundible sello arrabaliano. Mas no todo es pirotecnia verbal. Hay un discurso un tanto perverso que, por decirlo a la pata la llana, deja con el culo aire a dos artistas que, como tantos otros, eran menos fieles a las ideas de las que presumían y tan sedientos de riqueza y de goces mundanos como de gloria. Lo que sucede es que en uso de su libertad creadora y sin disimular sus simpatías, Arrabal se ha decantado a favor del ampurdanés. Presenta a un Picasso poco reconocible preocupado por su cotización y al que le importan más las dimensiones del Guernica que su contenido. Tampoco sale bien parado en materia ideológica, pues su actitud pone en entredicho la sinceridad de su filiación comunista. En cambio, es menos severo con Dalí, al que muestra en su salsa, presumiendo de su vanguardismo, mientras ignora su ambigüedad política, finalmente decantada del lado franquista, e ignorando que se ganó a pulso el apodo de Avida Dollars con el que le bautizó André Breton en  1938.  En efecto, sus extravagancias tenían más de reclamo comercial que de actos surrealistas y en el colmo de su afán recaudador llegó a convertir los lienzos vírgenes y el papel sin estampar en cheques en blanco avalados con su firma. Madrinas del  combate verbal de tan singulares personajes son, aunque sin tener presencia física, Gala y Dora Maar, mujeres esenciales en sus vidas, cuyas voces nos llegan de fuera. Y alborotado testigo de excepción es Barrabal, el macho cabrío pagano, cuya silueta amenazante se proyecta sobre el escenario. Para eludir cualquier crítica a su favoritismo o a su falta de rigor histórico, que sin duda estaba muy lejos de sus pretensiones, Arrabal echa mano de un recurso que, si no es novedoso, resulta eficaz, cual es desvelar, cercano ya el desenlace, que los protagonistas del encuentro son dos orates que juegan a ser Dalí y Picasso.

Hechas estas salvedades, lo aconsejable es sumarse a ese ágape organizado en torno a un puchero de judías hervidas a fuego lento y disfrutar de las elucubraciones de Arrabal. No es difícil perderse en ellas, pero Pérez de la Fuente ilumina la escena con luz suficiente para evitar que todo quede en una nueva y laberíntica ceremonia de la confusión, mayor aún que la que ofició en el ya lejano 1967 el gran preboste del teatro pánico. Para la liturgia ha dispuesto un escenario cuyo suelo y paredes son bastidores para sujetar lienzos de grandes dimensiones. Configuran una especie de ábside en cuyo centro se alza una mesa a modo de desnudo altar cristiano. Así, lo que se representa tiene el aire de un acto  religioso, idea que refuerza la irrupción, al inicio del espectáculo, de la Real Escolanía de San Lorenzo de El Escorial. Sin embargo, lo que nos ofrecen los escolanos anticipa el carácter laico del ritual que van a concelebrar los sumos sacerdotes de la pintura española del pasado siglo. En efecto, de sus labios salen cantadas y sin pronunciar palabra las notas de himnos patrióticos de distinto signo político, que, ofrecidos sin solución de continuidad, derivan en un tótum revolutum que resume los vaivenes ideológicos que nos aguarda. No son las únicas cuestiones que están presentes en la obra. No faltan las relativas al eros y a las dispares inclinaciones amatorias de los dos artistas, resuelta por cada uno a su manera: Picasso, mujeriego con desaforado apetito carnal, con luz y taquígrafos; Dalí, condenado por la naturaleza a la abstinencia, con discreta ambigüedad.

Como es habitual en él, Pérez de la Fuente se ha puesto al servicio del texto y lo defiende con sincero entusiasmo. Nada ha dejado a la improvisación y el resultado es un espectáculo de factura impecable. A que llegue a buen puerto contribuye el trabajo de Roger Coma y Antonio Valero. Aquél, en el papel de Dalí, consigue ser la perfecta caricatura de la caricatura en la que se convirtió el pintor. Éste, en el de Picasso, va y viene por el escenario con el marchoso aire que solo podía darse quien presumía de ser malagueño y universal.

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ROGER CORMAN / ANTONIO VALERO
FOTO: www.madridteatro.net

Título: Dalí versus Picasso
Autor: Fernando arrabal
Escenografía: Juan Carlos Pérez de la Fuente
Iluminación: José Manuel Guerra
Vestuario: Almudena Rod´riguez Huertas
Espacio sonoro: Tuti Fernández
Diseño video: Emilio Valenzuela
Asesor de magia: Alejandro García May
Ayudante de escenografía: Emilio Valenzuela
Coordinadora artística: Rosario Calleja
Asistente coordinación: María José Castells
Producción: Teatro Español
Ayudante de dirección: Pilar Valenciano
Escolanía de El Monasterio de El Escorial
Intérpretes: Antonio Valero (Picasso), Roger Coma (Salvador Dalí
Duración: 1 hora y cinco minutos
Estreno absoluto en España
Estreno en Madrid: Matadero (Naves del Español) (Sala 2), 12 - II - 2014

 

 

 

 

JERÓNIMO LÓPEZ MOZO
Copyright©lópezmozo

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Última actualización el Sábado, 21 de Junio de 2014 06:23
 
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